Creer o no, una cronista de Brando los acompañó en una exploración que le pondría la piel de gallina a más de un escéptico.
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La casa, que hoy alberga una escuela técnica, podría haber sido el set de una película de terror ochentosa. Construida en el siglo XVIII, tiene las paredes grisáceas por falta de pintura y el tejado francés de un gris oscuro, casi negro, que se ilumina con los relámpagos. Son las 12 de la noche y el grupo de alumnos del curso de investigación paranormal está reunido en la plaza de enfrente, en Avellaneda, cerca de la cancha de Racing, esperando a que lleguen los investigadores y profesores.
–Yo veo las auras, ¿sabés? Las vidas pasadas también. Si te quedás quieta, puedo saber qué vidas tuviste –me dice un tipo fornido con sombrero de cowboy y tatuajes de fuego que le acarician el antebrazo.
"Lo que buscamos en las exploraciones son pruebas para poder demostrar, de forma científica, que hay una entidad paranormal. Interactuamos para que esa entidad se manifieste."
Martín Zero
Se conocieron a través de un grupo de WhatsApp del curso y ahora se ven las caras por primera vez. Son 10: un pibe flaco, alto y muy pálido cuenta que viene desde Misiones para la investigación. Una chica, con algo de timidez, dice que ve fantasmas en los cementerios. Otra, que se llama Anabela y que se sumó junto con su amiga Mariana –que hoy ya forma parte del equipo–, y Marcio, veinteañero, alto, con borceguíes y tapado, que dice no creer en nada, pero está ahí para comprobar si está o no equivocado.
De pronto, un auto frena y bajan tres hombres con valijas plateadas. Uno de ellos es Ariel López, miembro fundador de Dogma Argentina. Ariel tiene los ojos negrísimos, tatuajes de cruces y símbolos en sus antebrazos, y la voz ronca. “Soy médium, alguien que está entre dos mundos, que puede ver almas y entidades paranormales y el mundo terrenal”, se autodefinirá un rato después.
Dogma es una organización sin fines de lucro que, tal como anuncia desde su sitio web, se dedica a detectar entidades paranormales a través de tecnología especializada. Cuando alguien los contacta para investigar un lugar, ellos primero se aseguran de la seriedad del pedido con tres entrevistas. Después de la exploración, hacen un informe final y, si es necesario, ofrecen asesorías. Hace 15 años que Ariel, que también trabaja como analista de sistemas, dedica parte de su tiempo a esto. Fundó Dogma junto con Guillermo Barr. Luego se sumaría Jorge Fernández Gentile, editor del suplemento Paranormal del diario Crónica. Actualmente, son 12 en el equipo, con cuatro personas más en entrenamiento.
El objetivo de cada investigación, dicen, es recabar la mayor cantidad de evidencia audiovisual posible. “Lo que buscamos es conseguir pruebas para poder demostrar, de forma científica, que hay una entidad paranormal. Siempre en esa búsqueda hay una interacción con la entidad, se busca que la entidad se manifieste”, explica Martín, también miembro de Dogma.
En el último tiempo, establecieron vínculos con otros grupos de investigación paranormal extranjeros, como Ghost Hunters International, EPAS (la asociación que reúne a los investigadores de Europa), y grupos españoles y uruguayos. Ariel, además, tuvo varias charlas con Lorraine Warren, la investigadora célebre, cuyas investigaciones fueron llevadas a la pantalla grande en las películas de la saga El conjuro.
La exploración
A la casona se entra por una enorme puerta de roble. Una vez adentro, el aire se siente frío y húmedo, con ese olor de las casas antiguas sin mucha ventilación. Al cruzar el vestíbulo, un lúgubre pasillo de madera conduce a un patio enorme, flanqueado, a la derecha, por un edificio aparentemente más moderno, de los años 60, y al frente, por otro con ventanas rectangulares y escaleras que separan los tres pisos. Cuenta el cuidador de la escuela que de noche pasan eventos extraños, hay ruidos de pisadas en los techos, canillas que aparecen abiertas al día siguiente, risas lejanas y cambios abruptos de temperatura.
A medida que avanzamos hacia el interior, guiados por nuestras linternas, se escuchan comentarios del tipo: “sí, siento presencias acá”, “hay una energía vibrante”, y cosas así. Es difícil saber si algún alma en pena está presente aún, pero el frío y la tensión por encontrar alguna señal de algo paranormal sí están en los cuerpos que revisan los rincones.
En promedio, las recorridas duran toda la noche y, según Ariel, el horario de mayor actividad de las entidades es a partir de las 3 a.m. Antes de cada investigación, se realizan las protecciones correspondientes. Hay quienes llevan cruces, otros llevan estampitas, otros confían en la religión o energía en la que crean. Esto, según Ariel, es un paso importante para evitar problemas.
“Tuvimos rasguños, agarradas. Quisieron poseer a un investigador. Fede, uno de los chicos del equipo, tuvo una pérdida de conocimiento cuando estaba intentando hablar con una entidad y lo tuve que sacar rápido del lugar”, cuenta Ariel sobre recorridas pasadas, con una media sonrisa, aunque sus ojos transmiten seriedad. “A otra persona le tuve que hacer una expulsión porque tenía los ojos en blanco y estaba gritando y hablando en otro idioma. Encima, antes de esa secuencia, había ido un cura a la casa y, sin embargo, la entidad se abrió paso, se mostró entrando a una habitación y poseyó a uno de los chicos”, agrega para quien quiera creer.
El grupo hace base en un aula con bancos apilados al fondo. Ariel abre una de las valijas plateadas y saca algunos de los aparatos que van a utilizar: uno parece un celular de los 80, grande y aparatoso, con rayas de colores, que detecta el campo electromagnético; otro es un sensor de temperatura; hay una tabla ouija de color verde loro y una cámara de fotos. Los mismos objetos que una semana antes habían desplegado en la casa de una de las estudiantes, mientras Ariel indicaba cómo utilizarlos: “Recuerden siempre que van a necesitar soporte visual para algunas cosas. Por ejemplo –dijo Ariel en ese momento mientras miraba a Mariana, la dueña de casa–, si vos dejás un sensor de movimiento en un lugar, también tenés que dejar una cámara para que filme”.
El equipo
Mariana es una incorporación reciente. Contactó a los chicos de Dogma luego de tener una experiencia paranormal. “Había ido con mis amigas a hacer un tour en Nueva Orleans, en Estados Unidos, y tuve una experiencia bastante vívida, fea –cuenta–. Vi un demonio con ojos verdes en el pasillo de la casa que estábamos visitando. Me asusté bastante: el tipo que daba el tour nos contó que esa casa tenía un ente diabólico”.
Ella explica que es la otra médium del grupo junto con Ariel, y trabaja con hierbas medicinales y magia wiccana. Ambos se encargan de ver dónde pueden estar las energías o entidades. También hacen asesorías a las personas que se contactan con problemas urgentes, personas que sienten que les tiran del pelo o les rasguñan la cara, dice.
Ariel López formaba parte de Celta, una organización que se dedicaba a investigaciones paranormales. Luego armó un curso con protocolos y un método de investigación, y creó Dogma.
Jorge Gentile, en cambio, forma parte de la rama dedicada a la investigación de fenómenos OVNI de Dogma. “La experiencia más fuerte que tuve antes de Dogma fue la observación de un ovni en la terraza de mi casa en la década del 90, lo que me motivó a estudiar ufología. Voy a cumplir 62 años, pero siento la alegría de ver a chicos de 25 y 26 que están haciendo su preparatoria para entrar al grupo. Hacemos investigación seria y no chantadas”, explica. Jorge y Martín se dedican a la parte de ufología, además de participar en las investigaciones.
Martín se sumó al equipo en 2019, cuando tuvo una situación paranormal en su casa. Lejos de asustarse, contactó a Dogma. Hicieron una primera investigación y, cuando vio cómo encaraban su caso y los protocolos que tenían, quiso sumarse.
Ariel sabe que lo que cuenta es poco creíble para muchos y que bien podrían pensar que busca robarles el dinero a personas despistadas que creen que encontrarán respuestas a sus problemas en el esoterismo. Por eso, las investigaciones que realiza Dogma son sin fines de lucro.
Cuando Ariel era niño jugaba en el living de su casa, correteando, hasta que tocó un cable pelado que lo hizo saltar y caer al piso, del otro lado de la habitación. Dice que en esos minutos su corazón se paró y se vio a sí mismo acostado. También vio cosas feas, raras. Volvió a respirar luego de estar clínicamente muerto: “Es como que pasé para el otro lado por unos minutos. Sentí cómo me desplazaba, sentí que me tragaba la lengua, empecé a ver todo oscuro, vi una especie de túnel de ese que hablan, y sentí… o, digamos, percibí una paz impresionante; el desprendimiento del cuerpo físico es algo etéreo, difícil de explicar y es la comunión con algo que te deja muy tranquilo. Al mismo tiempo, escuché una voz que decía que no era mi momento y volví de golpe a despertarme parado al lado de los cables que estaban chispeando todavía”.
En el Hospital del Quemado, tuvo su primera experiencia. “Estaba en la sala de espera, mientras mis papás hacían todo el trámite de ingreso, y se me sentó un nene al lado. Le pregunté qué le había pasado y me contó que se había quemado. Vino mi vieja y me pregunta: «¿Con quién estás hablando?». Y le contesté que estaba hablando con el nene al lado mío. Empezaron a escucharse gritos, corridas y una enfermera le dijo a mamá que acababa de fallecer un chico que estaba completamente quemado. Eso después ya fue cotidiano. Veía de todo”.
Los días que siguieron no fueron fáciles: exámenes médicos, tomografías computadas, análisis de sangre, radiografías. Tenía pesadillas y veía personas en los pasillos de su casa. A las pocas semanas del accidente, Ariel dice que vio un cajón enterrado debajo de la casa y dio aviso a sus padres. Cuando rompieron el piso de la casa, antes de mudarse, lo encontraron.
Hace 13 años, Ariel formaba parte de Celta, una organización que se dedicaba a realizar investigaciones paranormales. Con el tiempo quiso armar un curso con protocolos establecidos y un método de investigación. Armó Dogma junto con Guillermo –quien ya no integra el plantel que trabaja de forma activa– y comenzaron los cursos. En Argentina, existen varios grupos de investigación paranormal, pero solo Dogma estableció un protocolo de investigación riguroso.
Ya entrada la noche, el cuidador comienza la primera recorrida con el grupo. Se detiene en una escalera de mármol e ilumina un escalón, el séptimo, con la linterna. “Acá había un nene, lo vi, parado el otro día”, dice y sigue avanzando.
Un taller del primer piso está a oscuras, con pocas sillas y grandes máquinas y taladros. Jorge pide al grupo que se acomoden dispersos, en distintos puntos del salón, e inicia una serie de preguntas: “¿Hay alguien acá presente?”.
El silencio es aún más pesado, y uno de los sensores marca diferencias de temperatura en distintos puntos: en algunas zonas del salón, hay cuatro grados más que en otras. Jorge camina sin un sentido fijo y hace las preguntas mientras una cámara infrarroja enfoca la puerta del taller.
–¿Vieron eso? –dice Marcio.
–¡Sí, sí, lo vi! ¿Lo filmaron?
–¡Sí! Lo filmamos, después habrá que ver si es posta.
–La puta madre, me cagué todo, era una sombra: ¿vieron? Pasó caminando.
–Sí, lo vi, así caminando como lento, ¿no?
–Sí, pero con forma humana, o sea, como si fuera la sombra sola que caminaba.
El grupo se acerca a la puerta y la miran. Jorge parece encantado, señalando el punto donde habían visto pasar esa sombra.
En la reunión previa, Ariel explica que hay distintos tipos de entidades paranormales. Las clasifican de bajo nivel, alto o elementales. Es un orden que inventaron en Dogma: las de bajo nivel son las que están más ligadas a la tierra, lo físico, a casas, personas. Las entidades de alto nivel, que pueden ser buenas o malas, ya no son personas, son más elevadas. No reencarnan y son más fuertes energéticamente.
El grupo sigue caminando por el pasillo de la escuela y Jorge pide que entren en otra de las aulas. Coloca un sensor de campo electromagnético en un banco y se aleja. Todos se quedan en silencio y el frío entra por una ventana entreabierta que está sobre el pizarrón. Marcio tiembla de frío y se acaricia bruscamente el brazo derecho.
Las lucecitas verdes del sensor empiezan a prenderse. Jorge se acerca y pide que apaguen las linternas y las redes de los celulares para no interferir. El aparato se ilumina una, dos, tres veces más. Jorge se acerca.
–Buenas noches, estamos acá, visitando tu casa, te pedimos permiso y no queremos invadir, queremos saber si vivís acá –dice, mirando alrededor, y las luces titilan.
–¿Hay alguien en esta habitación?
Las luces se encienden sin parar.
–¿Sos mujer?
Las luces del sensor se apagan.
–¿Sos hombre?
Las luces se vuelven a prender y todos miran el artefacto hipnotizados como moscas atraídas por la carne.
–¿Ahora creés, piba? –me dice Ariel, dándose vuelta con una sonrisa.