Propuestas que van del realismo a la ficción especulativa o la experimentación con el lenguaje y su posibilidad de encontrar nuevos sentidos.
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1 - Deberías venir conmigo ahora, de M. John Harrison (Interzona)
Fantástico. Apenas en un futuro cercano y bastante familiar, M. John Harrison (Reino Unido, 1945) tuerce y retuerce tramas, espacios y el alma de sus personajes. Con humor y melancolía de pulso apocalíptico, Deberías venir conmigo ahora, una colección de más de 40 cuentos traducidos con un justo voseo por Tomás Downey, combina relatos de Elfos venidos a menos, brevísimas prosas que rozan la enumeración poética y otros que se enfrentan con la materia de los duelos: románticos, familiares, de la ruina de la especie entera. Como en “Psicoarqueología”, en el que dos trabajadores que desentierran antiguos reyes europeos evidencian la desconexión e inutilidad con el pasado más que para un proyecto turístico-académico de entretenimiento. En “Bingo de las cornejas”, alienígenas quedan fascinados por algunos pájaros sobrevivientes en la Tierra mientras queman para combustible nuestros libros e información. Y en “Reseñas imaginarias”, su ironía asalta al género periodístico para hacer posible la literatura en cualquier forma: “La pesadilla de esta novela es que entre sus personajes nada está siendo construido. La única alternativa a la inercia, la animalidad y la paranoia es el pensamiento mágico. No se está haciendo nada práctico”.
2 - Los Malhabidos, de Victoria Baigorrí (Hermosa Cena Editorial)
De lenguaje afilado. Victoria Baigorrí (La Rioja, 1985) recoge en su primer libro Los Malhabidos el guante de una literatura argentolumpen. Aparece un habla rural de florida inventiva en la que se cuelan unos “flashando” y cierta métrica de slam. Los malhabidos son personajes de vivencias extremas, hundidos en errores gravísimos o faenas crueles, como en “Julián Murge”, que actualiza la violencia de “El niño proletario”, aunque menos clasista y más en lo que Arendt señaló como la banalidad del mal. En “Rioja prosa”, Teresa, madre de 13 críos, esposa de un tal Puruya, que les hace todas a ella y sus hijos e hijas, se niega a ser víctima hasta el final: “... tres de ellas se han casado con los que se ponen en pedo solo los fines de semana, y las otras cuatro, más bien se enamoraron de La ciudad, terminaron la secundaria ahí y con distintos oficios, cuidadora, peluquera, kiosquera, y viven ahora en casitas al lado. Se cuidan estrellas”. Analfabeta, medio en pedo, esa madre sabe relatar, y en ese trastabillar del lenguaje solapa hijas con estrellas.
3 - Las causas perdidas, de Nicolás Igolnikov (Hexágono Editoras)
Realista. Los cuentos de Nicolás Igolnikov (Ciudad de Buenos Aires, 1997) abrazan la derrota como tema. En Las causas perdidas cada relato refleja mínimos fracasos que tiñen el pulso de la vida de sus personajes, los paisajes entristecidos por los que se mueven con una motivación engañosa entre la resignación y el contento. Un matrimonio de años que eclosiona en una discusión por una perrita, las horas en que un hombre es dejado por sus dos amantes, un árbol como pilar de la rememoración familiar son, entre otros, los disparadores del tono siempre sereno, conmovedor e introspectivo de sus cuentos, como el de esa madre –ya grande y solitaria– de “Esperanza” que se pregunta: “¿Esto es la plenitud?”.
4 - Mundos del fin de la palabra, de Joanna Walsh (Periférica)
Para los tiempos que corren. Joanna Walsh (Reino Unido, 1970) propone en Mundos del fin de la palabra brevísimas historias en las que la comunicación está hackeada. Los pensamientos de un perro pequeño y lo absurdo del mundo que decodifica, una vendedora en medio de una carretera a la que no se le entiende qué desea vender ¿muñecos, hijos, su posibilidad de existencia? o nuestro yo-lector-fantasma que nos señala otro modo de acumulación capitalista en la lectura. El devenir de la palabra en este siglo de hiperimagen cohesiona el conjunto. Justamente el relato que da nombre al volumen recorre la distopía y algunas ventajas de ese tiempo en el que se abandone un sistema lingüístico: “Hemos borrado todos los tiempos verbales excepto el presente, aunque durante un tiempo nos aferramos al imperfecto, que sugería que las cosas seguían igual que siempre y que, por lo tanto, así continuarían. Al menos la enseñanza es más sencilla ahora”.