Los medios y las redes sociales no son tan democráticos ni se regulan por sí mismos. Cada uno con sus lógicas, conforman, en conjunto, un ecosistema que se afecta mutuamente.
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¿Por qué antes podíamos leer un diario con el que no coincidíamos y ahora muchos dejamos de hacerlo? ¿Por qué antes éramos capaces de ver un programa político para saber cómo pensaban los otros y ahora sentimos vergüenza si nos encuentran mirando un canal no afín a nuestra ideología? ¿Hay algo del universo de las redes sociales que antes no nos afectaba, pero que parece resonar en la vida cotidiana, por fuera de la virtualidad? Nada de esto que nos pasa sucede de manera casual, decimos en Polarizados. ¿Por qué preferimos la grieta? (aunque digamos lo contrario), un libro de autoría colectiva publicado recientemente por Capital Intelectual.
Los escenarios mediático-digitales, que funcionan como caldo de cultivo para los enfrentamientos y polarizaciones, no son neutrales. Combinados con una división ya presente en el ámbito político-social, acrecientan las disputas. Los algoritmos nos alejan de las opiniones disonantes. Cada vez somos más amigos de nuestros amigos y buscamos contrastar más con quienes no coincidimos. A veces, situados en las redes sociales, en un debate que incluso no nos interesa demasiado, llegamos a hacerlo al extremo para congraciarnos con nuestro grupo de pertenencia. En persona no seríamos tan enfáticos. En la arena mediática, nos animamos a más.
El empuje algorítmico
Junto con esto, el diseño estructural y algorítmico de las redes inhibe la ampliación de nuestras perspectivas. La concentración de las infraestructuras de acceso, búsqueda y el mercado de contenidos, sumada a una personalización de lo que recibimos en nuestras pantallas, afecta el escenario de la polarización.
En la Argentina, del 67% de la población que tiene acceso a internet de banda ancha, el 46% de las cuentas corresponden al Grupo Clarín. La cobertura de internet en celulares abarca al 100% de la población y repartida de manera casi igual en el mercado: Claro tiene el 37%, Personal el 34% y Movistar cuenta con un 25%. Una vez conectados, la centralización se profundiza y pasa a manos de los gigantes tecnológicos norteamericanos. La empresa Alphabet tiene un dominio absoluto en dos de sus productos principales: su navegador Chrome se usa en el 85% de los dispositivos y su buscador Google en el 98% de las pesquisas.
Los algoritmos nos alejan de las opiniones disonantes. Cada vez somos más amigos de nuestros amigos y buscamos contrastar más con quienes no coincidimos.
De los 32 millones de internautas argentinos que utilizan redes sociales, el 82% está activo en Meta (ex-Facebook), el 73% usa YouTube (de Google) y el 49% se conecta a Instagram (también de Facebook). Dos empresas transnacionales se reparten ese uso intensivo del tiempo de los argentinos. Aunque ha perdido usuarios en los últimos años, Facebook sigue estando por encima de todas las otras redes en términos de interacción y contenidos compartidos.
El ecosistema digital también es para los argentinos una fuente diaria de acceso a las noticias. El 86% de las personas utiliza internet para informarse y el 71% también lo hace a través de las redes sociales. Estas cifras superaron, en los últimos años, por primera vez el acceso a las noticias a través de la televisión (que conserva un 67%) y sigue dejando muy atrás a la prensa escrita, en un descenso pronunciado del 45% al 23% en los últimos cuatro años. ¿Cómo consumimos esa información? A través del celular, en un 80%. Y, a través de las redes sociales, primariamente. Es decir que nuestro acceso a las noticias no se produce directamente a través de los medios, sino que está mediada por las plataformas, en este orden: Facebook, WhatsApp, YouTube, Instagram, Twitter, Facebook Messenger.
En este último punto, es relevante el poder de intermediación o guardianes de las empresas tecnológicas, en varios sentidos. Primero, porque suponen que, aunque accedamos a la noticia de un medio de comunicación de nuestra preferencia, lo hacemos bajo el formato visual y algorítmico de las plataformas.
La decisión ya no es más plenamente nuestra, como cuando decidíamos prender la televisión y ver un canal, o cuando abríamos un diario y lo leíamos de principio a fin. El algoritmo regula lo que va a ofrecernos de acuerdo con una serie de factores: lo que nos interesó previamente, lo que más les gustó a los amigos con los que más interactuamos, lo que no nos interesó y lo hace según parámetros comerciales de publicidad.
Trabajo conjunto
Una de las consecuencias de esta convivencia en el mundo virtual –concentrado, pero dividido– son los niveles elevados de toxicidad e intolerancia. A enfrentamientos y bullying que, por momentos, nos eyecta a extremos irreconciliables o nos obliga a apagar todo e irnos a dormir.
Los medios no son los responsables de crear la polarización por sí solos, pero contribuyen a su profundización. Como empresas que trabajan de acuerdo con las audiencias (rating, share, clics), la complacencia de sus públicos sigue siendo relevante. Pero si bien tienen una continuidad de programación o de sus ediciones en papel en las redes, en la pantalla tienden a extremar sus posiciones para retener a sus seguidores más fieles. Es decir, los medios tradicionales también construyen estrategias en donde sus conductores o sus columnistas estrellas, de uno o del otro lado de la grieta, tienden a extremar sus posiciones para consentir a quienes los siguen. Luego, en las redes, actúan en tándem para maximizar su poder e instalar una determinada visión de la realidad.
Con esto, medios y redes muchas veces profundizan, trabajando en conjunto, la polarización, transformándose en los reyes del sesgo de confirmación, una tendencia que tienen los humanos de buscar información que coincida y ratifique los puntos de vista propios. Para salir de este dilema existe, por supuesto, una vía individual, de un consumo lo más diverso posible de medios, para evitar esta confirmación permanente. Y una vía colectiva, en la construcción de otras narrativas de comunicación en distintos medios, tal vez los no tradicionales, que puedan dar cuenta de otras historias, o las que no aparecen en esas formas de la apropiación permanente de la polarización.