El movimiento turístico deja su huella de carbono pero también sufre las consecuencias del incremento de la temperatura global.
- 6 minutos de lectura'
En una distopía no tan lejana, el calentamiento global podría convertir maravillas como Venecia, la Gran Barrera de Coral y el Glaciar Perito Moreno en un recuerdo agridulce. Lo saben los 195 firmantes del Acuerdo de París: a menos que las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero (GEI) disminuyan en un 7,6% cada año hasta 2030, el mundo perderá la oportunidad de gestionar el cambio climático a niveles controlables.
La industria turística es víctima y culpable de esa ecuación. Mientras los aviones siguen consumiendo demasiado combustible, los hoteles derrochan energía y los turistas no terminan de tomar conciencia de su impacto, los destinos más populares transitan un presente inquietante y temen un futuro negro. En busca de la supervivencia, la Organización Mundial del Turismo llama a una “acción por el clima”, que se enfoque en medir y reducir impactos, mientras refuerza la capacidad de adaptación al nuevo escenario.
La industria turística es víctima y culpable. Mientras los aviones consumen demasiado combustible y los hoteles derrochan energía, los destinos más populares temen un futuro negro.
No será sencillo. Con todo el mundo en casa, las emisiones globales de GEI de 2020 se redujeron precisamente en un 7%, “con lo que tenemos una referencia tangible de la magnitud del esfuerzo que aún tenemos que hacer”, reconoce el órgano de Naciones Unidas que también engloba a más de 500 jugadores del sector privado.
Por ahora, los números no cierran. Antes de la pandemia, la industria aérea venía creciendo entre un 4% y un 6% al año; el doble que el PBI mundial, plantea Jorge Gobbi, travel blogger y doctor en Ciencias Sociales. “Mientras las emisiones de GEI han venido decreciendo en algunas industrias, en la aérea crecieron por encima del 70% en los últimos 30 años”, advierte. El agravante es que menos del 12% de los terrícolas nos movemos en avión. Un daño que los sectores de mayores ingresos derramamos sobre quienes ni siquiera sueñan con aeropuertos.
“Las proyecciones pre-2020 marcaban que la industria turística en general, y la aérea en particular, planeaba seguir creciendo por encima del PBI –explica Gobbi–, así que para los próximos años podemos esperar un impacto aún mayor”. Los principales agentes del sector reconocen que su futura resiliencia dependerá de la capacidad de acelerar la descarbonización de las operaciones, bajándolas a la mitad en el corto plazo.
Destinos en peligro
Además de pérdidas de biodiversidad irreparables, las altas temperaturas generan estrés por calor en los turistas y aumentan las tasas de infecciones; la baja en las precipitaciones, competencia por el agua con otros sectores; el deterioro de los suelos, pérdida de sitios arqueológicos y perjuicios al turismo vitivinícola.
Ya en 2008, un reporte especial de la OMT advertía sobre la alta vulnerabilidad de los puntos costeros e isleños a las tormentas, la erosión, el aumento del nivel del mar y las inundaciones. El calentamiento global podría rediseñar la agenda, con temporadas de verano más cortas y una media estación más larga. Pero los cambios se ven ahora mismo, con huracanes todo el año y fotos de alto impacto, como la de las playas de Cancún bloqueadas por las barreras espesas de sargazo rojo, el alga que se desprende del fondo del mar por la suba en las temperaturas y la contaminación del agua.
Aunque la organización pronostica “un cambio en el atractivo de las condiciones climáticas para el turismo hacia latitudes y alturas más elevadas”, el calor también causa estragos en la montaña. Más allá de la derrota estética, el derretimiento de nieve puede suponer un golpe mortal para bosques y centros de ski que –como contrapartida– están ganando público en actividades como trekking y mountain bike fuera de temporada. La reconfiguración del mapa tampoco será gratuita en términos de demanda energética y costos operativos de calefacción, aire acondicionado, fabricación de nieve, riego, agua y comida.
Un sistema de turismo sostenible también implica elegir destinos más cerca y transportes amigables con el medioambiente.
Argentina no escapa a las generales de la ley. “La inestabilidad climática que se da en muchos lugares puede afectar la llegada de turistas –confirma Gobbi–. En la cordillera hay derretimiento y retroceso de glaciares. El aumento de la temperatura puede hacer muy difícil visitar lugares como las Cataratas en verano. Los ríos también se ven comprometidos por el cambio climático, como en la bajante del Paraná de los últimos meses, que va a tener un impacto turístico a mediano y largo plazo”.
En un trabajo donde analizan las perspectivas de Pinamar como destino turístico, investigadores de la Universidad de Morón recuerdan que el retroceso de las costas lleva cuatro décadas en la costa bonaerense, con el incremento poblacional y las variaciones climáticas como factores agravantes. Aunque las amenazas de inundación de las playas más convocantes del país todavía son bajas, el informe deja flotando algunas preguntas sobre los cambios que amenazan a la ciudad atlántica: “Si se alteraran los médanos, ¿desaparecerían en poco tiempo las playas? ¿Desaparecería la actividad del turismo?”. Por eso sugieren reevaluar la situación, a la luz de los escenarios de riesgo de calentamiento más probables.
De la promesa de los aviones a la polémica por el carbono
Científicos, políticos y medios no negacionistas suelen lanzar una advertencia mixta: aunque la situación es gravísima, todavía estamos a tiempo. Consciente de la importancia de hacer llegar el mensaje, la OMT traza una serie de recomendaciones de sonoridad seductora, concreción desafiante y necesidad urgente.
Para abordar el problema de las GEI, pide una mayor eficiencia energética, algo que se espera conseguir con aviones que optimicen el rendimiento gastando menos combustible. Aunque la eficiencia de las aeronaves mejora un 2% por año (los fabricantes tienen un interés particular en mejorar esa columna de sus balances), es un ritmo que no logra minimizar el impacto total de una actividad que apunta a una recuperación plena a partir de este año.
Las sugerencias al sector hotelero se centran en reducir el uso de la energía, fomentando estadías más largas –tienden a alivianar la huella de carbono diaria–, y aumentar el de fuentes renovables, en particular en las zonas más aisladas. Además de ponderar la limpieza de las alternativas eólica, solar, termal y de biomasa, se trata de inversiones con alta capacidad de amortización.
La OMT también aborda el espinoso tema de la compensación de carbono: aquellas acciones donde la cantidad de emisiones equivalentes a una actividad (volar, manejar, moverse) buscan equilibrarse con actividades a favor del ambiente, como plantar árboles. El riesgo es descargar la responsabilidad de los grandes productores en los pequeños clientes, ya que suele ser una solución que “potencialmente se desvía de las causas reales de los problemas, con lo cual ignora los cambios estructurales y tecnológicos que deben hacerse para conseguir reducciones en las emisiones a largo plazo”. La recomendación de asistir financieramente a las regiones y países más necesitados tampoco es menor cuando se trata de dimensionar las contribuciones –y posibilidades– desiguales de cada país frente al cambio climático.
Un sistema de turismo sostenible también implica elegir destinos más cerca de casa y transportes amigables con el medioambiente, además de demandar infraestructura en esa línea, eligiendo alojamientos certificados y restaurantes que ofrezcan comida local u orgánica. El futuro del turismo parece estar hecho de algunos cambios personales, un fuerte redireccionamiento de los gastos globales y la conciencia definitiva de que –al menos por ahora– solo podemos vacacionar en este planeta.