Con el contexto de un virus que afectó la capacidad de distinguir aromas, una artista argentina cruza sus estudios en perfumería para redefinir la experiencia de contemplar un cuadro.
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“No me hables. Estoy oliendo”, se lee sobre un cuadro negro con letras blancas. El impacto al verlo transporta, evoca, cambia de espacio-tiempo al que está del otro lado. El efecto es instantáneo, como el que se siente cuando aparece de forma repentina el aroma de algún recuerdo y la mente viaja. De eso se trata la obra de Cecilia Catalin, una artista olfativa, cuyo trabajo cobró nuevas dimensiones en el mundo atravesado por el coronavirus. Es que su objeto de estudio pasó a primer plano tras convertirse en una de las afecciones más singulares que provoca el virus al infectar a las personas. Algunas pierden el olfato durante semanas o meses, y cuando lo recuperan ya no es el mismo: hay conexiones neuronales que desaparecen o se desorganizan. Un misterio que, como tal, ubica lo ausente en primer plano.
Indagando en lo incorpóreo, el enfoque de su obra está puesto en las evocaciones colectivas del olfato y cómo se construyen en la cultura que las rodea. Parte de su trabajo podrá verse desde el 20 de noviembre en el Cultural San Martín bajo el título ¿Cuál es el camino que hace la palabra para volverse olor? Dice Paola Fontana, en el texto curatorial de la muestra, que se trata de “pasar por la palabra al olor. Aunque este estuviese primero”.
Un poco de química
Alquimista por definición, para crear los olores Cecilia estudió de forma autodidacta, se contactó con químicos y especialistas de la medicina, y realizó un curso de perfumería en la Asociación de Químicos y Cosméticos de Buenos Aires.
En 2015 creó la paleta olfativa “Olores de la Memoria Colectiva”, compuesta por aquellos olores presentes en nuestra cotidianidad, cuya primera incorporación es a través de las palabras de nuestro vocabulario diario que elegimos para nombrarlos (por ejemplo, el olor a pasto, a guardado o a caro). En 2018 expuso la instalación correspondiente en la Fundación El Mirador (“un proyecto mutante, una galería viva, un laboratorio de experimentación, intuición y subversión de la práctica artística”, con local frente al Parque Lezama): dispuso 30 olores de esa paleta y los protegió con una campana de vidrio, invitando al visitante a acercarse e inhalar.
En abril de 2019, en medio de un otoño engañoso, en Buenos Aires se celebró la edición 28 de arteBA y, sobre las paredes improvisadas que separaban los espacios de las galerías, se desplegaban todo tipo de obras. De repente huele a chocolate y, por la sorpresa, el resto de los sentidos se apagan. El cuerpo se excita, la cabeza busca, los ojos encuentran: hay un lienzo blanco del que emana el aroma que produce endorfinas. Es un cuadro olfativo: otro trabajo de Cecilia. Su obra se exhibe donde el mercado legitima el arte. Y, por olor y omisión, se destaca.
El camino de la artista
Oriunda de San Nicolás, al terminar el secundario viajó a Rosario, donde eligió lo más ecuménico entre una carrera tradicional y un estilo de vida más creativo: el diseño gráfico. Alumna aplicada, en poco tiempo dominó las técnicas y, ni lenta ni perezosa, aprovechó sus buenas notas para permitirse –y que sus padres le permitieran– incursionar en una segunda carrera: la historia del arte. Ahí, el prólogo de la suya.
“En 2010 me presenté a unas becas y no quedé. Implicó una crisis porque quería vincularme con el mundo del arte. Entonces pensé que sería bueno trabajar con algún artista y, no sé por qué... esas cosas de la vida, elegí a Marta Minujin”.
Ya instalada en la capital como una “minujina”, Cecilia experimentó en diversas disciplinas. Pasó por los talleres de los artistas visuales Manuel Ameztoy y Sergio Bazán, por el de fotografía de Juan Travnik, por uno de arte electrónico coordinado por Rodrigo Alonso y Mariano Sardón en Fundación Telefónica y por la clínica de obra de Diana Aisenberg. “Para mí, lo más importante fue Diana, ahí aprendí a pensar”.
En ese tiempo tuvo una revelación: aunque los olores no tienen imágenes, suelen ir acompañados de discursos sociales. Delineó un posible origen; su obra se basaría en volver corpóreas esas evocaciones y crear imágenes ad hoc. Su desafío, traducir lo sensorial a través del lenguaje del arte y demostrar sus múltiples implicancias.