El cannabis, protagonista de un pedazo de historia argentina; las posibilidades de un sector capaz de crear 10.000 nuevos empleos
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De Manuel Belgrano se sabe que diseñó la bandera argentina y también el día que murió: porque es el feriado al que coloquialmente llamamos Día de la Bandera. Pero el prócer es prócer también porque imaginó la patria entera, desde su imagen al resto del mundo hasta las actividades que podrían atraer trabajo y generar riqueza. Muy a tono con el pensamiento económico predominante de la época, la escuela fisiócrata, Belgrano veía la agricultura como la actividad capaz de generar el verdadero impulso industrial y comercial para enriquecer al país. Y proponía hacer lo mismo que en Europa: cultivar lino y cáñamo en tierras patrias, para fabricar con su fibra papeles, ropa y felicidad.
Antes de nuestra independencia, Manuel Belgrano intentó convencer a España sobre las utilidades del cáñamo.
Con el proyecto de ley que presentó el gobierno para regular el cannabis medicinal y el cáñamo industrial, que será debatido en el Congreso de la Nación, el país está a punto de retomar el camino trazado por el líder del éxodo jujeño: el cultivo de cáñamo, una variedad del cannabis que, por su composición genética de menos del 1% de THC, no es psicoactiva (es decir, no altera las percepciones), aunque sí es utilizada como materia prima para elaborar telas, papel, plástico y hasta alimentos.
La planta de cannabis toma significantes muy diferentes según las épocas, las instituciones y las personas. Hasta hace apenas unos meses formaba parte de la lista de drogas peligrosas de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), donde compartía terna junto con la heroína y la cocaína. Lo cierto es que el cannabis tiene múltiples usos –además del medicinal, globalmente aceptado– y, sobre todo, un potencial desarrollo como cadena productiva por su demanda, generación de empleo e ingresos fiscales y de divisas.
Todo es historia
Se la conoció como cáñamo cuando en India, China y Roma antigua la usaban para confeccionar ropa y papeles que, por la densidad de las fibras de su tallo, eran particularmente resistentes. Dicen que Cristóbal Colón nunca hubiera podido llegar a América sin las sogas, las velas y la ropa de sus marineros, hechas de fibra de cáñamo. En ese momento empezó todo: con Colón llegaron también las primeras semillas.
A fines del siglo XIX, antes de nuestra independencia, Manuel Belgrano intentó convencer a la Corona española sobre las utilidades que podía tener el cultivo de cáñamo como actividad productiva en el Virreinato del Río de la Plata: para la provincia y para España. En esos papeles que hoy se transformaron en sus memorias, Belgrano aseguraba que la planta de marihuana podía exterminar la pobreza y traerle felicidad al pueblo. Su fanatismo por este cultivo lo llevó a investigar y escribir un manual todavía vigente con consejos para sembrar, cuidar y cosechar la planta.
A pesar de su tenacidad, el proyecto nunca pudo terminar de explotar en Argentina más allá de algunas experiencias exitosas, pero aisladas. El primer golpe fue la campaña contra el cannabis impulsada por empresas petroquímicas y farmacéuticas estadounidenses que producían fibras artificiales sustitutas a las del cáñamo a base de petróleo. También se la empezó a asociar cada vez más a su prima psicoactiva, la planta de cannabis con alto contenido de THC. Por este motivo, en la década del 50, el Congreso estadounidense prohibió todas las variedades del cannabis (incluida la del cáñamo) por considerarla una planta peligrosa.
Diez años más tarde, la ONU confirmó que la planta era un narcótico, pero excluyó de esta categoría su uso industrial. Al considerar al cáñamo no peligroso, hizo que muchos países recuperaran la producción de sus fibras. A lo largo de la historia, tanto a nivel nacional como global, el cáñamo fue y es todavía objetivo de polémicas de toda índole.
Alpargatas sí
En medio de estos vaivenes, entre 1954 y 1977 se llevó a cabo uno de los más pretenciosos experimentos belgranianos: en los alrededores de la localidad bonaerense de Jáuregui, en Luján, la gente usaba alpargatas con suelas hechas de cáñamo. La industria cañamera de esos momentos era rudimentaria y se aprovechaba más que nada la fibra de la planta. La Algodonera Flandria las fabricaba y obtenía la materia prima de la compañía Linera Bonaerense, que eran dos firmas propiedad de la misma familia, los Steverlynck.
Los registros de la empresa muestran que llegó a sembrar 400 hectáreas de cáñamo. Y que en 1976 empezaron los problemas: “Se informa a las autoridades las molestias por la sustracción de hojas y flores a pesar de la vigilancia y el control. Se considera cesar de producir el cultivo para evitar los perjuicios económicos que estas depredaciones traen acarreadas”. La gente confundía las plantas con unas de cannabis psicoactivo y se las robaban para fumar o sembrar en sus casas. En 1977, el gobierno de facto de Rafael Videla llevó preso al gerente por la existencia de plantas en la zona. Hacían operativos especiales para desmontarlas.
Todos arrancaban el cannabis de raíz y, en ese acto, la esperanza de nuestro prócer: primero los hippies para fumar, después los militares para que nadie la fumara. Todos confundiéndola con droga.
Telas, plásticos, autos
“Me nombraron por primera vez el cáñamo en 2009. Yo vendía remeras en la Trastienda, se acercó el Pity Álvarez [cantante de Intoxicados] para hablarme de los beneficios de hacer una remera, de marihuana decía él. Yo lo escuchaba como sorprendido de su incoherencia que, al final, terminó siendo mi actual emprendimiento”. Martín Alonso es fundador de la marca Stay True Organic, que elabora remeras de algodón orgánico producido en una comunidad Qom en Chaco.
Después de esa charla con Pity Álvarez y de escuchar cada vez más cómo en distintas partes del mundo repetían los beneficios de la fibra de cáñamo aplicados a la industria textil, empezó a investigar sobre la posibilidad de hacerlo en Argentina. “A nivel jurídico era frustrante, prevalecía sobre el convenio internacional de la ONU un decreto ley de una dictadura”, recuerda.
Martín está hablando de un decreto firmado en 1977 que prohibía el cultivo de cualquier variedad en el país, incluso la del cáñamo sin THC, por considerarla peligrosa. Esta legislación comenzó a desarmarse en Argentina, aunque más que nada a nivel simbólico, con la ley sancionada en 2017, que después fue actualizada mediante un decreto en 2019, pero que no incluye el cultivo de cáñamo: fomenta la investigación científica e intenta regular el autocultivo para fines medicinales, sin un marco con visión productiva. Esto le pone un techo al desarrollo de la industria.
Para hacer una remera cañamera, Martín hoy tiene que importar mercadería: fibras o hilos de India, telas o producto final de Estados Unidos. Como no es tan fácil, formó una red con 50 emprendedores de todo el país para poder importar materia prima al por mayor y transformarla en toallas femeninas, pañales, barbijos, remeras.
Es que uno de los usos más antiguos del cáñamo tiene que ver con la elaboración de productos textiles. Del tallo de la planta se obtienen fibras y caña para hacer telas para ropa, medias, mantas. También su tallo se puede transformar en materiales de construcción como ladrillos, aislantes, productos para absorción, acrílicos y reemplazos de madera. O en celulosa para papel o en cartón o envoltorios y fibra para la industria automotriz. Ya en el 37, Henry Ford usaba el cáñamo para producir autos: la misma fibra que usan hoy marcas de primera línea como aislante acústico en coches de alta gama.
La fibra también puede convertirse en plástico. Eso sospechó Mariano Percivale en 2012, cuando estudiaba Diseño Industrial. Dos años después se convirtió en fundador de Gaia Eyewear, la empresa que hace anteojos de cáñamo y la primera exportadora de manufactura de cáñamo en el país: vende a Holanda, Colombia, Uruguay, Ecuador y Barcelona. Mariano compra la materia prima, fibras peinadas, a las cuales les realiza un proceso para obtener plástico de cáñamo y crear un producto de moda con bajo impacto ambiental.
Uno de los usos más antiguos del cáñamo tiene que ver con la elaboración de productos textiles. Del tallo de la planta se obtienen fibras y caña para hacer telas. Esa fibra también puede convertirse en plástico.
Con 31 años, Mariano quiere seguir explorando con el material, pero la ley vigente no ayuda: “Para poder emplear otras áreas de creación de producto necesito la materia prima para hacer pruebas. Lleva mucho tiempo desarrollar una cadena productiva de algo que es ilegal e innovador”, explica.
Además de ropa y plástico, la planta tiene propiedades alimenticias: su semilla posee aceite con una gran capacidad antioxidante. Se pueden hacer panes, lácteos, bebidas, condimentos y otros alimentos a base de cáñamo. Además, elementos de cuidado personal como jabones o productos de belleza, varias clases de biocombustibles, lubricantes y solventes, pinturas y barnices y derivados de uso en veterinaria. A partir de las raíces se produce bioetanol, derivados fitoterapéuticos y compost orgánico. En tanto que de las hojas es posible producir té e infusiones.
Alternativa ecológica
Una de las cualidades más importantes que resaltan quienes trabajan con la planta es que se trata de uno de los cultivos que menor huella ambiental genera. Se posiciona el cáñamo como una alternativa de producción económica y ecológica. Es que durante su crecimiento absorbe, además, una gran cantidad de dióxido de carbono, uno de los gases más contaminantes y responsable del efecto invernadero.
Proyecto Cáñamo, una asociación civil que difunde sus usos, cuenta que se puede ver cáñamo en la zona de exclusión de la planta de Chernóbil. Se las siembra para aprovechar su capacidad de remediar y recuperar suelos contaminados extrayendo contaminantes y radiación.
En su uso para la industria textil, son sustitutos del algodón, un cultivo muy dañino para el medioambiente por la cantidad de agua, agroquímicos y pesticidas que requiere. Y al tener un ciclo corto de producción (de máximo siete meses) permite rotar el cultivo, lo cual es más sano para el suelo. Como sustituto del papel ayuda a mitigar la deforestación.
¿Llegamos tarde?
El cultivo de cáñamo es una industria que viene creciendo en muchos países del mundo: desde Australia hasta Uruguay, pasando por Chile, Dinamarca, Egipto, Finlandia, Francia, Alemania, Gran Bretaña, Italia, España y Japón, entre otros. En Suiza, hay un boom con las inflorescencias bajas en THC; se la denomina cannabis light y se usa en infusiones o vaporizaciones.
El primer productor mundial es China, que cuenta con una gran ventaja comercial porque nunca prohibió ni restringió su cultivo. Le siguen en la lista Canadá y la Unión Europea, con Francia a la cabeza. Estados Unidos, donde el cáñamo dejó de ser una sustancia controlada en 2018, asoma en el cuarto lugar.
En América Latina producen cáñamo Chile, Colombia y Uruguay. El primer país en legalizar toda la cadena fue Uruguay en 2012 y llegó a fines de 2019 con 40 empresas autorizadas para la producción de cáñamo industrial. “La clandestinidad les regala un mercado. No sé si lo que proponemos puede cambiar el problema. Lo que tengo claro es que 100 años persiguiendo la drogadicción no da resultados”, justificaba el que era en su momento presidente de Uruguay, José Pepe Mujica.
El futuro del mercado de cáñamo en América Latina es prometedor. En 2017, la industria generó US$173 millones, y estimaciones de consultoras prevén que ese valor se triplicará para los próximos años.
El primer productor mundial es China, que cuenta con una gran ventaja comercial porque nunca prohibió ni restringió su cultivo. Le siguen en la lista Canadá y la Unión Europea, con Francia a la cabeza. Estados Unidos asoma en el cuarto lugar.
Un informe sobre la cadena del cannabis y el cáñamo, elaborado por el economista Andrés López, explica que en 2020 las actividades vinculadas al cannabis generaron 200.000 empleos en Estados Unidos. Calcula que, dada la dinámica mundial y realizando una proyección conservadora, la industria cannábica argentina podría crear 10.000 nuevos empleos, el 20% de los cuales serían muy calificados porque estarían en áreas de inversión, desarrollo e innovación. Además, generará US$500 millones en ventas al mercado interno y US$50 millones de exportación anuales hacia el 2025.
En Argentina, quienes trabajan con la materia prima esperan la regulación para tener su propia producción y dejar de importar. “El resto de la cadena se va a desarrollar naturalmente. No tenemos, por ejemplo, máquinas decortizadoras de producción nacional, pero, con la capacidad que tiene la industria de maquinaria agrícola argentina, se va a resolver”, explica Mariano de Stay True, que tiene la idea de desarrollarlo en Chaco junto con el algodón orgánico.
Convertirlo en ley
El proyecto de ley, que también regula el cannabis medicinal, fue presentado ante el Consejo Económico y Social a principios de junio, y por estos días sigue su debate en el Congreso Nacional.
El anteproyecto fue elaborado por un equipo dentro del Ministerio de Desarrollo Productivo que se ocupa de discutir políticas productivas con mirada de largo plazo. Uno de sus objetivos es diversificar y ampliar la matriz productiva del país. Dadas las ventajas comparativas de Argentina por sus recursos naturales, el desarrollo de la industria de maquinaria agrícola y de la investigación y desarrollo de semillas para agregar valor en la cadena, esta industria parece poder estar a la altura. El Ministerio trabajó sobre la base de dos proyectos que se presentaron este año por las diputadas Carolina Gaillard y Mara Brawer para legalizar la industria de cannabis medicinal y el cáñamo industrial, respectivamente. Unió ambas iniciativas bajo un criterio mayormente productivo, y haciendo foco en regular el mercado para que participen sobre todo las micro, pequeñas y medianas empresas, cooperativas y asociaciones de productores que fomenten el desarrollo local.
La intención es que apenas entre a la Cámara de Diputados, no pasen más de cinco días para empezar a dar giros a las comisiones: Legislación General, Producción y Agricultura. Para que la ley salga con consenso, seguramente haya reuniones informativas con organizaciones especializadas.
Aún quedan dudas respecto de su regulación y, sobre todo, de su reglamentación. Como en la vida misma, hay quienes quieren más o menos intervención estatal. Los estudiosos de las experiencias en el resto del mundo aseguran que sin la regulación del Estado la industria no crece o crece de manera tan concentrada que no genera el efecto positivo para la economía del país: creación de empleo, desarrollo de las economías regionales e ingreso de divisas. En el ambiente productivo, en cambio, ven con desconfianza una excesiva participación del Estado en toda la cadena de la actividad. Es que el proyecto de ley plantea la creación de una Agencia Reguladora que dará permisos y licencias para la producción de semillas, su cultivo y su comercialización. La clave del éxito parece residir en la formación de equilibrios en virtud de los cuales todos consiguen (un poco de) lo que quieren: más mercado, más Estado, más libertad.