El gigante fluvial atraviesa la bajante más pronunciada y prolongada desde 1944; las causas y consecuencias de este fenómeno al que aún no se le ve la salida.
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En las islas de Victoria, Entre Ríos, una grieta se abre en el suelo y llama la atención de los pescadores. Rápidamente, la tierra se sigue resquebrajando ante la atónita mirada de los trabajadores, que nada pueden hacer para evitar que la barranca se desmorone sobre el río Paraná. “¡Se va con árboles y todo!”, dice uno. Y, mientras ve caer la porción de suelo donde habían hecho una fogata para resguardarse de la baja temperatura invernal, exclama: “Gordo, ¡se nos va el fuego!”.
La escena es una de las tantas que se viralizaron en los últimos meses para mostrar la crisis hídrica que atraviesa el río Paraná, el décimo más grande del mundo en caudal. Otras postales de la sequía son los caños de desagüe que quedaron a la intemperie en varios tramos del cauce; el “pescadazo” que hicieron los pescadores artesanales frente al Congreso de la Nación para visibilizar la problemática; la reaparición de la Corina, un barco hundido en el siglo XIX a la altura de Saladillo, Santa Fe, que vuelve a emerger con cada bajante, y las personas que cruzan caminando desde Misiones a Paraguay a través de un lecho de río invisible. Es que el caudal del Paraná, ese gigante fluvial que recorre tres países y tiene un tamaño similar al de la superficie argentina continental, registra el descenso más importante de los últimos 77 años.
Mientras que en el cuerpo humano el pulso indica la frecuencia del latido cardíaco, que bombea la sangre a través de las arterias, en un río como el Paraná el pulso está marcado por las crecientes y bajantes del agua que recorren su cauce. Por eso, cuando se estudian las variaciones hidrométricas del río, se diseñan gráficos muy parecidos a un electrocardiograma, donde los picos más altos muestran las inundaciones y los más bajos, los períodos de sequía. Si bien los ecosistemas y poblaciones que desarrollan su vida en torno al río están adaptados a estos cambios, el problema de la bajante actual es que no solo es más pronunciada que otros años, sino también más prolongada.
Ante esta situación, a fines de julio, el Gobierno nacional decretó el estado de emergencia hídrica por 180 días en la cuenca del Paraná, con el objetivo de tomar medidas que permitan mitigar las consecuencias sociales, ambientales y económicas de la bajante que afecta principalmente a Formosa, Chaco, Corrientes, Santa Fe, Entre Ríos, Misiones y Buenos Aires. Pero ¿cuáles son las causas de este fenómeno? ¿Qué impactos tiene en el ambiente y en las actividades humanas? El panorama plantea diversas aristas y las opiniones de las y los expertos varían, pero el ingeniero Juan Borús, subgerente de Sistemas de Información y Alerta Hidrológico del Instituto Nacional del Agua (INA), advierte:
–La salida del túnel todavía no se ve.
No poder bañarse dos veces en el mismo río
En 1983, se produjo una inundación generalizada en la Cuenca del Plata que afectó a decenas de miles de personas. A raíz de esto, el INA, que en ese entonces se llamaba Instituto Nacional de Ciencia y Técnica Hídrica, decidió crear un área de hidrología operativa que pudiera hacer un seguimiento del pronóstico hidrométrico del río Paraná. Juan Borús trabaja allí desde 1989 y hoy, 32 años después, siente que conoce al río casi más que a su familia. “Es que le dedico muchas horas por día, todos los días”, dice.
Borús no solo conoce bien el Paraná, sino que tiene facilidad para recordar datos específicos de su historia. Al menos de la que quedó registrada, porque recién comenzaron a hacerse mediciones sistematizadas de su caudal a fines del siglo XIX. “El registro más antiguo está en Rosario, ya que cuando se creó la Bolsa de Comercio de la ciudad, en 1884, decidieron colocar una escala hidrométrica”, cuenta. Luego se fueron sumando otras herramientas que arrojan datos en tiempo real, como sensores de transmisión remota e imágenes satelitales.
Durante los períodos de bajante, hay un área de la cuenca que los especialistas siguen con mayor atención. “Si te parás sobre un mapa y te situás en la provincia de Misiones, a mitad de camino entre Puerto Iguazú y Posadas, y trazás un radio de 300 kilómetros, esa es la parte de la cuenca donde más quisiéramos que llueva ahora”, grafica Borús. Ese círculo geográfico tiene ciertas características morfológicas que permiten que, cuando llueve, el agua se distribuya rápidamente. Otra zona que miran con interés es la cuenca alta del Paraná en Brasil, que atraviesa una fuerte sequía como consecuencia del fenómeno climatológico La Niña, vinculado al enfriamiento de la temperatura del océano Pacífico. Las lluvias se originan en el mar; cuando la temperatura baja, produce menos evaporación y, por ende, menos humedad sobre los continentes, lo que genera una menor cantidad de lluvias.
Esta bajante extrema del río Paraná tiene dos tipos de impacto: uno sobre los sistemas naturales y otro sobre los sistemas sociales.
Más allá de la variabilidad natural del clima, una duda que surgió con fuerza en estos meses es si las acciones antrópicas sobre el ambiente inciden en la escasez de lluvias. Por un lado, muchos expertos afirman que aún es pronto para sacar esa conclusión y que habrá que monitorear cómo continúa la situación en los próximos años. Por otro lado, el último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) de Naciones Unidas, presentado en agosto, documenta un aumento de fenómenos extremos en los últimos años como consecuencia del cambio climático.
En ese sentido, Borús reflexiona: “En principio, como ocurre con todos los fenómenos extremos, las causas van a estar más claras cuando el evento termine. Pero creo que la variabilidad climática que tenemos en la región es la manifestación más evidente del cambio climático porque la dinámica atmosférica y de temperatura del océano se están dando de forma más rápida que lo que sucedía décadas atrás”. Además, el ingeniero señala que, aunque se diera una situación climática similar a la del 44, la respuesta del río no sería la misma. “El corrimiento de la frontera agrícola ha sido intenso y el cambio en el uso del suelo ha modificado la respuesta hidrológica del cauce ante la lluvia”, afirma.
Peces en crisis
La cercanía de Juan José Neiff con el Paraná es tanto espacial como temporal: vive a cinco cuadras del río, en la provincia de Corrientes, y lo estudia desde 1975. Es investigador del Centro de Ecología Aplicada del Litoral (Cecoal), perteneciente al Conicet y a la Universidad Nacional del Nordeste (UNNE). Su especialidad se enmarca en la ecohidrología, una disciplina que estudia la relación entre las crecientes y bajantes de los ríos y la distribución y abundancia de las poblaciones animales, vegetales y humanas. Para ayudarse y ayudar a otros en esa tarea, a principios de la década del 2000, su equipo desarrolló el software Pulso, al que se puede acceder de forma gratuita.
Para Neiff, la bajante actual responde a la variabilidad climática natural de la región, pero hace hincapié en lo excepcional de su duración, ya que el año pasado el caudal también había bajado bastante y no logró recuperarse con las lluvias estacionales del verano. “Lo anormal de la bajante es que, dentro del período del que disponemos registro, que son unos 130 años, no habíamos tenido nunca una bajante de más de 700 días como tenemos ahora. Durante la primera mitad del siglo pasado, cada tanto había bajantes que duraban de 150 a 250 días, por eso la situación actual nos desorienta un poco”, señala.
El investigador comenta que esta bajante extrema tiene dos tipos de impacto: uno sobre los sistemas naturales y otro sobre los sistemas sociales. En el primer caso, indica que el impacto sobre la fauna y la vegetación en sí mismo no es tan grande porque, en general, están adaptadas a atravesar períodos de bajantes y crecientes. “Sin embargo, el problema viene porque la sociedad no respeta algunas cuestiones que le hacen daño en períodos de escasez. Por ejemplo, aunque el río esté en crisis, se sigue pescando. Es como si a una persona con anemia la obligaras a donar sangre”, apunta.
"La sociedad no respeta algunas cuestiones que le hacen daño al río en períodos de escasez. Por ejemplo, aunque el río esté en crisis, se sigue pescando. Es como si a una persona con anemia la obligaras a donar sangre."
Juan José Neiff
De todos modos, hace una salvedad entre los pescadores artesanales, “que saben dónde y cuánto pueden pescar” sin poner en riesgo el recurso, y otras actividades como el turismo de pesca. En ese sentido, cuenta que la provincia de Corrientes suspendió el torneo de pesca del dorado, que es una actividad tradicional, pero otras provincias no. “Además, llevamos tres períodos en los cuales la reproducción de peces ha sido improductiva porque los huevos, al no haber lagunas y bañados donde asentarse, quedan en el curso del río y terminan perdiéndose o siendo comidos por otros peces”, explica.
En cuanto al impacto de la bajante sobre los sistemas humanos, menciona que una de las actividades más afectadas es la navegación. “Los buques que salen de Rosario no pueden cargar sus bodegas a pleno, con lo cual los productores terminan pagando un costo adicional en transporte y se produce una distorsión de precios”, indica. Otros impactos tienen que ver con el funcionamiento de las tomas de agua y con la contaminación que produce la mayor concentración de las cargas orgánicas de los efluentes provenientes de las ciudades. Esto puede derivar en problemas para la potabilización del agua, como el desarrollo masivo de algas verdes (llamadas cianobacterias) o una mayor incidencia de enfermedades hídricas.
Fuegos zombis
Como si el problema de la bajante pronunciada fuera poco, hay otro factor que incide en el estado de los ecosistemas: los incendios. Un equipo de investigadores de la Universidad Nacional de Entre Ríos (UNER) estudia desde hace unos años la relación entre la bajante del río Paraná, los incendios en los humedales del Delta y el manejo del ganado. El objetivo es desarrollar un programa que permita controlar y prevenir potenciales incendios en condiciones de sequía.
El ingeniero Eduardo Díaz, director del proyecto, explica que la turba es un material orgánico que se forma debajo de los humedales y, en condiciones de anaerobiosis (sin oxígeno), da lugar a la producción de metano. “El metano se lo conoce como el gas de los pantanos. El agua lo mantiene frío, cumple la función de un radiador. Cuando baja, el metano aumenta su temperatura, se encuentra con el oxígeno y puede haber generación espontánea de fuego”, afirma.
En los humedales se da la producción natural de metano. El agua lo mantiene frío, cumple la función de un radiador. Cuando el río baja, el metano aumenta su temperatura, se encuentra con el oxígeno y puede haber generación espontánea de fuego.
Además, el ganado también constituye un eslabón en la generación de metano. Según datos del equipo de investigación, el 96% de la superficie del delta del río Paraná está dominado por vegetación herbácea: pastizales, juncales, pajonales y praderas acuáticas. Gran parte de estos recursos constituyen un sustento para la ganadería que se desarrolla en la zona y, al alimentarse, los animales también emiten gas metano.
“Esta visión ha generado cierto resquemor porque se asume que el responsable de las quemas es el productor ganadero. Obviamente que en parte es así, pero también es cierto que el metano es un combustible que acelera la acción del fuego. Se los conoce como «fuegos zombis»: cuando se produce un incendio, este continúa por debajo del suelo, donde se acumula el metano y, aunque los bomberos apaguen el fuego, puede seguir existiendo en la profundidad y aparecer a 100-200 metros de ese lugar”, sostiene Díaz. Según el investigador, cuando el nivel del río desciende, sería bueno que se tome la medida de inundar la turba para evitar generar condiciones que deriven en focos de incendio.
Barro tal vez
Desde la década del 90, docentes e investigadores de la cátedra de Ecología Vegetal de la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional de Rosario (UNR) estudian la relación entre los ecosistemas del río Paraná y los ciclos de sequías e inundaciones. Lo hacen a través de diversas actividades. Una de las tareas que realizan actualmente es la elaboración de un plan de conservación de la reserva municipal Los Tres Cerros, en la que trabajan junto con organizaciones socioambientales.
El problema, cuenta Graciela Klekailo, doctora en Ciencias Agrarias e integrante de la cátedra, es que debido a la bajante se les está complicando llegar navegando a la reserva, ya que en los canales donde antes había agua, hoy hay barro. “Es una bajante histórica desde varios puntos de vista y es difícil predecir cómo se va a recuperar la vegetación”, afirma. A su vez, señala que luego de una bajante tan pronunciada, es probable que la vegetación cambie notoriamente. Esto es porque, al reducirse el caudal del río, se acumulan sedimentos y la vegetación terrestre empieza a ocupar más lugar, por lo que desplaza a la vegetación acuática o hidrófila.
Por otra parte, la investigadora sostiene que, al pensar en la recuperación de la biodiversidad, hay que tener en cuenta también el impacto de los incendios y la consecuente reducción de humedales. Estos ecosistemas funcionan como esponjas naturales, que absorben y regulan el agua procedente de las precipitaciones. Si bien el fuego es una práctica habitual como preparación del terreno para uso ganadero, Klekailo afirma: “Lo que se ha visto el año pasado es que las superficies que se prendieron fuego fueron mucho mayores que otras veces. Probablemente tenga que ver con un desplazamiento de la ganadería hacia el territorio de humedales, ya que antes se hacía en tierra firme, pero hoy la mayor parte está ocupada por la agricultura. Otra presión productiva es la actividad inmobiliaria. Por eso, el reclamo por la Ley de Humedales está más vigente que nunca”.
Otro trabajo que está realizando la cátedra es el monitoreo de islas del Paraná que fueron afectadas por los incendios para evaluar y cuantificar los daños. El ingeniero agrónomo José Vesprini, coordinador de este proyecto, cuenta que están estudiando la vegetación de dos sauzales: uno fue alcanzado por el fuego y otro no, lo que les permite realizar una comparación directa. La primera vez que fueron, lo hicieron cuatro meses después del incendio. En algunas partes, encontraron más cenizas que plantas. Entonces, delimitaron una parcela y anotaron qué vegetación había para poder hacer un seguimiento en el tiempo. A su vez, otros grupos se ocupan de estudiar el impacto del fuego en los insectos y en las aves.
“La vegetación está adaptada a los pulsos de crecidas y bajadas del río. Imaginate que en el 92 hubo una creciente que llegó a una altura de 6,27 metros y hoy tenemos un nivel que ronda el -0,20. Sin embargo, no está adaptada al fuego. Lamentablemente, estamos llevando a estos ecosistemas de servicios al límite de los servicios que nos pueden ofrecer”, dice. En tanto, con respecto a la intencionalidad de los incendios, asegura: “Tenemos certeza de que los fuegos fueron intencionales. Desde la evidencia científica, pero también desde la experiencia personal. Los que vivimos en esta zona sabemos que, con la humedad que hay acá, aunque sea período de sequía, el fuego no empieza espontáneamente. Además, las zonas que se quemaron eran lejanas a la costa y la mayor parte de la sociedad ni siquiera puede acceder. Hubo una intencionalidad productiva”.
La identidad en juego
Si bien es difícil realizar un pronóstico preciso de cómo va a seguir la situación del Paraná, debido a la amplia variabilidad climática, desde el INA se plantearon tres escenarios posibles para los próximos meses. El del medio plantea que se puede dar una situación similar a la bajante de 1944. Luego, hay uno que es un poco más optimista y dibuja un escenario donde no se va a superar la bajante histórica, mientras que el tercero es más pesimista y prevé una disminución del caudal entrante al Paraná desde Puerto Iguazú que llevaría a un nuevo récord en la historia de las bajantes del río.
“Según lo que venimos viendo, va a ser muy difícil que en el último bimestre del año haya una recuperación importante desde el punto de vista climático. Y, aunque la haya, para que se normalicen los niveles de humedad en los suelos va a pasar un tiempo más. Por lo tanto, de aquí a mediados de febrero no deberíamos esperar un cambio importante”, señala Borús.
Por su parte, Neiff considera que, si bien el decreto de emergencia hídrica es atinado, es importante que tanto Nación como las provincias se comprometan a tomar las medidas necesarias para no profundizar la crisis. “¿Cómo puede ser que estemos en emergencia hídrica, pero el Ministerio de Agricultura autorice la exportación de peces y haya provincias que no decretaron la veda de la pesca?”, reflexiona. Díaz coincide en la necesidad de que las provincias se articulen e involucren en las políticas que permitan reducir el impacto de la bajante y remarca la importancia de seguir estudiando causas y consecuencias para aportar evidencia a los tomadores de decisión. “Lo que no se mide no se conoce. Y lo que no se conoce no se puede gestionar”, afirma.
En tanto, Klekailo remarca que esta situación es un llamado de atención para poner en marcha cambios a largo plazo. “Es necesario repensar nuestras formas de producción, qué queremos como país y cómo queremos hacerle frente al cambio climático. Y es necesario hacerlo a nivel regional porque hay decisiones que se tienen que articular con otros países”, indica. Vesprini agrega que para realizar un correcto trabajo de conservación de los ecosistemas es necesaria la participación activa de todos los actores de la sociedad. “Esto incluye concientizar a los productores sobre el daño que generan las prácticas de manejo de fuego”, dice.
Él, que se crio en torno al río, que no concibe la vida lejos de él, afirma: “El río nos moldea, es parte de nuestra estructura. No se puede vislumbrar una existencia sin él. Por eso, el daño que le hacemos nos lo hacemos a nosotros mismos. El río es parte de nuestra identidad”.