Padecen sudestadas, hundimientos, erosiones y derrumbes de edificios.
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“Ni me acuerdo mi nombre, ajá, muy tranquilo en la arena”, cantaban Los Abuelos de la Nada y era la banda de sonido del verano marplatense de 1984. Con la banda de chicas y chicos, disfrutábamos de nuestras playas de Constitución y la costa entre amores, fantas y promesas de eternidad. Recuerdo, en algún momento de contemplación, el colgarme a ver cómo todos los semáforos, postes de luz y carteles de tránsito parecían oxidados, carcomidos por una sustancia ocre. Pregunté a un vecino por el tema y me contestó secamente: “Es el salitre, pibe”. No repregunté.
A mediados de este año nos conmovíamos con la noticia del derrumbe de un edificio de 12 pisos en Miami que provocó la muerte de 98 personas. Inmediatamente se abrió una investigación para determinar las causas del colapso. Los expertos abrieron un amplio abanico de posibilidades que podrían ir desde los problemas estructurales de un edificio que acababa de cumplir 40 años y que, según informes previos, tenía daños estructurales asociados al impacto del salitre, la humedad y la corrosión por la cercanía del mar, los efectos de construcciones cercanas y hasta los efectos provocados por el cambio climático. Como si faltara algún ingrediente más, se conoció un estudio realizado en 2020 por la Universidad Internacional de Florida, en el cual se detectó un hundimiento de hasta 2 milímetros por año en esa área. Si bien pareciera poco si lo comparamos con la Ciudad de México, que se hunde aproximadamente 50 centímetros anuales por el peso de su expansión constante y la sobreexplotación de sus aguas subterráneas, el hundimiento de la costa de Florida es otro dato que lleva a relevar permanentemente el mantenimiento de sus edificios.
Un mes después de esa tragedia, en Argentina nos asombramos viendo cómo una sudestada provocaba daños tremendos en el Partido de la Costa y, literalmente, se comía una casa en plena playa de Mar de Ajó. Por suerte, no hubo pérdida de vidas humanas para lamentar, pero los daños son muy difíciles de reparar. Más allá de esta sudestada en sí, se sabe que, anualmente, en algunos sectores el mar se va llevando entre dos a tres metros de playas. El problema de la erosión costera que afecta particularmente a localidades bonaerenses como Las Toninas, Santa Teresita, Mar de Cobo o Mar del Tuyú no es nuevo y viene siendo advertido desde hace años por los especialistas y los medios regionales.
El problema de las ciudades costeras es mundial. Según el informe 2021 del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de la ONU, el cambio climático es generalizado, rápido y se está intensificando. En ese documento, se puede observar que las ciudades costeras están en la primera línea de la batalla contra el calentamiento global, al advertir que “las zonas costeras experimentarán un aumento continuo del nivel del mar a lo largo del siglo XXI, lo que contribuirá a la erosión costera y a que las inundaciones costeras sean más frecuentes y graves en las zonas bajas. Los fenómenos relacionados con el nivel del mar extremo que, antiguamente, se producían una vez cada 100 años podrían registrarse con una frecuencia anual a finales de este siglo”. La vida urbana a lo largo de este ciclo puede sufrir mucho los efectos del cambio climático, en particular el aumento del calor y las inundaciones debidas a episodios de precipitaciones intensas y al aumento del nivel del mar en las ciudades costeras.
Yo mantengo la fascinación por el mar y el deseo romántico de vivir a sus pies. En mis primeros veranos entre Mar del Plata y Villa Gesell, crecí en un espacio que, como escribió Mariana Enriquez en Éste es el mar (Random House), se volvía fantástico. “Todas las Casas estaban frente al mar, le había explicado Violeta; incluso las Casas nuevas se construían frente al mar. Eso era La Costa. El mar estaba en el mundo pero en otro tiempo”. Vivir frente al mar, esa ensoñación, esa atracción, se puede estar desvaneciendo.
*Asesor urbano. Gestor de ciudades y agitador cultural. Trabajó en 109 ciudades y flaneurió otras 80 en 20 países. Le gusta más descubrir lo que las iguala que lo que las diferencia.