A los 30 años, acaba de publicar El Madrileño, un álbum consagratorio con una impactante lista de invitados
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Con un ampuloso cartel luminoso extra large en Times Square, con afiches en los cien barrios porteños y con un alto impacto en todo el mercado de habla hispana, C. Tangana le anunció al mundo la salida de El Madrileño, el disco con el que ya se ha ganado un lugar en el podio de lo mejor del año, y que es de esperar que arrase en cuanta entrega de premios esté nominado. Pero más allá de esos parámetros de la industria, estamos ante una obra que eleva la vara de la canción popular contemporánea.
“Me gustaría pensar que participo de esa tradición. Y, si estoy ahí, te diría que la canción tiene la vara extremadamente alta. Es imposible de alcanzar”, dice Antón Álvarez Alfaro, el hombre por detrás de C. Tangana, Pucho para los amigos, en un zoom desde Madrid. “Lo mejor de la canción popular es que se puede vivir de una forma no profesional. Yo amo sacar la guitarra con Víctor [Martínez, uno de sus parceiros] y cantar desafinando”, celebra. Y anhela: “Colarse en esa tradición y que la gente en su casa saque una guitarra y cante una de mis canciones sería lo mejor que me puede pasar como artista”.
Aprendió la cultura del hip-hop en las calles, se graduó en la Facultad de Filosofía y escribió letras para Rosalía. En su álbum El Madrileño une las raíces flamencas, los ritmos latinos y la música electrónica. Tiene invitados como Andrés Calamaro, José Feliciano, Jorge Drexler y Toquinho.
El Madrileño es un ejercicio de regionalismo crítico que une las raíces flamencas, la escuela del trap y el hip-hop y los ritmos latinos. Un álbum transoceánico, que incluye una imponente lista de colaboraciones. José Feliciano, Toquinho, Pepe Blanco, Eliades Ochoa, Andrés Calamaro, Jorge Drexler, Gipsy Kings, Kiko Veneno, Niño de Elche y La Húngara son algunos de los artistas que aportaron a este álbum con destino de clásico. Quizás por eso, la portada es un retrato de C. Tangana (o de Antón, o de Puchito) pintado al óleo, con maestría, por el artista Iván Floro.
“Dos horas y media para el disco de mi vida”, escribió C. Tangana en su cuenta de Instagram la noche del 25 de febrero, antes de que el álbum llegara a las plataformas digitales. El éxito fue inmediato y arrollador. Y, ahora, el artista se muestra orgulloso. “Ha sido un trabajo muy duro. Han sido dos años muy locos llevando a cabo esto. Ha habido muchísimas dudas pero estoy muy contento. También estoy un poco cansado. Y no sé cómo estaría si hubiese salido todo fatal. Pero en verdad siento cierta paz porque ya he acabado el proceso y parece como que todo va muy bien, ¿no?”.
Aunque está en la cresta de una ola que combina popularidad, prestigio y una cierta cuota de polémica magnificada por el lugar de alta exposición que ha ocupado en los medios y las redes en los últimos meses, Antón parece haber levantado el pie del acelerador. Un modo, quizás, de escaparle a las exigencias de la fama. “Parece como que yo debiera ir un poco más rápido ahora, ¿no? Porque surgen muchas oportunidades, pero me lo estoy tomando con bastante calma. Sigo en Madrid, porque no se puede viajar mucho, y estoy cerca de la familia: no piso mucha fiesta, no piso mucho hotel. Si hace un año y medio yo hubiera tenido este éxito, hubiera sido peligroso para mi salud y para la de mis amigos. Pero ahora mismo me lo tomo con tranquilidad”.
Una conversación con C. Tangana
Se puede entender El Madrileño como un eslabón más en una saga de álbumes que establecen un árbol genealógico en la fusión del flamenco con otros lenguajes musicales. El listado, caprichoso e incompleto, incluye experiencias vinculadas al hip-hop, como Malamarismo (2007) de la Mala Rodríguez y Trabajito de chinos (2008) de La Shica, el mestizaje de Techarí (2006) de Ojos de Brujo, la experiencia jazzera de Martirio junto al trío del pianista Chano Domínguez en el indispensable Coplas de madrugá (1997), el blues gitano que inventaron los hermanos Rafael y Raimundo Amador al frente de Pata Negra en la década del 80, Achilifunk (2007), la compilación de gipsy soul de la década del 70 realizada por el diseñador y DJ Txarly Brown para el sello Lovemonk, el Jazz Flamenco del saxofonista Pedro Iturralde en los 60, acompañado por un jovencísimo Paco de Lucía, y hasta con las históricas grabaciones de 1956 del legendario vibrafonista Lionel Hampton en Madrid, fusionando el jazz y ritmos latinos, como el mambo, con las castañuelas de María Angélica y el piano del catalán Tete Montoliu como créditos locales.
Antón dice que no fue algo forzado. “Siempre he creído que el mestizaje no era lo mío. Nunca he sido fan de la world music, siempre me he sentido en otro sitio”, confiesa. “Pero de repente me ha llegado un momento en la vida, una perspectiva concreta que me hace meterme en este territorio y supongo que ahora sí pertenezco a este río. Creo que he llegado aquí sin saber muy bien cómo. Las referencias que reivindico son distintos artistas que yo he mezclado, pero no especialmente discos en los que se produce el mestizaje. Quizás Kiko Veneno, el que más. Pero del resto, todas mis referencias no son precisamente de música de mestizaje, pero sin dudas que el disco lo es”.
La Universidad y la calle
Cuando C. Tangana era un niño, se escuchaba mucha música en su casa. Su padre, especialmente, era fanático de Wilco, Bob Dylan y Johnny Cash, pero también sonaba Frontera (1999), de Jorge Drexler. Sin embargo, su patria musical es el hip-hop, que abrazó en su adolescencia, cuando rapeaba en los parques madrileños. “Yo creo que esa actitud siempre está ahí. Mi forma de escribir, mi forma de hablar, mi forma de andar, mi forma de vestir, todo está impregnado de esa cultura que fue mi primera y única herramienta. A partir de ahí he construido todo. Yo no sabía tocar, no sabía hacer nada”, explica. “Eso me ha dado mucha libertad y creo que eso lo mantengo. Esa es mi principal arma. Sigo manteniendo la honestidad a la hora de escribir, que supone que era la movida del rap, ¿no?”.
A pesar de que llevaba varios años en la movida del hip-hop, cuando terminó la escuela secundaria, Antón no se metió ni en un conservatorio, ni en una escuela de música. Se anotó en la carrera de Filosofía, y obtuvo el título de Licenciado. “No es que haya sido un gran estudiante, que haya ido a mucha facultad, ni que tenga un pozo gigante de la lectura de filosofía. Pero sí que algo de esto me ha ayudado”, explica. Y no se refiere a citar a filósofos en sus letras, sino a la planificación de su carrera artística. “Me enseñó a ser disciplinado con el trabajo y con la originalidad, por ejemplo. A tener una perspectiva cultural, también. Sin una perspectiva cultural no hubiera podido hacer un disco como El Madrileño, porque es ambicioso en cuanto a qué abarcar. En todas esas cosas que están un pasito por detrás del estudio y que tienen que ver con otra cosa que no es concretamente hacer música. Creo que mi perspectiva es la de alguien que se ha metido por el terreno de la filosofía”.
Mirá el especial de C. Tangana para NPR Tiny Desk (Home) Concert:
Por eso te quiero, pequeña Madrid
Para Antón, ser madrileño es una forma de estar en el mundo. En los puentes que ha trazado con otros estilos, especialmente con los del otro lado del Atlántico, nunca pretendió camuflar su identidad. “Yo no me acerco a la bachata poniendo acento dominicano, ni me acerco al tango poniendo acento argentino. Yo me acerco a todos los sitios con mi acento madrileño, y creo que es una forma muy honesta de viajar por el mundo y por las culturas, que quería dejar muy patente desde un principio”, explica.
–¿En qué rasgos te reconocés como madrileño?
–Yo creo que en casi todo. O sea, Madrid es una ciudad compuesta por inmigrantes. De hecho, nadie de mi familia ha nacido en Madrid. Hay un aspecto de la ciudad que tiene que ver con la tolerancia. Madrid es un lugar al que llegaba la gente más rara de los pueblos, los que no eran aceptados, para comportarse como ellos se comportaban, para sentir como ellos sentían. Una de sus identidades fundamentales es la acogida, la mezcla.
"Sigo en Madrid y cerca de la familia: no piso mucha fiesta, no piso mucho hotel. Ahora mismo me tomo este éxito con tranquilidad."
C. Tangana
–¿Y cuál es tu circuito en la ciudad?
–Uno de los lugares a los que más vamos últimamente es el restaurante El Landó, que es un restaurante mítico. También, si quieres probar el cocido madrileño, el restaurante Lhardy, que aparece en el clip de “Comerte entera”, que es uno de los más antiguos de la ciudad. Y te recomendaría también el Parque de la Quinta de los Molinos, donde me entrenaba cuando vivía en Quintana.
–¿Miraste la ciudad con otro ojos para hacer este disco?
Para hacer un imaginario visual de todo el álbum, volví a mirar a Madrid de una forma distinta. Volviendo a mirar los personajes cañís [de origen gitano], y sus actitudes, de una forma distinta. Esa es la gente y el tipo de cultura que trato de reivindicar.
El morro de Antón
Esta relectura de la cultura cañí es uno de los puntos que destaca el periodista José Manuel Gómez Gufi, una eminencia en el terreno del flamenco y las fusiones con distintos estilos. “Hasta ahora me interesaba más su pose que su música, pero con El Madrileño ha conseguido ser transparente y accesible para tres o cuatro generaciones de amantes de la música y eso se consigue haciendo buenas canciones”, expone. “Uno llega a pensar que es seguidor de mis mix-tapes para radiogladyspalmera.com o que ha hecho en el siglo XXI un disco comparable al Clandestino de Manu Chao. No hay ninguna duda de que tiene mucho morro. Al copiar y samplear ritmos y canciones de parecida manera a como lo hicieron los rumberos gitanos. Tiene tanto morro como los punks del 77, tiene mucho morro «sin cantar ni afinar» para enredar a infinidad de luminarias que le cantan estribillos imparables. Y cuando canta parece sincero («Demasiadas mujeres»). En cualquier caso confirma que tiene mucho morro, pero me gusta”.
El morro, en la jerga madrileña, significa atrevimiento. Y esa actitud, entre otras cualidades, es la que comparte con Niño de Elche, el cantaor con quien ha colaborado en “Un veneno” y “Tú me dejaste de querer”, dos de las piezas claves del disco. Desde Madrid, Francisco Contreras Molina, el nombre real del Niño de Elche, traza un perfil de su vínculo con C. Tangana: “En el sinfín de colaboraciones en que me he ido sumergiendo en los últimos años, las que hicimos con Antón van cobrando un espacio cada vez más relevante. No tanto por lo mediático, sino porque poder trabajar con él, poder presenciar desde dónde piensa, con quién se relaciona, sus intereses, ha hecho que se cumpla una de las máximas que para mí es importante a la hora de colaborar con alguien. Que esa experiencia haya hecho de ti un hombre nuevo. Y, en el caso de Antón, esta relación se cumple al 100%. Desde que colaboré con él por primera vez hace tres años, siempre reivindico su figura como una de las más relevantes para entender no solamente la concepción pop de nuestro país, de España, y de Latinoamérica, sino para entender parte de la historia de la música que nos ha estado ocupando y preocupando en los últimos años”.
"Me gusta interactuar con gente que hace cosas muy diferentes a lo que yo hago. La afinidad que tengo con Antón es el compromiso con las ganas de hacer algo realmente artístico."
Jorge Drexler
Antón conoció al Niño de Elche en el Museo Reina Sofía, cuando el cantaor realizó un concierto en la imponente sala donde cuelga el “Guernica”, de Picasso. “Yo estaba de casualidad en el museo. Le conocía y siempre me había impresionado su libertad, su inteligencia puesta al servicio de la irreverencia, como diría él. Y, aparte de esta locura de estilos y la libertad que tiene para pensar la música y el arte en general, es alguien conflictivo para los puristas. Él viene de estudiar una música popular, que es el flamenco, pero no es elitista. Eso me ayudó mucho a dejar que todo su conocimiento se pasase también a mi música. Compusimos juntos «Un veneno» y creo que no pude haber elegido mejor. Sin él no podría haberla hecho. Aparte, se ha convertido en un gran amigo y es uno de los grandes maestros que aparecen en el álbum”.
En un álbum plagado de nombres rutilantes, sobresale el de Jorge Drexler. Desde Madrid, la ciudad que habita desde mediados de los 90, el uruguayo sostiene que el vínculo con Antón ha sido una de las relaciones más lindas y creativas que ha tenido el último año. “Me gusta mucho interactuar con gente que hace cosas muy diferentes a lo que yo hago. La única afinidad que tengo que tener es en la manera de entender este trabajo. El compromiso con las ganas de hacer algo realmente bueno, realmente artístico. Y eso lo tiene Antón”, explica. “Entré en contacto con su trabajo a partir de las letras que escribió para El mal querer (2018), de Rosalía. Me llamaron mucho la atención esas cuartetas de octosílabos tan tradicionales. Entonces lo abordé en una entrega de premios en Las Vegas. Lo felicité y empezamos a charlar sobre la posibilidad de hacer algo juntos. Él también fue muy cariñoso conmigo y nos vimos muchas veces. Hemos escrito muchas cosas juntos. Tengo una que me guardo para mi propio disco, que saldrá en algún momento”.
Drexler destaca como una de las virtudes de Antón el saber rodearse y hacer un trabajo creativo a nivel colectivo. Está feliz de participar en un disco clave para una generación, que traza puentes entre España y América, y entre las músicas de raíz y las vanguardias. Pero haber escrito una canción como “Nominao” lo pone exultante. “La noche de la entrega de los últimos Latin Grammy estaba nominado y tenía que hacer tiempo hasta las cinco de la mañana. Entonces lo invité a Pucho para estar juntos, porque no hay nada peor que estar esperando una entrega de premios a distancia sin hacer nada. A lo largo de la noche nos pusimos a escribir y salió este ejercicio de metarrealidad. Una canción que habla sobre el acto de escribir una canción en el momento de una entrega de premios. Estoy muy orgulloso del resultado”.
Antón se sonríe cuando escucha a su amigo y cuenta: “Con Jorge pasó algo muy especial. Le enseñé el disco antes de que estuviese terminado y compartimos mucho tiempo en Madrid. No es que fuimos solo una vez al estudio. Siento afinidad con él, es una amistad que ha pasado a otro nivel. Le he abierto las puertas de mi casa, y hemos compartido guitarreadas y madrugadas. Él entiende todo. Estamos en el mismo punto en el nivel de compromiso con lo que escribimos. Para mí, el compromiso que tiene con la canción solo es aplicable a los antiguos cantautores –incluso a la canción de protesta– y a los raperos. Somos la única gente que nos tomamos tan en serio las barras”.
En el estudio, suele aplicar lo que aprendió de artistas de reggaetón, que piensan una colaboración, escriben la canción, la graban y en cuatro horas está lista. “En el estudio tengo un cohete en el culo”, grafica. Y, cuando pronuncia la frase, es imposible no asociarla con otra de una canción célebre (“tengo un cohete en el pantalón”), el fragmento de “Mil horas” que Andrés ro incluyó en “Hong Kong”, el tema que los tres (C. Tangana, Drexler y Calamaro) compusieron juntos en una reunión cumbre de la canción contemporánea.
Evitando el punto en que las noticias musicales se cruzan con las revistas del corazón, Antón (que fue pareja de Rosalía) señala que es un honor haber participado de El mal querer, en un equipo que incluía a Raül Refree y a El Guincho en la producción. “Siempre pensé que Rosalía iba a ser una de las artistas más grandes de mi generación y creo que lo está demostrando. Lo que más me gusta de mi trabajo es juntarme con artistas increíblemente buenos”.
El Madrileño es una obra conceptual que trasciende el formato del objeto antes llamado disco. Cada una de sus canciones tiene un correspondiente clip que, visto de corrido, es casi como una película.
Ese afán de armar equipos lo hizo asociarse con Santos Bacana [el realizador Álvaro Santos, residente en Los Ángeles], con quien fundó la productora Little Spain. Juntos hicieron de El Madrileño una obra conceptual que trasciende el formato del objeto antes llamado disco. Cada una de sus canciones tiene un correspondiente clip que, visto de corrido, es casi como una película. Pero la productora está en proceso de expansión. “Ahora, la vida de Little Spain es muchísimo más larga que la de este disco e, incluso, que la mía como artista. Tenemos muchas ambiciones. Entre ellas, por supuesto, están la ficción, las series y el cine. Nos interesa mucho la música y la cultura en español, y creo que nos vamos a dedicar a todo eso”.
A los 30 años, Antón se siente un artista maduro. Y, en ese proceso, la búsqueda de su identidad en las raíces flamencas fue la clave para hacer un disco de impacto global y que ha cosechado elogios de la prensa especializada en buena parte del mundo. “Yo he intentado hacer música extremadamente contemporánea y que se centrase en la tendencia durante mucho tiempo, y siento que mi madurez musical ha tenido que pasar hambre de tradición para poder hacer ahora una obra vanguardista”, afirma. Y celebra la paradoja: “Cuando no estás intentando hacer un disco exitoso, resulta que es el disco más exitoso de tu carrera. A veces, nos despejamos de lo que estamos obsesionados y es cuando surge eso mismo. Cuando no estás intentando pegar con una canción, resulta que haces las canciones que más conectan con la gente”.