La batalla urbana y cotidiana frente al calentamiento global.
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Los del team verano tienden a tomárselo con sorna, pero el calor es un tema importante. Los últimos años fueron los más calientes de la Tierra desde que se tiene registro y no es estúpido pensar que en el futuro los termómetros seguirán batiendo récords.
A medida que el planeta se recalienta, las temperaturas extremas se vuelven más probables y más intensas. Se resienten rutas, edificios enteros, sistemas de energía. Aparecen riesgos de sequías e incendios forestales. Y luego está el cuerpo. El documental de la BBC Life at 50C explora lo que en diferentes ciudades del mundo sucede ahora que esas marcas térmicas se duplicaron: en el capítulo mexicano se puede ver cómo un joven casi deja la vida en el pavimento hirviente hasta que la gente de la Cruz Roja lo salva de un duchazo. “En el examen interno de las muertes por golpe de calor encontramos cocción de órganos”, describe con elocuencia el jefe del servicio forense del lugar.
Vale la pena debatir cómo vamos de aquí en más a distribuir ese incalculable bien llamado “fresco”: ¿Habrá centros comunitarios de enfriamiento, enormes rociadores en las veredas, piletas para todos y todas?
Algo que casi no se tiene en cuenta son los árboles: la plantación de una cubierta vegetal mejoraría el hábitat urbano de forma sensible. Pero ese activo tampoco se reparte por igual: en Buenos Aires no es lo mismo encontrarse en Melián y Olazábal que en Corrientes y Callao, o incluso Puerto Madero, donde ni el más potente de los splits es capaz de aniquilar esa emoción de “ya nada me interesa” que parece emanar cada vez que hace tanto, tanto calor.