“Mejor que el silencio, solo João Gilberto”: esta frase de Caetano Veloso siempre me pareció inquietante. Me he preguntado si quienes vivíamos en las ciudades podíamos llegar a tener la experiencia del silencio total o si es que cuando esto sucediera quedarían resonando en nuestros oídos los ecos y los fantasmas de la vida urbana, hasta que el primer período de aislamiento me enfrentó al estupor de sentir la ausencia total de ruidos de la calle. Ese silencio atronador dejó en evidencia el contraste de vivir permanentemente sometidos al ruido blanco que provoca la ciudad.
Según informes realizados prepandemia por empresas como la alemana Mimi Hearing Technologies o la estadounidense CityQuiet, la Ciudad de Buenos Aires se encuentra dentro de las 10 ciudades más ruidosas del mundo junto a Karachi (Pakistán), Shanghái (China), Nueva York (Estados Unidos), Madrid (España), Tokio (Japón), Delhi (India) y El Cairo (Egipto), entre otras. Para que se den una idea de lo que significa vivir en este tipo de ciudades: la Organización Mundial de la Salud considera ruido cualquier tipo de sonido superior a los 65 decibeles (dB) durante el día y 55 dB durante la noche; por encima de este nivel, el sonido resulta pernicioso para el descanso y la comunicación. En función de la legislación imperante, el gobierno porteño implementó el “mapa del ruido”, a partir de la instalación de 5 estaciones de monitoreo que permiten medir de manera simultánea lo que sucede en aproximadamente 162 puntos geográficos. La información se mide en franjas horarias: por un lado, el mapa diurno, para el horario de 7.01 a 22 y, por el otro, el mapa nocturno, que muestra los niveles para el horario de 22.01 a 7. Los resultados son alarmantes: el promedio diurno de ruido en la ciudad suele oscilar entre 75 y 80 dB y las diferencias con el nocturno bajan solo entre un 5 y un 10%.
Los efectos de una exposición frecuente al ruido van desde daños auditivos irreversibles hasta la dilatación de las pupilas y parpadeo acelerado, agitación respiratoria, aceleración del pulso y taquicardias, aumento de la presión arterial, entre otros.
Los efectos de una exposición frecuente, y durante tantas horas, a un volumen de más de 60 dB van desde daños auditivos irreversibles hasta la dilatación de las pupilas y parpadeo acelerado, agitación respiratoria, aceleración del pulso y taquicardias, aumento de la presión arterial, dolor de cabeza, menor irrigación sanguínea y mayor actividad y tensión muscular. El estrés de vivir en la ciudad se puede explicar también al conocer estos datos.
Cuando desagregamos cómo está compuesto ese océano de sonidos estridentes en el que nadamos cotidianamente, podemos encontrar un parque automotor masivo, el estado de las calles, edificios que no absorben el impacto sonoro, las obras en construcción, las actividades y los locales de ocio y esparcimiento, la falta de planificación y control estatal, una cantidad de espacios verdes por debajo de lo recomendado por los organismos internacionales, y el ruido del transporte público y de los camiones. Para ser más preciso, solo un colectivo emite 70 dB al andar alcanzando picos de más de 120 en algunas esquinas y todavía no hablamos de la escucha por auriculares, cuya utilización se vuelve mucho más presente por el aumento del trabajo a distancia o las clases virtuales.
Investigadores tanto de la OMS como de la UBA advierten que la pérdida de la audición y demás afecciones que impactan sobre nuestra calidad de vida son prevenibles. Requieren mayor participación ciudadana, ciertas modificaciones en las formas de insonorización de nuestros hogares y lugares de trabajo y cambios hacia hábitos más saludables, teniendo en cuenta que la OMS recomienda que los niveles de ruido durante el día no excedan los 55 dB y por la noche los 40 dB, para prevenir sus efectos adversos sobre nuestra salud. O será cuestión de buscar conscientemente eso que John Biguenet describe en su libro Silencio (Ediciones Godot): “Aunque el silencio nunca deje de eludirnos, la noción de un supuesto vacío es, como el cero (ese símbolo provisorio), un objeto de una utilidad inagotable, y de un valor que no para de aumentar en un mundo clamoroso”.
*Asesor urbano. Gestor de ciudades y agitador cultural. Trabajó en 109 ciudades y flaneurió otras 80 en 20 países. Le gusta más descubrir lo que las iguala que lo que las diferencia.