Al inventor de la Copa del Mundo le preocupaba que la competencia se convirtiera en un negocio. ¿Qué pensaría del próximo Qatar 2022?
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En el año del Mundial más futurista, impredecible y millonario de la historia, el de Qatar 2022, parece un chiste, pero no lo es: por haber salido campeones del mundo en México 1986, Diego Maradona y el resto de sus compañeros recibieron US$33.000 de premio. Aún más insólito resulta comprobar cuánto habían cobrado los argentinos que jugaron el Mundial 66: entre Adidas y Puma les dieron US$145 al capitán de Argentina, Antonio Ubaldo Rattín, y a cada uno de sus compañeros para que utilizaran sus botines.
Así era el fútbol en la segunda parte del siglo pasado, no solo en Argentina. A la selección más artística de la historia, Brasil de 1970, la FIFA la premió con US$600.000 por ser campeón, y ni siquiera netos, sino brutos: la Confederación brasileña tuvo que pagarse por su cuenta los pasajes desde Río de Janeiro, los hoteles en México, la comida y los traslados internos.
Al comienzo de la historia, también parecen una broma los US$1725 que recibieron los italianos por ganar el Mundial 34. Y ni hablar de aquella preocupación de Jules Rimet, el inventor de las Copas del Mundo y presidente de la FIFA entre 1921 y 1954. “Cuidado, el fútbol se está transformando en un negocio”, alertó el francés a comienzos de la década del 50, cuando los Mundiales aún no eran televisados (y ni siquiera tenían mascota). Justo el dogma contrario al que cultivarían João Havelange, Joseph Blatter y Gianni Infantino, los últimos tres dueños de la pelota.
João Havelange y Joseph Blatter transformaron el fútbol en aquello que horrorizaba al creador de los Mundiales: una de las principales industrias sin chimeneas del mundo.
Havelange y Blatter (exdirector de Marketing de la empresa de relojes Longines, que se vinculó de casualidad con los deportes al tener que cronometrar los Juegos Olímpicos de 1972 y 1976, donde conoció a Havelange) transformaron el fútbol en aquello que horrorizaba al creador de los Mundiales: una de las principales industrias sin chimeneas del mundo.
Aunque hoy suenen a migajas, a centavos, los ingresos se multiplicaron Mundial a Mundial: la asociación uruguaya registró un superávit de US$225.000 en 1930. En Chile 62, ya hubo un beneficio de US$3.900.000. En México 70, la ganancia fue de US$9.487.553. En Alemania 74, de US$16.400.000. En España 82, de 66 millones. En México 86 subió a 88 millones. Y, en Italia, a 130 millones. Pero el fútbol terminó de explotar entre Estados Unidos 94 y Francia 98, cuando los derechos televisivos avanzaron a velocidad supersónica.
Entre esos dos Mundiales, la pelota encontró su big bang: en Italia 90, la FIFA recaudó US$70 millones por las imágenes, una insignificancia con respecto a Corea-Japón 2002 (1200 millones), Alemania 2006 (1700 millones) y Sudáfrica 2010 (2800 millones). Si los derechos comerciales de Brasil 2014 se vendieron en US$3800 millones, según estimó la FIFA, en Qatar 2022 superarán los US$5000 millones.
Desde hace rato que el fútbol ya parece una excusa dentro de la corporación de los Mundiales. Acaso el primer ejemplo haya sido en Alemania 2006, cuando el brasileño Ronaldinho jugó una calamidad, pero fue el hombre que más dinero facturó. La Copa del Mundo es cada vez más una pasarela. FIFA exprime, vende y multiplica un fabuloso negocio llamado fútbol: desde el Mundial de Estados Unidos 1994 hasta aquí, el viejo juego de la pelota se convirtió en un brazo armado del capitalismo. Las figuras trabajan un día a la semana como deportistas y los otros seis son modelos multinacionales.
“Cambió la visión sobre el fútbol y los futbolistas. Nosotros éramos solo futbolistas. Hoy, un jugador es un modelo social, un modelo publicitario, un foco mediático mundial”, resumió Jorge Valdano, campeón del mundo en 1986, hoy analista en medios. “Los jugadores son los sacerdotes y los hinchas-feligreses llenan las iglesias, pero los dueños del negocio son otros: el poder del dinero pasa por la televisión y la publicidad”, teorizó el escritor español Manuel Vázquez Montalbán.
Italia 34 ya se transmitió por radio. Y la tele llegó en Suiza 54: ocho países crearon Eurovisión y armaron un pool que incluía una entrevista al papa Pío XII, las 24 horas de Le Mans y algunos partidos del Mundial. Pero recién en Suecia 58, justo con la Navidad del fútbol (el nacimiento de Pelé), se transmitieron todos los encuentros. Los goles vía satélite se inauguraron en Inglaterra 66. Las imágenes a color, en México 70. El fútbol como negocio comercial, mediático y espiritual ya era irreversible y los países que quisieron jugar los Mundiales se multiplicaron.
Para las Eliminatorias de Chile 62 se inscribieron 56 selecciones; para las de México 70, 75; y para las de Alemania 74, 99. “El deporte está hecho solo para la televisión”, dijo Umberto Eco, poco proclive a la actividad física, pero aceptando el fenómeno de masas. ¿Qué habría dicho de las redes sociales y, sobre todo, de este enigmático Qatar 2022?