A fines de los 80, entre la posdictadura y la pizza con champagne
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Entre calles adoquinadas en bajada y veredas estrechas exentas de todo charme, un grupo de estudiantes de la Escuela de Bellas Artes Manuel Belgrano fundó en 1989 el bar Bolivia. Sergio De Loof, Alfredo Larrosa, Andrea Sandlien, Nelson López, Alejandra Tomei, Beto Couceiro y Marula Di Como abrieron este emblemático bar en México al 300, en el corazón de San Telmo, uno de los barrios más tradicionales y bohemios de la Ciudad de Buenos Aires, un espacio de la noche porteña que trascendió en el tiempo como un mito a pesar de que apenas duró poco más de un año. Bolivia quedó simbolizado en la figura de Sergio De Loof (1962-2020), un artista con el don del liderazgo, que desafiaba a sus compañeros a ir más allá de las posibilidades que podían quedar encuadradas entre las paredes de su proyecto. Así, una peluquería comandada por el estilista avant-garde Flip Side, un canal de televisión, comidas tradicionales a precios populares y distintas prácticas estéticas armaron la esencia que reflejaba un momento de recambio en el arte argentino en plena hiperinflación. Bolivia sirvió de puente entre la posdictadura y los años 90. “En ese momento, el arte no pasaba por las galerías, sino por la noche; nos queríamos conocer. Nadie estuvo tan en su tiempo como yo en mis desfiles de moda y mis clubs. Conocerse en un club como los míos también era una forma de arte, lugares que reflejaron que el arte pasó por diferentes formatos”, declaraba De Loof a fines de 2019, mientras preparaba su primera exhibición antológica en el Museo de Arte Moderno, que inauguró cuatro meses antes de su muerte, ocurrida en marzo de 2020.
A fines de los 80, entre la posdictadura y la pizza con champagne, un grupo de estudiantes de Bellas Artes, liderados por Sergio De Loof, fundó el bar Bolivia y creó una nueva estética en la noche porteña.
Treinta y un años atrás, en marzo de 1989, la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires organizó en el Centro Cultural Buenos Aires la primera Bienal de Arte Joven. Allí, la moda aplicaba como disciplina artística. Los desfiles se desarrollaron en la Plaza San Martín de Tours, frente al Centro Cultural Recoleta, y un puñado de artistas que circulaban por la noche porteña llevaron sus propuestas del off al circuito oficial. Los creadores que inspiraron a De Loof para sumar la moda en Bolivia fueron Gabi Bunader, Gabriel Grippo y Andrés Baño: él quiso reproducir esa atmósfera de libertad creativa vivida en la Bienal. Así fue como los convocó para convertir el bar en un punto de encuentro. En el multiespacio se gestaron los desfiles y las prácticas estéticas que luego circulaban por la noche under de la ciudad. Los diseñadores de la Bienal definieron la base de las manifestaciones artísticas desarrolladas en Bolivia. Se fueron sumando otros hacedores que nutrieron con propuestas diferentes los límites entre arte y diseño, como Mónica Van Asperen. En 1990 se incorporaron al grupo Kelo Romero, Cristian Delgado (quien luego adoptó el nombre Cristian Dios) y Pablo Simón.
Buseca y vino tinto
Las letras en cursiva del cartel del bar Bolivia servían de prólogo a una pancarta donde se leía la especialidad de la casa: “latin american food”. Los martes se servían guisos, locros y otros platos populares, regados con abundante vino tinto. En el espacio se contemplaban muestras de arte, cuadros religiosos, carteles publicitarios y hasta un provocativo collage con la foto de Adolf Hitler rodeado por la imagen del dibujito japonés Hello Kitty. Esas paredes de ladrillos, además, servían para proyectar videoclips. Las mesas estaban acompañadas por la iluminación lúgubre que irradiaban las lámparas de kerosene, velas y arañas de cristal, objetos encontrados en el Ejército de Salvación. De esta manera se armaba una atmósfera que mixturaba el kitsch y el glam dado en una ambientación romántica signada por la amabilidad que se respiraba en el lugar. “Nos producíamos de maneras creativas y artísticas para expresar nuestra identidad en esa activa vida social. Dicho en términos actuales, empezábamos a tener conciencia del aspecto performático de las identidades. En ese momento no lo conceptuábamos así, pero se pueden leer en esa clave muchas expresiones de esos años. Estaba muy presente el humor, nos divertíamos, y eso contribuía también a no tomarnos tan en serio las típicas convenciones ni la idea que teníamos de nosotros mismos”, recuerda Erika Escoda, fotógrafa y gestora cultural.
Los procesos artísticos también formaron parte de esta coyuntura. Al montarse como diseñador, De Loof también mostró un distinguido gusto como decorador de ambientes. Su métier era trabajar con materiales que encontraba en las visitas al Cottolengo Don Orione. En sus manos, esos cachivaches y elementos retro se convertían en piezas únicas. Al fundar Bolivia, De Loof no tenía inquietudes en la moda, pero el desfile de Baño en la Bienal lo motivó para gestar una identidad como diseñador. “Vi dos chicas besándose en el desfile de Andrés y eso me liberó. Para mí, que era gay, que había sufrido tanto, fue liberador. Ahí empezó a interesarme. Bunader, Baño y Grippo representaban a un tipo de persona, entonces yo tomé todo lo que ellos no habían hecho y lo convertí en mi estilo”, rememoró Sergio De Loof, quien ese mismo año debutó con el desfile “Latina Winter by Cottolengo Fashion”. En esa ocasión, Bolivia se mudó al Garage H Argentino, un loft ubicado enfrente que era propiedad de Evelyn Smink, en ese momento esposa del intendente de la ciudad Facundo Suárez Lastra y amiga de De Loof. Los habitués de Bolivia participaron como modelos de esta gran puesta que contó con 70 personas que salieron del bar y tomaron la calle como pasarela hasta llegar al escenario, frente a unos 2000 espectadores. Comenzaban las noches multitudinarias, cuyas historias luego salían relatadas por la escritora Laura Ramos en su columna “Buenos Aires me mata”, que publicaba cada viernes en el Sí, el entonces influyente suplemento joven del diario Clarín. “Amigo, había setenta tipos sobre la pasarela, setenta tipos humanos, setenta culturas: Luis XV, el acid house, María Antonieta y un pulgón atómico, una geisha y las mellizas cuyo ícono es Boy George, la que se viene al centro desde Pacheco en tren, el chico que se parece a Rick Astley y el disco de Rick Astley, allí había citas a Bunader, Grippo y Baño. Amigo mío, Sergio De Loof, inspirador de Bolivia, madre de los setenta tipos que dibujaron sus sueños sobre la pasarela, hizo una orgía de la moda esa noche”, escribía sobre esa noche Laura Ramos. En esos desfiles, Baño, Bunader y Grippo oficiaron de anfitriones.
A la vuelta del bar estaba el Parakultural, así que se había vuelto habitual que Batato Barea y Alejandro Urdapilleta arrasaran sobre la pasarela tras sus actuaciones en el sótano de la calle Venezuela. También participaba de la movida el DJ Cristian Trincado, y tocaba El Corazón de Tito, la banda liderada por Kelo Romero que contaba con Daniel Melero como invitado. Allí dieron sus primeros pasos los DJ Carlos Alfonsín y Carla Tintoré, el iluminador y ambientador Sergio Lacroix, el fotógrafo Gustavo Di Mario y las productoras Simona Martínez Rivero y Pamela Pam. El artista Sergio Avello circulaba como parte del grupo, incluso se ocupaba de los looks en los desfiles de Andrés y Grippo. “Bolivia quedaba a la vuelta del Parakultural, pero la propuesta era totalmente distinta. Se fundó en 1989 y marcó el pulso de lo que iba a venir en los 90. La diferencia fundamental era que el Parakultural o Cemento seguían muy amarrados a la new age, al pospunk, a todo eso; en cambio, Bolivia iba por otro lado, al posmodernismo, como le decíamos en ese momento. Dejar las ropas negras y empezar a utilizar ropas de colores. Hasta la música era diferente. Recuerdo que había un tocadiscos donde pasaban boleros”, evoca el artista multifacético Peter Pank.
“En ese momento, a fines de los 80, el arte no pasaba por las galerías, sino por la noche; nos queríamos conocer”, recordaba Sergio De Loof en 2019.
Bolivia nació como respuesta a los bares de la época. Entre el rock y el teatro, mediaba la atmósfera autogestiva del flamante espacio. Como en Cemento no los dejaban entrar gratis y el Parakultural vendía vino de caja y tenía un ambiente punk, el grupo de estudiantes de Bellas Artes que lo regenteaba cambió el tetrabrik por la damajuana y ambientaron esa especie de bodegón galáctico con hallazgos propios de una casa. “Lo mío fue tipo guardia de hospital. Pasaba por las mesas y preguntaba si estabas bien, o qué te gustaría comer”, evocó De Loof cuando lo entrevisté en 2018.
“Los pizarrones dibujados con tizas de colores que tanto se ven hoy en las cervecerías salen de Bolivia”, recuerda Freddy Larrosa, uno de los socios que también repone el gesto de hacer mesas colectivas o de correrlas para convertir el espacio en una discoteca. “Todas ideas que surgen en ese contexto, estéticas dadas en un grupo de arte que se fue formando y siempre pinchados por De Loof”, dice Larrosa.
“Compraba pelotas de telgopor y hacía collares. Estaba MTV, que nos rompió la cabeza. Estaba de moda Benetton, ¡Madonna nos inspiraba! Yo tomaba de eso. Todo esto fue muy importante en esa época para nosotros, es como ahora Netflix. Era el objetivo. Veíamos moda, cosas llenas de fashion que nos hacían sentir menos freak”, decía Sergio De Loof, evocando su construcción estética.
Rayos catódicos y eventos musicales
Bolivia tuvo su propio canal de televisión. Era el momento estelar de MTV y la cultura del videoclip marcaba la época. Así fundaron Bolivia Canal Creativo “BCC”. En el archivo del bar que está custodiado por la Fundación IDA rescataron 100 cintas con varias postales históricas: Fito Páez entrevistado por Kelo Romero presenta su disco Tercer mundo, La Portuaria y algunos habitués de Bolivia se filmaron cantando la canción “Marcando el ritmo al caminar”, del álbum Rosas rojas. Esos VHS circulaban entre el público, al que llevaban a la barra y filmaban presentándose con nombre y teléfono, conformando, de esa manera, la agenda de clientes del bar.
Otras de las apuestas fueron las performances que hacía Cristian Dios. Junto al fotógrafo Gustavo Di Mario intervinieron una presentación de X-Tanz, la banda que Adrián Dárgelos y Diego Tuñón habían formado antes de Babasónicos. “X-Tanz tocó una única vez en Bolivia porque a De Loof no le gustaban. Entonces aproveché que él se había ido de viaje y me había dejado a cargo del arte del bar para convocarlos. Ya no eran solo Dárgelos y Tuñón, sino que estaban todos los integrantes de los Babasónicos. Tocaron en el entrepiso, en el mismo espacio donde Flip Side cortaba el pelo. Proyectamos películas super-8 sobre sus conjuntos íntegramente blancos de camiseta y calzoncillo largo”, recuerda Cristian Dios, que por aquella época experimentaba con los fashion clips por la noche y durante el día asistía al diseñador Pedro Zambrana en la fábrica Alpargatas.
Un evento fortuito ofició de plataforma de despegue para un proyecto under. “Javier Lúquez, el relacionista público, pasó por la esquina de El Dorado y vio una cortina drapeada, gris, sucia, que encontré en el Cottolengo. Javier tocó la puerta y preguntó quién hizo esto. Y ahí empezó todo. Nos llamaron de todos lados, de Patio Bullrich, de los programas de Teté Coustarot, Susana Giménez… empezamos a ser mainstream”, me contó De Loof.
“Otra cosa que pasó con Bolivia y con todas las propuestas de De Loof fue que empezó a llamar la atención fuera del under. La gente que no formaba parte del under, como artistas, famosos, quería ver qué pasaba en esa efervescencia, y también la prensa. Me acuerdo de una nota en la revista Claudia donde nos habían sacado fotos; nos sentíamos top models, todos terminamos en una producción de revista de moda, que era algo impensable hasta ese momento porque era un bar pequeño. De Loof tenía esa visión, esa edición del collage, de juntar lo rico con lo pobre, o hacer de lo pobre lo rico”, rememora Peter Punk, quien define al bar como germen de una época maravillosa, de brillo y descubrimiento total. El bar Bolivia cerró en 1990, cuando a De Loof le ofrecieron decorar El Dorado, una disco que inauguró en 1991 sobre la calle Hipólito Yrigoyen 947. “Creo que Bolivia fue el primero de todos los bares y restaurantes que vinieron después, como El Dorado, Morocco, la Age of Communication de Juan Calcarami. Fue la consumación de todo ese espíritu artístico social. Es importante mencionar los antecedentes del Einstein y Cemento de Omar Chabán, primeros grandes centros de reunión de artistas en lugares de recreación. También a principios de los 90 comenzaron las Fiestas Nómades en el club Eros. O sea, ebullición constante de creatividad social, intercambios y lugares de pertenencia que tuvieron a Bolivia como puntapié”, destaca Erika Escoda. Mientras que a Bolivia le bastó un año para convertirse en leyenda, El Dorado marcó una nueva etapa. Le seguiría Morocco, dos años después, también con De Loof al frente. La movida under que pululaba por San Telmo pasó al barrio de Monserrat y allí se mezclaban con el jet set porteño, Teté Coustarot, Susana Giménez, Franco y Mauricio Macri, más algunas de las celebridades como Madonna, Boy George, Andy Bell de Erasure y otras estrellas locales que ilustraban las páginas de sociedad de las revistas semanales en la década menemista.