Desde la pareja Federer-Vavrinec hasta la mítica Comaneci-Conner, duplas que se formaron al calor de las mayores competencias deportivas
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Roger Federer conoció a su mujer, Mirka Vavrinec, en la villa olímpica de los Juegos de Sídney 2000. Ella también era tenista en representación de Suiza, el país en el que vivió desde chica tras haber nacido en Eslovaquia, y sus dos derrotas consecutivas debieron ser las más aprovechadas de la historia: Mirka perdió 6-1 y 6-1 en su debut, pero consiguió el gran triunfo de su vida amorosa. Se casaron en 2009 y tienen cuatro hijos.
Que los Juegos siempre fueron escenarios de romances (y de peleas) lo comprueba que, en Helsinki 52, el atleta checoslovaco Emil Zatopek comenzó su relación con la hija del general comunista que entrenaba al mítico corredor. Era una lanzadora de jabalina, Dana Ingrova, y la leyenda cuenta que, cuando Zatopek ganó una medalla de oro, Dana se la sacó, la escondió en su bolso y le dijo: “Me va a dar suerte”. Entre ambos terminarían ganando siete medallas y una familia.
Los casos se multiplican en la historia. Ya en Los Ángeles 84, Florence Griffith conoció a Al Joyner, campeón del salto triple, y pasó a ser conocida como Florence Griffith-Joyner, después tricampeona de velocidad en Seúl 88. En Atlanta 96, la infanta Cristina, deportista de vela, conoció a un jugador de handball, Iñaki Urdangarin, y comenzaron una relación que terminaría con un escándalo de malversación y fraude que salpicó a la corona española. Otra vez en Sídney 2000, los atletas estadounidenses Marion Jones y Tim Montgomery se convirtieron en la pareja más rápida: ambos eran récord mundial de velocidad. Tuvieron un hijo y se divorciaron. ¿En cuánto correrá ese chico? Aunque si hablamos de amores olímpicos, ninguno como el de la inigualable Nadia Comaneci y Bart Conner, gimnasta medalla de oro en Los Ángeles 84, que se casaron en 1996.
Algo salió mal
También está el caso inverso, de deportistas que insólitamente debieron aclarar que supuestas peleas conyugales durante los Juegos no perjudicaron su actuación deportiva. En lo que también tendría que ser visto como una mirada machista del periodismo, la nadadora argentina Georgina Bardach, medallista en Atenas 2004, salió a declarar que su discreta actuación en Pekín 2008 no había sido por una pelea telefónica con su novio, un voleibolista que no estaba en Pekín. Bardach lo negó con énfasis: “Discutí con él, pero hace 18 años que nado y nada me influyó. No voy a nadar mal porque me pelee con mi novio”.
Más allá de los Juegos Olímpicos, los ejemplos de romances entre deportistas son múltiples. Dos jugadores de hockey sobre césped, Jorge Lombi y Carla Rebecchi –que también fueron olímpicos–, armaron su familia. Dos deportes que se suelen llevar muy bien son el hockey y el rugby (ejemplificado en Magdalena Aicega y Mariano Lorenzetti, que tuvieron dos hijos), pero acaso la relación más conocida entre argentinos sea la del futbolista Fernando Gago y la tenista Gisela Dulko, que se casaron en 2011.
En el mundo, el matrimonio que más perdura es el de Steffi Graf y Andre Agassi. Entre la belga Kim Clijsters y el australiano Lleyton Hewitt ocurrió lo contrario: tenían fecha de casamiento cuando la relación se rompió. Igual, más pesada fue la historia entre otros dos número 1, Jimmy Connors y Chris Evert. En su autobiografía, publicada en 2015, Jimbo sacó a la luz –sin el consentimiento de ella– un aborto en 1974, poco antes de la ruptura. Cinco años más tarde, en 1979, y tras haberse conocido en Wimbledon, Chris se casó con un tenista británico, John Lloyd, y durante los nueve años que duró el matrimonio pasó a ser llamada Chris Evert-Lloyd.
Otra tenista, Caroline Wozniacky, tenía fecha de casamiento en 2014 con el número 1 del golf, el norirlandés Rory McIlroy. La boda había sido anunciada en Twitter, pero fue cancelada pocas semanas antes de su concreción por el golfista. La respuesta de Wozniacki fue deportiva: el mismo día en que estaba planeado su casamiento, se fue a correr la maratón de Nueva York.