Hace unos días volví a ver Coco, de Pixar. Debo reconocer que le propuse el plan a mi hijo más por mí que por él: como sucede con los cuentos que nos leen de chicos antes de dormir, hay historias que nos ayudan a exorcizar miedos, fantasmas, estados de ánimo.
Si bien nos esperanzamos con cada nueva vacuna que se aplica, no soy original si digo que el clima tanático nos rodea (qué difícil es escribir la palabra muerte). Incluso una nota que pretendíamos alentadora para esta edición (cómo hizo Israel para alcanzar cierta normalidad pospandémica) se fue oscureciendo a medida que avanzaba el mes. Ya no se habla de virus, sino de misiles. Ojalá que cuando ustedes me lean desde el futuro, mañana sea mejor, como decía el Flaco.
Volviendo a mi pequeña burbuja, hay algo que buscamos quienes no creemos en ningún dios (o dejamos de hacerlo en algún momento): un sentido al fin. Si no hay más allá, ni reencarnación, ni transmutación, ni siquiera un espiral dantesco de nueve círculos que nos eleve o hunda de acuerdo con nuestros pecados, ¿qué hay? ¿Se puede pensar en la nada sin desesperar? ¿Se puede llenar esa nada?
Me consuela pensar que la respuesta podría ser tan sencilla como la trama de una película para chicos: permanecemos en los recuerdos de los vivos. Hace exactamente una semana murió Luis Gruss. Escritor, poeta, periodista y, sobre todo, maestro. En mi caso, fue el primero que confió en mí como periodista. Era 2003 y volvía el entusiasmo por un oficio al que los años 90 habían convertido en una vidriera de chismes y espectáculos, pizza y champán. Luis, docente en TEA, me llamó y me dijo que iba a abrir una revista con Adolfo Castelo como director, que se llamaría TXT y que buscaban pasantes. Me recomendó y así empecé.
Fue lo primero que me vino a la cabeza cuando me avisaron lo que había pasado. Luis ya no estaba, pero había reaparecido en mis recuerdos: como si no hubieran pasado 17 años desde aquel llamado, escuché su voz. Lo mismo sucedió en un grupo de wasap que compartimos con algunos excompañeros: se empezaron a encadenar las anécdotas y nos dimos cuenta de lo importante que había sido Gruss en nuestras vidas. Y que volvía a ser. Diego Skliar fue quien mejor supo decirlo. Escribió esto en sus redes:
“Fui su alumno de Entrevista en la carrera de Periodismo, asistí algunos años a su taller literario, corrigió mis dos libros de prosa poética y realizó una columna en la primera temporada del programa que conduje en FM La Tribu.
En la primera clase apagó la luz y dijo que el periodismo era una habitación oscura y solitaria. Interrumpió así la continua producción que se trataba de inculcar en la carrera. Aprendí muchas cosas de él que hoy aplico y enseño. De hecho, pocas horas antes de enterarme de su muerte, escribí a un grupo de estudiantxs privadxs de libertad que piensen preguntas concretas para obtener respuestas concretas. La mejor pregunta es: ¿Qué hora es? Eso lo dijo Luis.
Una vez me reprobó por no obedecer la consigna. Había que entrevistar a un trabajador en relación de dependencia. Antes habíamos visto en clase un programa de Fabián Polosecki. Fui a entrevistar a un florista frente al cementerio de Chacarita que resultó ser autónomo.
Por él entré a Kafka, Pizarnik, Carver, Pavese, Di Benedetto, Teillier, Chandler, Stanislaw Lem y tantos otrxs. Hacía frío en esa ronda en el departamento de Castro Barros, donde compartíamos lecturas y después leíamos en voz alta nuestros textos. No recuerdo si entre las hojas y los libros paseaba un gato o eran mil. Hace poco pasé por ahí, pensé en tocar timbre, seguí de largo.
La columna que hacía en La Mar en Coche se llamaba “Campo ciego”. Una vez, camino a la radio encontró una libreta verde. Leímos al aire fragmentos de una desconocida, que oscilaban entre el diario íntimo y las listas de pendientes. Por esos años lanzó la revista 2046, me publicó un par de textos, no hubo número 2.
Luis volaba en bicicleta por la ciudad para hacerla posible. Lo rodeaba una mezcla de halo zen, nostalgia, ex-PC, nihilismo, soledad y desapego.
Periodismo, ensayo, prosa, poesía: tenía oficio para todo, pero lo suyo era usar los géneros como balsas en el vacío para explorar sensibilidades extintas.
«Si todavía duele no lo escribas», me dijo un día. Hoy desecho la enseñanza del maestro. Ojalá sea como escribiste, Luis, que el bosque arrastre a sus muertos. Que tu descomposición aporte nutrientes poéticos a esta tierra herida”.
Gracias, Luis. Será cuestión de seguir encendiendo luces en esta habitación a oscuras.
*Directora de Brando