Como todo clásico, muchos se disputan la creación y el origen de los churros. Aunque en un momento se habló de su historia inicial en México, lo cierto es que a nuestras tierras, los churros llegaron directamente desde la Península Ibérica, quienes habrían recibido la receta de sus inmigrantes árabes. ¿Y por qué se llaman churros? ¿Alguna idea? No, no es porque son lindos, porque justamente la relación con la belleza de una persona -a la que le decimos churro o churra porque es atractiva- nace de que la belleza se asemeja a la de esta dulce confitura. La palabra churro surge de la forma de estos palitos rayados es similar a los cuernos de las ovejas churras, originarias de Castilla y León. Los churros originales se hacían con una preparación sencilla a base de harina y agua caliente con sal que es la misma receta que sigue manteniéndose al día de hoy.
En una olla profunda colocar agua, sal y azúcar. Llevar al fuego hasta que hierva, luego volcar la harina de golpe.
Mezclar con un batidor fuera del fuego. Integrar los ingredientes, llevar al fuego nuevamente y revolver con una cuchara de madera.
Cocinar hasta que la masa se despegue de las paredes de la olla.
Dejar entibiar unos minutos y, sin que se enfríe, colocar la preparación dentro de una churrera o en una manga de tela de pico grueso y rizado.
En una sartén grande calentar abundante cantidad de aceite a temperatura moderada e ir arrojando chorizos de masa de unos 12 cm de largo aproximadamente.
Cocinar hasta dorar levemente, retirar y pasar los churros calientes por una fuente con azúcar.
Si se desea, puede rellenar los churros con dulce de leche o crema pastelera, o bañar con chocolate previamente derretido.
Los churros caseros se comen el mismo día de la preparación, porque al día siguiente se vuelven pesados y ya no son tan ricos. Si se quieren guardar, una buena idea es ponerlos en bolsas para freezer cuando están tibios así al descongelar simplemente con un golpe de horno estarán crocantes y suaves para comer.