Estrategias para disfrutar de esos escasos espacios de encuentro aprovechando el ocio para lograr una conexión auténtica y profunda
- 10 minutos de lectura'
En un escenario de vínculos interrumpidos por la hiperconectividad y el mandato de productividad, el silencio se presenta más como un desafío que un descanso. “La familia del siglo XXI está conformada por personas que, entre la jornada escolar de los hijos y el trabajo de los padres, pasan poco tiempo juntas y cuando conviven hacen actividades en simultáneo: uno responde mensajes, otro mira la televisión y el otro juega con la tablet”, dice el psicoanalista Luciano Lutereau, que pronto publicará El lado oscuro de la familia.
“Estamos tan acostumbrados a no conectar, que la proximidad genera dudas y ansiedad. Nos falta entrenamiento para relacionarnos. El primer paso es tomar consciencia de esta dificultad”, agrega el médico psiquiatra José Eduardo Abadi. Y agrega: “Lo interesante sería que fueran como un paréntesis en una cotidianeidad que nos atrapa en un quehacer que nos impide estar con el otro. Las vacaciones tienen esa potencialidad. Si se aprovecha o no depende de cada uno”. En diálogo con LA NACION los especialistas analizan la complejidad de los vínculos familiares en la actualidad y comparten estrategias para generar espacios de intimidad y encuentro durante el verano.
No planear
“En las vacaciones algunas familias van de un lado al otro haciendo planes para distraerse del hecho de que están juntos”, dice Lutereau. “Al mismo tiempo creo que muchas veces la vincularidad queda reducida a saber del otro:´contame en qué andás, qué hiciste, cómo te fue´”.
En el mismo sentido, Abadi agrega: “Se brinda información de forma casi burocrática. Pero compartir es otra cosa: es empatizar, escuchar con proximidad y cercanía, meterse en el mundo del otro sin invadir y alojar al otro en el mundo propio”.
El desafío es animarse a simplemente estar sin algo planificado, propone. “El ocio es lo más sano que hay para la familia porque posibilita la espontaneidad, permite estar realmente disponible para los demás y permeable a los estímulos que se presenten. Por eso las vacaciones muy organizadas se parecen al trabajo. De hecho, el término ocio etimológicamente proviene del latín otium, que significa reposo. Es lo contrario de negocio, que deriva de las palabras latinas nec y otium, es decir, lo que no es ocio”.
Abadi reivindica el tiempo con uno mismo. “La gente cree equivocadamente que no hacer nada es perder el tiempo. No hacer nada es estar con uno mismo”. Y recomienda ocuparse de desocuparse: “Quizás convenga charlar con la familia antes de irse de vacaciones. No me refiero a una conversación desde la obligación, sino a abrir un espacio de diálogo previo al viaje para empezar a compartir”.
No depositar muchas expectativas
Lutereau sugiere no depositar demasiadas expectativas en las vacaciones, incluso cuando el tiempo de viaje es acotado. “Lo importante es no buscar pasarla súper bien. Las vacaciones salen de la lógica del aprovechar y de la maximización del disfrute. Se trata más bien de vivir otra temporalidad. Uno se reconecta con un tiempo íntimo, personal, que no es el de la productividad, sino del esparcimiento”. Y continua: “Por eso los primeros días es difícil adaptarse, hasta que uno empieza a sentir esa modalidad del tiempo. Recomiendo llevarse un libro largo, que uno no leería en el año. Eso implica vivir durante un tiempo dentro de una historia, buscar de alguna forma distintos apoyos para esa temporalidad”.
Por su parte, Abadi aclara que el espacio que se abre tienta pero también asusta: “A muchos les genera ansiedad e incluso angustia, por eso desarrollan resfríos, gripes o malestar intestinal durante las vacaciones”.
En cambio, Lutereau cree que la enfermedad durante las vacaciones puede pensarse como una sanación: “En la medida en que las personas están disponibles para hacer esa vivencia distinta del tiempo bajan ciertas guardias y el cuerpo se sana a través de ese cansancio excesivo que aparece, y que durante el año no se percibe. En este punto salud y enfermedad coinciden”. Aunque aclara que depende de cada caso, expone otra teoría: “También hay personas que se enferman porque no están en condiciones de tomarse un descanso debido a un sentimiento inconsciente de culpa, diría Sigmund Freud. Por eso se arruinan las vacaciones a las que de alguna forma se obligaron”.
Más entretenido y más barato
Lutereau reivindica el poder del juego. “A veces los padres al salir de vacaciones tienen temor por los gastos, pero el encuentro no está atado al poder adquisitivo”. El psicoanalista plantea que la familia más consumidora es la que menos puede jugar, y a la inversa, “cuando una familia tiene la posibilidad de jugar, no necesita gastar demasiado porque el juego mismo genera una atmósfera que limita el consumo”. Lutereau le aconseja a los padres jugar a juegos de mesa, volver a esa instancia lúdica que era más habitual cuando no estábamos bombardeados de información. “Me refiero a juegos que no tienen por qué ser súper estructurados ni complejos”, subraya, “como La Generala o las cartas”. Según el psicoanalista, el juego es un reorganizador fundamental de la vida cotidiana. Además tiene la ventaja de que los chicos de cuatro o cinco años ya pueden participar.
Sofía, por ejemplo, viaja con su marido y sus dos hijos de diez y trece años. “Nosotros siempre íbamos a la playa, pero hace dos veranos empezamos a vacacionar en el sur, y descubrimos una dinámica más lúdica para todos y de menos consumo. Por ejemplo, hicimos una cabalgata y cuando llegamos a destino, los adultos nos pusimos a tomar mate y los chicos se fueron a jugar a unas´guaridas´. Notamos que los de 13 años se prestan a jugar con los más chicos, y trabajan la imaginación. Creo que en las vacaciones se afloja el ambiente porque no hay que llegar a un determinado lugar, respetar horarios, aprobar exámenes, acostarse temprano, estudiar... Todo eso desaparece”.
Elegir el momento para vacacionar
“Muchas veces, dentro de la terapia se le recomienda a alguna pareja que no está bien que hagan un viaje juntos”, dice Lutereau. Y por lo general, explica, suele ser catastrófico, porque lo que se pone a prueba en las vacaciones es el reencuentro. “Si uno no está bien con el otro difícilmente se va a poder reencontrar y esto suele ser muy frustrante. Hay parejas que se van juntas de vacaciones y efectivamente terminan separándose. Creo que no podemos tomarnos las vacaciones en cualquier momento. Es cierto que cumplimos un cronograma, llega el verano, pero la pregunta de fondo es en qué momento conviene. Uno tiene que estar en un buen estado anímico y económico, por supuesto, para poder tomarse vacaciones. Ser consciente de que uno las necesita”, reflexiona.
Candela, de 32 años, empezó a sentir dolor en el cuello un día antes de volar a Europa. “Identifiqué enseguida los síntomas y supe que me estaba por contracturar, así que me compré un medicamento para frenar el dolor. No suelo tomar esos bloqueadores porque son muy fuertes pero necesitaba estar bien. Tomé las pastillas los primeros tres días hasta que me di cuenta de que me estaban dando sueño, me sentía un poco sedada. Entonces decidí dejarlas. Tuve que hacer un ejercicio mental para relajarme y de a poco me fui aflojando”. Con el diario del lunes reflexiona: “Venía de una mudanza agotadora. Creo que toda la tensión que aguanté mientras buscaba departamento y movía cajas me cayó encima en el viaje”.
Dosificar el uso de la pantalla
“Instagram y las redes sociales en general son todo un tema”, dice la psicóloga Laura Smud, especialista en terapia de pareja. “Esas imágenes generan un ideal y todo ideal es tirano. Ahí se juega la subjetividad, la fantasía y el fantasma de cada uno. Por ejemplo, una mujer puede sufrir pensando que el bikini le queda mejor a otra, o un hombre creyendo que otro juega mejor al fútbol o es más exitoso. A fin de cuentas, siempre es una irrealidad”.
Abadi subraya la importancia de salir de las comparaciones. “No hay que estar apremiados en función de la autoestima y la apariencia. Las redes sociales propician las idealizaciones sin apoyo en la realidad objetiva”.
También Lutereau cree que el exceso de exposición a la pantalla atenta contra el fin de las vacaciones: “El desafío es construir ese otro lugar que en efecto nos modifique, y no irse para hacer lo mismo a otra parte. Creo que en ese trabajo mental se juega la sensación de haber descansado, de sentir que uno se encontró con algo distinto y de volver renovado. La tecnología hace que sea muy difícil irse de vacaciones y no estar en ese único lugar que es la red social, la sobreinformación. En este punto es un buen consejo el de tratar de regular el uso del teléfono y de las pantallas en general. En el plano laboral, por ejemplo, está la cuestión de que el trabajo se acumula. ´Si no respondo los mensajes, se me van a juntar´. Hay una trampa en creer que uno gana tiempo. De esta manera lo único que se logra es ponerse ansioso al generar nuevos mails que van a requerir nuevas respuestas y así sucesivamente”.
No temerle al conflicto
“Las vacaciones son un momento diferente, representan una pausa de las obligaciones del año”, dice Laura Smud. Ella cree que se trata de una oportunidad para conocer otros lugares, pero también para conocerse y reconocerse a uno mismo desde otros espacios: “Desde la cercanía, desde el compartir, desde el aprender y también desde las diferencias, porque pueden aparecer roces, discusiones y peleas”.
Smud reconoce que no es lo mismo viajar con hijos muy chicos que con adolescentes. “Mientras que los bebés y los niños exigen un mayor esfuerzo de parte de los padres, los más grandes tienen a lo mejor más necesidad de oponerse y a partir de ese impulso también todos pueden ir aprendiendo nuevos modos de vincularse, incluso existiendo diferencias o malestar. Es un gran momento para la familia si puede tomarse así, sin temor a las diferencias. El objetivo es poder detenerse, encontrarse y reencontrarse de una manera diferente. Con acuerdos y desacuerdos, con risas y a lo mejor con alguna discusión”, afirma Smud.
Por último, explica que no hay que temerle al conflicto, sino entender que desde ahí también se aprende: “No es una falla, es un aprendizaje y a lo mejor puede generar un movimiento. Además, creo que es importante la inclusión, que los padres tengan presentes a los hijos al momento de programar el viaje. Esto puede ser tanto preguntarles, como simplemente tenerlos en cuenta al momento de diseñar las vacaciones”.
Familias de todo tipo
La estructura tradicional de familia evolucionó hacia una diversidad de formas que reflejan los cambios socioculturales. “El concepto de vacaciones en familia ya no es solo el de la película de Chevy Chase con la camioneta rural”, dice Lutereau. Además de la “familia tipo”, hoy abundan las familias monoparentales y ensambladas. Esto también tiene un impacto en los modos de viajar. “Por ejemplo, muchos padres separados de un colegio se organizan y se van juntos con los hijos”, agrega Lutereau.
Pero más allá de la configuración familiar, la búsqueda de una conexión auténtica y profunda las atraviesa a todas. “La palabra fundamental de las vacaciones es el tiempo”, enfatiza Smud. “Justamente, vivimos mucho sin tiempo. El de las vacaciones es un momento de recarga de energías y de aprendizajes, de reconocimientos y enseñanzas. Es una oportunidad para ver por dónde anda cada uno en la familia”.