La gente es generosa con sus opiniones sobre mí, y corro el riesgo de que se piense que, sobre plantas, lo sé todo. Por eso, debo confesar que hallé, en una calle, un gran árbol, para mí desconocido, que llamó mi atención.
Consulté con mi amiga, la ingeniera agrónoma Florencia Cesio, quien respondió sin vacilar, que se trata de un ejemplar de Ailanthus, altísimo, muy conocido y de fácil cultivo.
Ahora, quiero subsanar esa ignorancia, y compartir estas descripciones, publicadas en la Enciclopedia Argentina de Agricultura y Jardinería, en El Libro del Árbol, y de Árboles de la Ciudad de Buenos Aires, este último de la ingeniera agrónoma Graciela Barreiro.
El ejemplar que vi es un árbol grande y hermoso, de tronco recto y de espeso follaje con largas hojas compuestas, caducas, formadas por numerosos folíolos.
Según los libros, se llama Ailanthus altísimo, es originario de Asia y Australia, da pequeñas flores blanquecina, en verano, agrupadas en densas panojas en los extremos de las ramas, formadas por pétalos con una semilla en su centro, panojas que al madurar, se ponen rojas y si se las huele, se percibe olor desagradable.
Por eso, según los libros, deben ubicarse lejos de las colmenas pues transmiten ese olor y mal sabor, a la miel, si sus raíces crecen cerca de charcos, el agua tiene olor fétido, pero en cambio, no es atacada por los bichos canasto.
Inducida por estas revelaciones, traté de ubicarlo, y lo hallé, en abundancia, a los costados de las vías del ferrocarril, en diferentes etapas de desarrollo, incluso con evidencias de haber sido cortado al ras y rebrotado, y recordé que, en los alrededores del gran árbol de mi descubrimiento, había numerosas plantas pequeñas que sin duda habían nacido de la dispersión de sus semillas.
Suele pasar, en los barrios, que algún vecino pasa habitualmente, saluda, y no sabemos quién es, eso me ocurrió con el Ailanthus.
Pese a que se lo describe con muchas cualidades desagradables y se duda sobre si vale la pena cultivarlo, su aspecto es hermoso.