El proyecto Trump Tower Punta del Este era presentado como “el mejor edificio de toda América del Sur”. Así lo dijo el propio Eric Trump, hijo del expresidente de los Estados Unidos y actualmente vicepresidente del holding familiar, la Trump Organization, en una de las tres visitas que hizo al balneario uruguayo para promocionar el proyecto. Helipuerto, 25 pisos y más de 150 unidades, amenities a puro lujo que darían vida a una de las joyas más preciadas de Punta del Este.
La obra, sin embargo, estuvo casi desde un principio signada por la polémica y los errores de cálculo. Lleva hasta el momento casi cinco años de retraso, y recién retomaría su construcción en marzo, después de meses de parálisis e incertidumbre. Eso, si la pandemia lo permite.
El proyecto fue presentado por la Trump Organization en 2012, con la promesa de que sería completado en 2016. Los hijos de Trump, Eric e Ivanka, incluso viajaron a Punta del Este a principios de 2013 para la ceremonia inaugural. Dos años más tarde, Eric retornó para celebrar el comienzo de la obra con una fiesta. Como sucede con otros desarrollos internacionales, la Organización Trump no es la que en realidad construye la torre de Punta del Este. Más bien otorgó la licencia que permite el uso del apellido Trump a cambio de una comisión de la venta de cada unidad (generalmente, cercana al 5%).
La construcción del edificio se iba a pagar con dinero recaudado en la venta de los departamentos, lo cual significaba que era fundamental para los desarrolladores encontrar compradores rápido. La desarrolladora, YY Development Group, de los empresarios argentinos Felipe Yaryura y Moisés Yellati, dependía de la marca Trump para promocionar el proyecto y llenó su página web con referencias a la Organización Trump. Pero después comenzaron los problemas.
La desarrolladora y la agencia inmobiliaria del proyecto empezaron a vender los departamentos a casi US$7000 el metro cuadrado, un 30% más que otras propiedades premium contra las que competían. El precio de venta de algunas unidades superó los dos millones de dólares, y los altos precios desalentaron la demanda. Como atrapadas en un círculo vicioso, las ventas del proyecto sólo recaudaron la mitad del dinero que se esperaba, quedando en profundos apuros financieros. Financiamiento de largo plazo en Nueva York, denuncia de la agencia inmobiliaria de Miami a cargo de la venta y la muerte de Yaryura en agosto de 2018, fueron hundiendo al proyecto cada vez más, quedando las obras paralizadas en octubre de 2019.
Ahora, sin embargo, los propietarios confían en que la Trump Tower ha entrado en su etapa final. Después de dos reuniones ríspidas, cuando se vieron las caras en enero de 2020, en Punta del Este, finalmente se pusieron de acuerdo en conformar un comité de propietarios y decidir sobre las inversiones a realizar y los pasos a seguir. “Queríamos una figura que blinde a los compradores de todos los problemas que acarreaba la empresa”, dice Jorge Garber, uno de los compradores y ahora una suerte de representante de los propietarios. Armaron el comité, conformado por cuatro argentinos y cuatro uruguayos, y comenzaron a tomar decisiones. Pero llegó la pandemia. “Retrasó todo. La virtualidad complicó las reuniones, hizo que todo fuera menos ágil”. Ya en noviembre, lograron las firmas para crear un fideicomiso que tiene al prestigioso estudio uruguayo Olivera Garcia como fiduciario y que lo nombra al propio Garber, que es Presidente de la Cámara Tucumana de la Construcción, como controlador a cargo de supervisar los gastos.
Si logran reanudar las obras en marzo, Garber calcula que en 12 meses podrían estar entregando los primeros departamentos. Son más de 100 que ya están vendidos y que se entregarían a lo largo de 4 meses. En una segunda etapa, utilizarán los ingresos de las ventas de las unidades que faltan para financiar la construcción de los más de 12.000 m² de lujosos amenities, manteniendo todos los estándares originales.
De esta manera pondrán fin a diez años de idas y vueltas, polémicas, peleas, errores de cálculo y glamour inconcluso. Todo, podría decirse, con el inconfundible sello de Trump.
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