El complejo urbano que funcionó entre los siglos I y II contaba con infraestructuras y zonas públicas, como termas, abastecimiento de agua, calles, cloacas y posiblemente un templo
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En 2018, el Ayuntamiento de Artieda (Zaragoza) pidió ayuda al Área de Arqueología de la Universidad de Zaragoza para estudiar unos vestigios situados en torno a la ermita de San Pedro, conocidos como El Forau de la Tuta, Campo de la Virgen o Campo del Royo. Los especialistas comprobaron, tres años después, que estos lugares conformaban un único conjunto arqueológico de grandes dimensiones y que en superficie eran visibles dos fases de ocupación: una imperial romana (siglos I al V) y otra segunda altomedieval cristiana (siglos IX al XIII). Ahora el equipo investigador ha hecho públicos los resultados en el informe El Forau de la Tuta, una ciudad imperial romana hasta ahora desconocida de la vertiente sur de los Pirineos. Lo llamativo es que, a pesar de sus grandes dimensiones y de los “edificios de proporciones monumentales” de esta ciudad, nadie conoce su nombre antiguo.
El estudio, firmado por los expertos José Ángel Asensio, Paula Uribe, Lara Íñiguez, María Ángeles Magallón, Milagros Navarro, Jorge Angás, Enrique Ariño, Irene Mañas, Carmen Guiral, Cristian Concha, Óscar Lanzas, Aurora Asín y Guillermo Mora, recuerda que en función de la importancia de los restos conservados en la ermita, así como en diversas colecciones públicas y privadas y de los hallazgos realizados en el yacimiento, se trata de un asentamiento “de carácter urbano, de nombre desconocido por el momento, cuya vida se desarrollaría durante la época imperial sin descartar perduraciones posteriores, ya como hábitat rural, de las épocas visigoda y andalusí temprana”.
Y es que los especialistas han constatado, además, que sobre este asentamiento romano se superpuso, entre los siglos IX y XIII, otro hábitat campesino de tipo villa o aldea, que ha sido identificado como Artede, Arteda, Artieda o Arteda Ciuitate. De este enclave medieval subsisten los restos de la cabecera de su iglesia, integrados en la ermita de San Pedro, numerosos silos de boca circular excavados en el subsuelo, y solo perceptibles con georradar, y una extensa necrópolis de inhumación de rito cristiano, investigada parcialmente en 2020 por la empresa Paleoymás.
El yacimiento de El Forau de la Tuta se localiza a 1,5 kilómetros del casco urbano de Artieda, en la vega del río Aragón. Se ubica en el interior de una parcela agrícola de unos 390 metros de longitud por 140 de ancho. Ocupa una extensión de cuatro hectáreas, pero puede que sus dimensiones sean mayores y que se extienda a otros terrenos agrarios aún no explorados.
La conexión con el Camino de Santiago
El asentamiento romano se alzaba junto a la calzada que conectaba Iaca (Jaca, Huesca), Ilumberri (Lumbier, Navarra) y Pompelo (Pamplona, Navarra). Esta vía, actualmente conocida como Camino Real de Ruesta a Mianos, perduró durante el Medioevo como uno de los tramos del Camino Francés o Ruta Tolosana del Camino de Santiago.
Dentro de la ermita, los redactores del estudio han identificado dos capiteles corintios, tres basas áticas itálicas, una basa ática clásica, varios tambores de fuste acanalados de aristas planas y un fragmento de cornisa, cuyas dimensiones monumentales y tipología indican que procedían de varios edificios públicos altoimperiales. Dos de los capiteles, según José Ángel Asensio, uno de los directores de la investigación, “formarían parte de columnas corintias de más de seis metros de altura y pertenecientes a un edificio público de dimensiones monumentales, quizá un templo del foro. En cuanto a su cronología, estilísticamente pueden datarse a finales del siglo I, en época flavia tardía, o comienzos de la antonina”.
El estudio confirma que estas piezas proceden, al menos, de dos monumentos distintos, dado que sus tipologías apuntan a que fueron esculpidas con más de medio siglo de diferencia, “lo que demuestra la existencia de un periodo prolongado en el proceso de monumentalización de la ciudad”.
Al oeste de El Forau de la Tuta, junto al barranco de San Pedro, se conserva también “un impresionante conjunto de obras públicas fabricadas en opus caementicium, entre las que se cuentan al menos cuatro bocas de desagüe de cloacas, un poderoso estribo macizo, una cimentación y una serie de estructuras de planta cuadrangular”, posiblemente cisternas de abastecimiento. Las cloacas están recubiertas con bóvedas de cañón y con cimbras apoyadas en los muros laterales de 0,80 metros de altura. “La presencia de estas obras resulta propia de los asentamientos de carácter urbano, en los que la evacuación de aguas era un problema a tener en cuenta, sobre todo en relación con edificios, como es el caso de los complejos termales, que producían una gran cantidad de residuos hídricos.
Este informe de expertos del Instituto de Estudios Altoaragoneses, las universidades de Zaragoza, Burdeos, Politécnica de Madrid, Salamanca, UNED y la Escuela de Turismo de Zaragoza da cuenta también de la localización de cuatro lápidas del yacimiento, que se conservaban en el Museo Diocesano de Jaca y en colecciones privadas de Artieda. Analizando sus inscripciones han sacado la conclusión de que pertenecían a una “necrópolis importante y que se mantuvo hasta el cambio de era”. Además, algunos de los nombres que aparecen grabados en ellas son de origen vasco-aquitano, “lo que concuerda con la supuesta adscripción etnolingüística vascónica de los habitantes de esta región de la Jacetania-Canal de Berdún en época romana”.
Actualmente, se encuentra en estudio un fragmento escultórico que se conserva también en una colección privada de Artieda, recogido cerca de la ermita, y que corresponde a una mano izquierda incompleta, de tamaño cercano al natural, que sostiene una pátera umbilicata [una especie de plato] y que formaría parte de una estatua que representaría una figura oferente”. La extremidad fue esculpida en mármol blanco de Luni-Carrara, material típico de los asentamientos urbanos altoimperiales.
En la primera campaña de excavaciones de 2021, se ha confirmado, además, la existencia de un cruce de dos viales. “En uno de ellos, posiblemente una de las calles principales del asentamiento, se documentaron también los restos de una acera y una canalización de superficie destinada a la evacuación de aguas, que los peatones podían salvar por medio de tres piedras pasaderas. Dicha calle principal debió contar con una acera porticada, a juzgar por la presencia en sus laterales de dos cimentaciones de planta cuadrada”, explica Asensio.
Estructura termal
Igualmente, en uno de los sondeos realizados, se hallaron abundantes restos de mosaicos blanquinegros (teselas y fragmentos de rudus), además de un pavimento en el subsuelo que pertenecía “a un espacio de planta rectangular de unos 5 x 3,50 metros que conservaba el umbral del acceso labrado en dos piezas de arenisca, que alojaba la puerta de doble batiente”. Los expertos lo relacionan con una estructura termal.
En el interior de esta estancia, bajo gran cantidad de lajas caídas por el derrumbe, se localizó prácticamente completo y en un extraordinario estado de conservación un pavimento teselado blanquinegro -con algunas teselas aisladas, rojas y amarillas- decorado con motivos iconográficos en blanco sobre fondo negro: conchas o veneras en las cuatro esquinas e hipocampos enfrentados montados por amorcillos en el emblema central junto a los que se representaron tres animales marinos, un pez en la parte superior y dos posibles delfines en la inferior.
Por eso, los arqueólogos concluyen seguros que todo lo hallado hasta el momento “corresponde a un único complejo urbano de entre los siglos I y II y que contaba con infraestructuras y monumentos públicos: termas, sistema de abastecimiento de agua, urbanismo regular, cloacas y posiblemente un templo”. Pero admiten, sorprendidos, que ignoran su nombre porque no ha pervivido ningún documento histórico que lo mencione.
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