En la época –para mí, maravillosa– en la que estuve en televisión con Luis Landriscina, actuó el Trío Laurel, unos ingeniosos correntinos que me dedicaron una canción que decía: …dicen que habla con las plantas / y las plantas le contestan… Y por estos días leí una nota en el diario español El País que comentaba sobre una planta programada para comunicarse con los humanos.
Y si bien la noticia expresada así tiene espectacularidad, los jardineros que estamos entre ellas y deseamos que estén lo mejor posible, también interpretamos sus necesidades y sabemos, por su aspecto, cuándo tienen sed, cuándo se ponen lánguidas por demasiada sombra, cuándo una planta vecina les está quitando espacio o las empuja hacia una dirección, o cuándo, en patios sombríos, estiran sus ramas para alcanzar más luz.
Pero dejemos que los investigadores catalanes que menciona la nota, llamados Román Payo y Pelayo Mendes, expliquen con términos técnicos más actuales su metodología para traducir ese lenguaje vegetal.
La planta programada cuenta con unas tablas de frases compuestas por tres elementos que se forman en respuesta a su estado físico. Así tiene una conversación positiva y optimista si ha sido regada, tiene mucha luz y adecuada temperatura. En cambio, si se la deja sin agua o en la oscuridad, sus frases son cada vez más tristes, negativas y nerviosas.
La verdad, la semejanza con los humanos es asombrosa, también a nosotros nos pasaría lo mismo, pero los catalanes van más adelante y proyectan crear un pequeño jardín de plantas capaces de comunicarse entre sí. Realmente, son cada vez más semejantes a los humanos.
Se critica a las generaciones jóvenes por haber empobrecido el lenguaje y expresarse con pocas palabras, pero ya esas limitaciones se han generalizado. De manera que la novedad anunciada por el diario español ya ha sido superada en los hechos, por los aún más modestos pero auténticos jardineros.