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La buena normalidad que se insinúa a partir del COVID-19 viene con el condimento de que para que eso ocurra se necesitara redefinir el concepto de comunidad. Es posible que por la pandemia nos hayamos acostumbrado a comprar manteniendo la distancia o por internet, pero aún así, hoy todos anhelamos un excelente lugar al que pertenecer, un lugar donde sepan nuestro nombre para comenzar la veda de afecto fisico que nos impuso el distanciamiento social, un lugar donde con otros seamos nuestra mejor versión. Dicen los expertos que el desafío para lograr otro tipo de comunidad es comprender su esencia y entender que la vida en común unidad es un proceso de co-creacion. Como dice Peter Block: “Estamos en comunidad cada vez que encontramos un lugar al cual pertenecemos. Pertenecer es estar relacionado o ser parte de algo. Es la membresía, la experiencia de estar en casa en su significado mas amplio. Es lo opuesto de pensar que cualquiera sea el lugar en el que estoy seguramente podría estar mejor en otro lado.”
La pandemia nos está obligando a transformar nuestro aislamiento e individualismo dentro de nuestras comunidades en acciones de bien común. La clave está en identificar cómo se produce esta transformación, empezando por dejar de prestar atención a los problemas de nuestra comunidad para prestarle atención a sus oportunidades. También tiene que ver con sentirnos dueños de algo. Pertenecer a una comunidad es actuar como co-creador y co-dueño de esa comunidad. Es sabido que lo que consideramos como propio se cuida y nos obliga a responsabilizarnos por nuestros actos. Es dejar de ser el huésped de hotel que tan bien sirvió para que Marco Denevi caracterizara al argentino. Si es así, la comunidad debería ser el contenedor dentro del cual nuestros sueños individuales se transforman en sueños colectivos para que puedan ser una realidad. Entonces la cuestión no es sobre la naturaleza de la motivación que despertó el COVID-19 por querer cambiar cosas en nuestras vidas sino sobre la naturaleza de la cura que es necesaria para no dejar a nadie afuera, máxime en un país con una inequidad estructural alarmante.
En lo peor de la cuarentena la narrativa parecía decir que le había llegado el fin a las ciudades lo cual exacerbó el paradigma de ganadores y perdedores. Así, quienes pudieron, empezaron a hacer números con la billetera, y otros con el corazón, y decidieron salir en busca de viviendas o lotes en la suburbia del AMBA para elegir dónde y cómo pasar la próxima pandemia sabiendo que un cambio radical había llegado para quedarse. Siendo el trabajo a distancia un dato no menor.
"Personalmante no creo que sea el fin de las ciudades ni la explosión de los suburbios. Sí creo que es el comienzo de una mirada más profunda sobre cómo debemos estar en el mundo, con quién queremos estar y para qué."
Por eso lo que toma relevancia en la nueva normalidad son los espacios compartidos por sobre los individuales. Hoy más que nunca el ser parte activa de una comunidad debería ser un propósito en sí mismo y no responder solo a motivaciones de corto plazo, como el miedo sanitario o la oportunidad de comprar más metros por menos plata.
Si el acceso a una vivienda más digna y un hábitat más sano es una meta compartida, entonces la opción de las ciudades intermedias puede tomar un protagonismo inesperado.
Ya está dejando de ser una utopía el poder vivir, trabajar y socializar en el mismo lugar, entonces ¿por qué no hacerlo en la periferia donde podemos tener más espacio y más verde sin sacrificar servicios urbanos? Mucho dependerá también de las capacidades de los gobiernos locales para que hagamos de esa elección una decisión más sabia.
Lo primero que nos deja esta pandemia es que al concepto incipiente de sustentabilidad ambiental también habría que adicionarle la sustentabilidad social para no dejar a nadie atrás. El derecho a la ciudad necesita ser una realidad. Los espacios públicos han demostrado ser una infraestructura crítica para reducir los riesgos del virus y los nuevos espacios públicos vendrán de seguir reconquistando las calles, de poner en valor lugares abandonados o subutilizados, de conquistar espacios privados en edificios existentes o nuevos, como ser terrazas sociales, pulmones de manzana, patios, pasajes, retiros de línea municipal, para darles un nuevo significado y uso al espacio compartido. Parte de nuestro espacio doméstico será público.
La demanda inmobiliaria finalmente está prestando atención a privilegiar las vistas, la ventilación, el sol y los espacios al aire libre. A su vez, las ciudades y las “nuevas comunidades” ya se están pensando a otra escala y los desarrolladores están empezando a hacer productos inmobiliarios más habitables, en su sentido más amplio, para dar respuesta a un universo de compradores con consciencia de que su bienestar depende del bienestar del otro.
En un sentido nos podemos aventurar a que los nuevos avisos clasificados pospandemia dirán; “Se vende depto con 4 horas de sol y acceso al aire libre”; y si nos alejamos de la ciudad dirán: “Se vende lote con buena conectividad” a la vieja usanza de cuando las propiedades se elegían porque tenían teléfono .
La agricultura urbana también esta siendo protagonista, serán los nuevos amenities en las ciudades y en nuestras viviendas. ¿Quién no querrá recoger su propia lechuga y tomate del huerto y cosechar la fruta directamente del árbol, mientras hornea su pan en el horno de barro?
Pero todo esto será superficial si no logramos tener un nuevo contrato social. La base de la piramide tiene que tener finalmente relevancia. Hemos aprendido a la fuerza que si no nos cuidamos entre todos, no sobrevivimos. El cuidado, como dice Leonardo Boff, “constituye la categoría central del nuevo paradigma de civilización que trata de emerger en todo el mundo. El cuidado asume la doble función de prevención de daños futuros y regeneración de daños pasados”.
Por lo tanto, la trascendencia de esta tendencia de ser parte de una comunidad más ampliada tendrá vigencia si los asentamientos o barrios vulnerables también se integran a la ciudad formal para así fortalecer el entramado social y generar acceso a oportunidades para los más necesitados. Para ello se requerirán estrategias para gestionar los aspectos psicológicos del cambio y nuevas formas creativas de promover el compromiso cívico para aliviar los miedos y prejuicios, y así ganar confianza y aceptación de aquellas personas que todavía no hemos conocido y que también son nuestros vecinos.
¿Podremos?
El autor es fundador de la desarrolladora Nuevo Urbanismo S.A.