La pesadilla que viven los vecinos de ciudades que reciben turismo masivo: reclaman su derecho al descanso, a disfrutar de los bares y de sus calles
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Caminar por el centro de Sevilla se convirtió en una carrera de obstáculos. Además de sortear a los visitantes que arrastran sus valijas, el peatón tiene que ir esquivando las mesas de los bares con cuidado de no meterse en las bicisendas o pisar la calle y ser atropellado, una tarea que el trazado de las calles del casco histórico, estrechas y adoquinadas, entorpece aún más. Esta situación se complicó desde la pandemia, cuando se autorizó a los bares y restaurantes a ampliar el espacio que ocupaban sus mesas en la calle, una dispensa que se fue prorrogando, acrecentando el malestar de unos vecinos hartos ya de las consecuencias del turismo masivo.
El Ayuntamiento quiere aprobar a la vuelta del verano la modificación de la ordenanza de 2013 para regular las mesas de los bares. Pretende buscar una solución que garantice el equilibrio entre los intereses de los residentes y los locales comerciales pero enojaron a los primeros. Los vecinos preparan sus alegaciones para que se garantice su derecho al descanso y la convivencia y recriminan al municipio haber atendido primordialmente los intereses de los dueños de los establecimientos de hotelería. Estos tampoco están del todo satisfechos con la futura normativa y también presentarán enmiendas.
“No hay más que darse un paseo por el centro. Puede estar bien para tomarse una cerveza, pero se convirtió en un ambiente agresivo e insufrible para vivir”, afirma Francisco Martínez, presidente de la asociación Ancha la Feria. La “barificación” se sumó a la turistificación y, para muchos de los vecinos de Sevilla, esta situación es insostenible. “Yo sueño con jubilarme, alquilar mi piso y marcharme fuera de Sevilla”, cuenta Martínez y pone como ejemplo la transformación del conocido mercado de la calle Feria: “Ya no es un mercado, es una taberna de abastos, en el que los señores taberneros fueron acopiando puestos para hacerse con locales con posibilidad de colocar las mesas afuera a bajísimo precio en pleno centro de Sevilla”.
Allí, la proliferación de este tipo de bares, que conviven con los puestos de carne, fruta y pescado, frente al palacio de los Marqueses de la Algaba —uno de los máximos exponentes de la arquitectura mudéjar civil de la ciudad―, complican el transitar de los peatones y perturban el descanso de quienes viven en la zona: “Como hay mesas, no se baldean las calles después de la carga y descarga de las seis de la mañana, por lo que no se limpia el agua del deshielo de las pescaderías y cuando los bares cierran por la noche, a la hora que quieren cerrar, llegan los jóvenes a beber y a las cinco de la mañana pasan los operarios a baldear, pero solo los puestos del mercado, no los de los taberneros. ¡No se puede descansar!”, resume Martínez un día normal.
La nueva ordenanza incluyó la petición de las asociaciones de vecinos de obligar a los dueños de los establecimientos a limpiar las veredas donde están sus mesas, pero también estableció un horario de cierre hasta la una de la mañana, ampliable a las dos en navidades, Semana Santa, Feria, viernes, festivos y vísperas de festivos. “El nuevo horario nos parece una barbaridad”, advierte María José del Rey, presidenta de la asociación Barrio de Santa Cruz, que estuvo presente en la mesa de negociación para redactar la nueva normativa. “Para quien viva encima de un bar es un problema, porque, aunque cierren a esa hora, luego tienen una hora más de margen para recoger y muchas veces no se cumple porque se permite que los clientes sigan allí”, explica.
Del Rey, que recalca que habla exclusivamente en nombre de su asociación, reconoce que algunas de las reivindicaciones de los vecinos sí se atendieron, como limitar o prohibir las mesas frente a edificios catalogados como Bien de Interés Cultural, prohibir la música o las actuaciones, incrementar el número de inspectores y los horarios de su actividad, la creación de una aplicación para informarse del número de mesas autorizadas por establecimiento, obligar a mantener un espacio de 1,8 metros por el que puedan transitar los peatones, o un endurecimiento de las sanciones por faltas graves y graves: multas de €3000 a €29.999 y de €6000 a €120.000, respectivamente.
“Pero no se trata de darnos cinco artículos de la ordenanza que beneficien al vecino y otros cinco a los bares y restaurantes, se trata de utilizar el sentido común y permitir que tanto unos como otros podamos compaginar nuestros intereses, pero eso no puede ser a costa de autorizar barbaridades”, puntualiza.
Entre esas “barbaridades”, que son compartidas por la decena de asociaciones de vecinos del centro y de otras zonas que van a presentar alegaciones de manera conjunta o individualmente, está el hecho de que se mantengan las plataformas en la calle o mesas en la vereda contraria a donde se encuentran los locales de gastronomía, una excepción que se hizo con la pandemia, que se fue prorrogando en estos años y que, consideran, la nueva ordenanza perpetúa. “En otras ciudades se dio marcha atrás, no entendemos por qué aquí no, máxime en el centro, con muy poco espacio para autos y cuando esas plataformas ocupan plazas de estacionamiento”, indica María José.
El municipio matiza que no se mantuvo la ampliación de espacios. “La plataforma y el cruce de calle las hay en muchísimas ciudades y lo que todo el mundo anuló, incluso el Ayuntamiento de Sevilla, es la ampliación de superficie”, indica un portavoz municipal. “Esta ordenanza, realizada tras meses de diálogo, viene a dar soluciones a algo que no funcionaba y que atiende a bares y vecinos”, añade.
Los “tanques a la calle”
Otra de las medidas que causa perplejidad es la dispensa a los denominados bares emblemáticos (casi una decena de locales singulares o con mucha tradición en Sevilla) para que sus clientes puedan beber en la calle, una medida prohibida por la llamada “ley antibotellón”, una norma autonómica de 2006. El cierre de algunos de estos establecimientos por incumplir esta medida, ordenado por el anterior equipo de gobierno municipal, llevó al actual alcalde, el popular José Luis Sanz, a incluir como promesa electoral la autorización de lo que él llamó “los tanques a la calle”, es decir, que en esos lugares se pudiera sacar la bebida fuera. “Beber en la calle está prohibido por una norma autonómica, atenta contra la normativa del ruido”, sostiene María José. “Además, no hay un control, no es como el resto de los bares a la calle, donde se pueden contar las mesas”, apunta.
Los dueños de los locales están bastante más complacidos con la ordenanza que los residentes. “Nuestra valoración no es mala, porque se adecuó a la nueva normativa de la Junta en temas de horarios”, señala su presidente, Alfonso Maceda. Sin embargo, hay medidas contra las que van a alegar que, precisamente, tienen que ver con las peticiones realizadas por las asociaciones de vecinos, como la senda peatonal de 1,8 metros: “Queremos que sea de 1,5 porque en el casco histórico es complicado garantizarla”. También están en contra del endurecimiento de las sanciones. “Nos imponen multas por infracciones urbanísticas, cuando nosotros estamos ocupando espacio público, no haciendo una obra”, alega Maceda.
“No podemos andar por la calle, la accesibilidad es muy complicada y la afluencia de turistas hace que la carga y descarga sea mayor porque necesitan tener más mercancía y eso nos afecta una barbaridad”, indica Del Rey, que llama la atención el ruido “insoportable” de la recogida de los contenedores de vidrio. Pero más allá de las alegaciones, el recelo principal de las asociaciones consultadas es que la normativa se cumpla. “Desde Monteseirín (alcalde de Sevilla entre 1999 y 2011) nunca se hicieron cumplir, todos hicieron las ordenanzas para beneficiar a los hosteleros, el centro es un parque temático”, se queja Martínez. “No son necesarios 80 artículos, con que se cumplieran los principales, bastaría, pero hace falta disciplina y que se observe la ordenanza”, concluye.
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