El hotel Chelsea busca terminar sus refacciones, volver a atraer turistas y artistas bohemios como en los viejos tiempos, pero primero debe convencer a sus difíciles inquilinos
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Hoy no sería posible pasear despreocupado por el Chelsea Hotel, recreando su pasado bohemio, con una botella de vino abierta en la mano, mientras se toma un descanso de escribir la novela, la canción o el guión de Netflix que define a tu generación. Incluso si pudieras encontrar inspiración en la perforación y el martilleo, el polvo, los escombros, los cables y las tuberías expuestas, el Chelsea no ha reservado una habitación para huéspedes desde 2011.
Durante la última década, el hotel residencia en West 23rd Street, un indiscutible ícono de Nueva York, ha estado suspendido en un estado lúgubre de construcción sin fin, con un elenco rotativo de desarrolladores que luchan por convertir este edificio legendario en un hotel boutique de lujo.
Incluso cuando la pandemia diezmó la economía de la ciudad, cerrando decenas de hoteles, restaurantes y tiendas, y dejando a decenas de miles de neoyorquinos sin poder pagar el alquiler, los 12 pisos del Chelsea siguen existiendo en un mundo en sí mismo, uno que parece albergar una pelea interminable entre los aproximadamente 50 inquilinos restantes del edificio que discuten entre sí o con el propietario, el cual, a su vez, lucha con la ciudad.
La historia de la renovación de este hito gótico victoriano del siglo XIX (y la antigua casa de Mark Twain, Bob Dylan, Patti Smith y un sinnúmero de otros escritores y músicos) es una historia de desarrolladores con grandes ambiciones que se encontraron de lleno en una clásica situación neoyorquina: cuando los inquilinos se organizan, pueden paralizar un proyecto multimillonario. Y los inquilinos del Chelsea Hotel, la mayoría de los cuales han vivido allí durante décadas, saben cómo dar una buena pelea.
Pero no todos los inquilinos se oponen al plan actual; en este punto, a la mayoría de ellos les gustaría que esto se terminara. “Esto ya es un clásico del Chelsea”, dijo Samuel J. Himmelstein, un abogado de Manhattan que representa a la asociación de inquilinos del Hotel Chelsea, una facción de residentes a quienes les gustaría ver el trabajo terminado y el hotel abierto. “Todo lo que rodea al Chelsea es un gran drama”.
El último giro de la trama se produjo en enero, cuando la ciudad abandonó una larga investigación por amedrentamiento a inquilinos, la cual había detenido la construcción durante dos años y medio. Una vez eliminado ese obstáculo, los propietarios del Chelsea, Ira Drukier, Richard Born y Sean MacPherson, conocidos por sus hoteles boutique de moda como el Ludlow, el Maritime y el Bowery, reanudaron el trabajo. Planean abrir el Chelsea a finales de año.
Esta noticia, sin embargo, no ha disuadido a un puñado de inquilinos que dicen que las condiciones de vida se han deteriorado desde que se reiniciaron las obras y que están dispuestos a seguir dando pelea todo el tiempo que sea necesario. “Persistiremos”, dijo Debbie Martin, de 61 años, quien reside allí desde hace mucho tiempo.
Un poderoso trozo de papel
Los últimos años de la saga del Chelsea Hotel han sido particularmente desconcertantes. En 2018, después de recibir una consulta de inquilinos, el Departamento de Preservación y Desarrollo de Vivienda de la ciudad determinó que el hotel necesitaba lo que se conoce como una Certificación de No Amedrentamiento, una aprobación que los desarrolladores deben obtener para renovar algunos tipos de edificios ocupados por inquilinos.
Según el desarrollador, la demanda retrasó la construcción durante más de dos años, costó casi US$30 millones y dejó a los inquilinos viviendo en una obra en construcción, congelados en el tiempo.
Se emitió una orden de suspensión del trabajo y una investigación encontró evidencia de presión a inquilinos, lo que provocó una seguidilla de audiencias que se prolongó hasta fines de diciembre. Fue entonces cuando los desarrolladores revelaron inesperadamente un documento que habían encontrado en los archivos de la ciudad que eximía al hotel de necesitar la certificación. Días después, el Departamento abandonó el caso.
Inquilinos como la Sra. Martin, que apoyaron la investigación, quedaron atónitos. “Una agencia que supuestamente nos protegerá del acoso abandonó el caso justo al final del juicio”, dijo. “Si nos pasa a nosotros, le puede pasar a cualquiera”.
La asociación de inquilinos (que está a favor de la renovación) estaba enojada porque el trabajo se había detenido, culpando a la ciudad y a sus vecinos por perseguir lo que vieron como un caso frívolo. “Fue una vergüenza”, dijo Zoe Pappas, de 68 años, presidenta de la asociación de inquilinos, que representa a 30 residentes que viven en 20 apartamentos.
Los desarrolladores ven el abrupto final del caso como evidencia de que todo esto fue solo una táctica de demora. “¿Cuál fue el punto?” dijo Drukier, propietario de BD Hotels, que compró el Chelsea en 2016 por US$250 millones. “Estábamos tratando de terminar un edificio que ya había estado en construcción durante varios años”.
El Departamento de Vivienda encontró evidencia de presión a inquilinos, pero se negó a revelar más información. “Si bien este desafío legal en particular ha sido retirado, la ciudad tiene una amplia gama de herramientas para proteger a los neoyorquinos de la presión de los propietarios”, dijo Anthony Proia, portavoz del departamento, en un comunicado.
Ahora que los trabajadores han vuelto, también lo están las quejas de los inquilinos que apoyaron el caso de amedrentamiento. Se cortó el agua caliente de nuevo y, a veces, también sale oscura. Susan y Jonathan Berg, que viven en el décimo piso, han sido molestados por el ruido incesante de los conductos de ventilación en el techo. Y el polvo de construcción sigue soplando en el departamento de la Sra. Martin. “Es un nivel diferente de horror”, dijo.
La vida en el Chelsea no siempre fue una rutina tediosa con el sonido de martillos y taladros. Solía ser divertida.
Había una vez...
La Sra. Martin y su esposo, Ed Hamilton, de 60 años, llegaron al hotel en 1995 desde Washington, D.C., subarrendando la habitación de 30 m² de un músico. No tenía cocina y el baño estaba al final del pasillo. Estaban encantados de poder vivir en una dirección icónica y rápidamente se establecieron en la comunidad de artistas donde todos estaban invitados a la fiesta de los demás.
El excéntrico gerente y propietario parcial del hotel, Stanley Bard, dirigía el lugar de acuerdo con sus propias reglas, curando a los inquilinos como si el hotel fuera su proyecto de arte personal. “Stanley Bard lo dirigía como un feudo”, dijo Himmelstein, el abogado de la asociación de inquilinos. “El alquiler se hacía por capricho. Si le caías bien, no te aumentaba“.
“Era fabuloso, estaba loco”, dijo Berg sobre Bard, quien murió en 2017, una década después de que lo expulsaran del hotel cuando entró una nueva administración.
A pesar de su reputación, el Chelsea “no era un lugar ruidoso lleno de borrachos”, dijo Berg, de 65 años, que se mudó con su marido, quien ahora tiene 77 años, en 1988 (su esposo vivía en el Chelsea desde 1975). “El Día de Acción de Gracias, a menudo había una cena en el vestíbulo para las personas que no tenían un lugar adonde ir”, dijo. “Eran tiempos fantásticos, felices”.
Aproximadamente un año y medio después de que se mudaron, la Sra. Martin y el Sr. Hamilton pasaron a una habitación de 20 m² en el octavo piso, donde todavía viven. Repleto de libros, arte y papeles, no tiene cocina, solo un lavatorio, y la pareja usa el baño en el departamento vacío de al lado.
A pesar de todo el drama, la Sra. Martin no puede imaginar renunciar a su pequeño espacio con una vista parcial del Empire State Building y donde su esposo escribió “Legends of the Chelsea Hotel”, un libro de 2007 que relata su historia. “Este es el único lugar donde Ed y yo hemos vivido en Nueva York”, dijo. “Tengo un baño justo afuera de mi puerta, ¿por qué querría tenerlo de otra manera?”
¿Tácticas dilatorias o derechos de los inquilinos?
Para muchos residentes, la guerra con el propietario terminó en 2013, cuando la asociación de inquilinos llegó a un acuerdo que entregó departamentos completamente renovados a sus miembros (casi la mitad de los inquilinos), además de otras concesiones.
Aproximadamente 40 inquilinos no se unieron a la asociación, por lo que no obtuvieron el trato. Algunos no querían que el grupo hablara en su nombre. La Sra. Martin dijo que no quería un departamento renovado si eso significaba meter un baño en un espacio ya pequeño, reducir su área de estar o mudarse a un piso más bajo donde perdería la luz y las vistas.
A algunos inquilinos les preocupaba que mudarse o renovar sus departamentos comprometiera su estado de renta estabilizada, aunque el desarrollador y la asociación de inquilinos insisten en que esos departamentos todavía están protegidos por leyes de estabilización.
La batalla continúa
Las demandas de los inquilinos y las órdenes de suspensión de trabajo pintan una imagen de una propiedad que ha sido un lugar desagradable para vivir durante años. Los residentes, que pagan alquileres mensuales de entre US$1000 y US$4000 han informado de moho, asbesto, polvo y acoso verbal por parte de los propietarios. Los departamentos y los pasillos se han inundado. Un inquilino le mostró un video de hace dos años a un periodista: agua cayendo en cascada desde los techos, llenando grandes tachos de basura y acumulándose en enormes charcos en el piso.
Muchos residentes desestiman el polvo, el ruido y los daños causados por el agua como el costo de vida a pagar por una renovación; dicen que el propietario hace las adaptaciones cuando es necesario. En un caso, un inquilino fue alojado en el hotel cercano Chelsea Savoy durante meses y recibió una asignación diaria de comida mientras reparaban su apartamento después de que se rompiera una tubería. Estos inquilinos dicen que simplemente quieren que termine la obra. Pero otros no ven ninguna razón para echarse atrás.
“Algunas de estas personas simplemente parecen pensar que las malas condiciones de vida vienen con el territorio de la construcción en lugar de poner los pies en el fuego”, dijo Berg. Los propietarios, continuó, “tienen que brindarnos protección contra el polvo; tienen que proporcionarnos calefacción y agua caliente”.
Los inquilinos que expresaron las quejas han sido acusados de demorar con tácticas como llamar al 911 y comenzar nuevas rondas de litigios para obtener una orden de suspensión del trabajo para que el hotel permanezca como está. Pero la Sra. Berg lo ve de otra manera. “No es que llamamos y decimos: ‘Necesitamos una orden para detener el trabajo’ y entonces alguien viene corriendo a clausurar”, dijo. “No puedo decirte cuánto tenés que quejarte para que alguien preste atención”.
La Sra. Berg dijo que ella y su esposo no habían podido dormir o abrir las ventanas para tomar aire fresco debido al constante zumbido de los ventiladores, que, según ella, funcionan día y noche. Y después de que la Sra. Martin se quejara del polvo de la construcción en su apartamento, el Departamento de Salud e Higiene Mental emitió una infracción al propietario y la gerencia a fines de marzo.
BD Hotels ha ofrecido la reducción del alquiler, ahora de un 35%, a todos los residentes, e incluso ofreció renovar los departamentos de aquellos que no aceptaron el acuerdo de 2013, dijo Drukier. Ninguno de los inquilinos aceptó la oferta de renovación, dijo, pero ahora casi todos tienen reducciones de alquiler.
“Nuestros planes dicen claramente que no se tiene que ir ningún inquilino. Punto”, dijo el Sr. Drukier. “No sé muy bien qué creen que estamos tratando de hacer, pero ciertamente no estamos buscando sacar a nadie”.
Lo que los inquilinos realmente quieren es una compra, según Drukier; los abogados que representan a clientes en cinco departamentos, entre ellos Berg y Martin, solicitaron pagos de hasta 48 millones de dólares para el grupo, dijo.
En un correo electrónico, Leon Behar, abogado de esos inquilinos, expresó su consternación porque las discusiones confidenciales se ventilaron públicamente. “La cuestión de las adquisiciones parece ser una pista falsa inventada por Drukier para desviar su acoso sistémico” de los inquilinos, dijo.
Nadie va a ninguna parte
Si la historia reciente es una prueba, los residentes del Chelsea, independientemente del lado en el que estén, no son reacios al conflicto. Cuando otro desarrollador, Joseph Chetrit, compró la propiedad en 2011, no perdió el tiempo y comenzó a desalojar a los aproximadamente 100 residentes. Pero enfrentó una oposición inesperadamente feroz, por lo que abandonó el proyecto en 2013 y vendió la propiedad al hotelero de lujo King & Grove, dirigido por Ed Scheetz. En unos meses, la asociación de inquilinos llegó a un acuerdo con los nuevos propietarios, asegurándose departamentos renovados, reducciones de alquiler y otras concesiones.
“Puse mi alma y todas mis agallas en proteger el edificio”, dijo la Sra. Pappas, presidenta de la asociación de inquilinos, sentada en el dormitorio de un departamento del primer piso que comparte con su esposo, Nicholas Pappas, de 63 años. Decorado con estilo barroco, tiene muebles, paredes cubiertas con pinturas e instrumentos musicales. Hay un piano de cola mediano en la sala de estar.
Para 2016, Ed Scheetz se había retirado y BD Hotels había comprado el edificio, que había administrado casi una década antes. “Realmente no sabían lo que estaban haciendo”, dijo Drukier sobre los propietarios anteriores, que se vieron envueltos en retrasos, sobrecostos y disputas con los inquilinos.
La Sra. Pappas describe la administración actual como “civilizada”. Es una palabra que usa a menudo y que invoca para persuadir a la gerencia de que sea más complaciente. Cuando relató haber negociado un viático con el Sr. Scheetz para los inquilinos desplazados, la gerencia quería pagar US$35 por día. Ella lo subió a US$60.
Originaria de Rumania, la Sra. Pappas se mudó al Chelsea en 1995. Su ambiente artístico le recordó a los hoteles parisinos. “No creo que haya otro edificio en los Estados Unidos que tenga una personalidad tan extraordinaria, y no me refiero al rock and roll”, dijo Pappas. “Me refiero a los escritores”.
Pero tenía sus inconvenientes. En años pasados, la Sra. Pappas solía ver a personas desmayarse en los pasillos y escaleras. Un vecino al otro lado del pasillo vendía drogas, atrayendo clientes ruidosos y nocturnos y, ocasionalmente, a la policía.
En estos días, su mayor dolor de cabeza son sus vecinos que se quejan, un grupo que considera obstruccionistas rebeldes. “Mantuvieron este edificio con las tripas abiertas durante casi 10 años”, dijo. “Hay personas que no son felices si no crean miseria a su alrededor. Es una cuestión de control y poder y de mantenernos en esta condición“.
Cuando Nueva York vuelva a abrir, también lo hará el Chelsea
Un hotel que tarda 10 años en renovarse invita a la pregunta: ¿Por qué seguir haciendo esto? Drukier, el tercer propietario desde que comenzaron las renovaciones, se despierta la mayoría de las mañanas pensando en lo mismo, dijo. “Habría sido más fácil, de alguna manera, alejarse”, dijo. “Sorprendentemente, te apegás al Chelsea”.
El vestíbulo fue restaurado, con un piano vertical en la esquina, lujosos sofás y una gran lámpara de araña. Los planes incluyen dos restaurantes, salones, espacio para eventos y un gimnasio y spa en la azotea. También están en marcha planes para reabrir El Quijote, el restaurante español de la vieja escuela de al lado que cerró en 2018 después de 88 años de funcionamiento y es parte del hotel.
Las tarifas de las habitaciones en el hotel oscilarán entre US$200 y más de US$600 por noche, dijo Drukier. Las pinturas de inquilinos anteriores que alguna vez colgaban por todo el edificio se sacarán del almacenamiento y se volverán a colocar en las paredes.
“Incluso aquellos inquilinos a los que no les agradamos en este momento, creo que eventualmente estarán felices de estar viviendo aquí”, dijo Drukier.
Pero la Sra. Berg no está tan segura. “Creo que será mucho peor”, dijo. Los hoteles traen huéspedes y los huéspedes traen ruido. En 2009, el Jane Hotel, otra propiedad del mismo equipo de desarrollo, atrajo a tantos famosos fiesteros que los residentes locales tuvieron que formar una coalición de vecinos y contratar a un publicista para controlar la situación.
La Sra. Berg teme que se repita el escenario. “El ex Chelsea tenía un pequeño bar somnoliento, El Quijote”, dijo. “Creo que los inquilinos no entienden que esto se transformará en un lugar para beber y hacer fiestas que abrirá hasta las 4 de la mañana, todos los días”.
Pero el trabajo aún no está terminado, su ritmo se ralentizó por los protocolos de construcción de Covid. Cuando el hotel haga su llamativa reapertura, lo hará en una ciudad que todavía se está recuperando de la pandemia y en un barrio que aún carece de turistas y tráfico peatonal en general.
“En realidad, es exactamente lo que hubiera esperado del Chelsea”, dijo Drukier. “Todo lo que puede salir mal en el Chelsea simplemente sale mal”.
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