Las oficinas abiertas ganaron protagonismo en los edificios corporativos. Sin embargo y más allá de ventajas como una mayor conectividad y una mayor integración de los equipos de trabajo, existen algunas desventajas. Por ejemplo: pueden resultar ruidosas, propensas a los robos y, por lo general, carecen de cualquier tipo de privacidad. Pero estos no serían los únicos inconvenientes que presenta los open spaces. Un factor fundamental que refuerza la postura de los detractores a estos espacios, es que desde su diseño resultan ambientes sutilmente sexistas. Esta mirada se extrae de un trabajo de investigación realizado por científicos británicos. Más concretamente un relevamiento producido por Alison Hirst, Anglia Ruskin y Christina Schwabenland de la Universidad de Bedfordshire. El trabajo que realizaron los expertos se basó en la observación del proceso de reorganización de una dependencia gubernamental británica que duró tres años y relocalizó a unos 1100 empleados que provenían de distintos edificios. Con la mudanza, los empleados disfrutarían de un moderno inmueble con oficinas de planta abierta, de paredes externas e internas vidriadas, escritorios idénticos para todos y espacios grupales de colaboración. El layout fue ideado con la intención de romper las jerarquías y de alentar a los empleados a interactuar más entre sí. "Fue diseñado para encantar en lugar de controlar abiertamente, y para alentar el movimiento en lugar de la inmovilidad", sostienen los investigadores en un artículo publicado en la revista Género, Trabajo y Organización.
Para entender cómo las personas se adaptaron a la nueva oficina, los científicos entrevistaron a 27 mujeres y 13 hombres en charlas que duraron entre una y dos horas. La investigación duró tres años con dos períodos intensos de observación y entrevistas. Además, Hirst también participó en parte de la cultura de la oficina, almorzando y tomando café con los empleados y asistiendo a reuniones.
Los investigadores encontraron que muchas mujeres, por efecto de los espacios abiertos, se sintieron híper observadas en todo momento y que su apariencia era constantemente evaluada. "Aquí no hay ningún lugar donde no te sientas observado", fue una de las afirmaciones que se reiteraron a lo largo de las entrevistas. Los hombres, en cambio, no dieron evidencia de que sintieran de manera similar o cambiaran sus acciones como resultado de la falta de privacidad.
El arquitecto de la nueva oficina, que se mantuvo en el anonimato, anticipó que, al principio, la gente podría sentirse incómoda con las transparencias que proponen las paredes de vidrio, pero en entrevistas con los investigadores, dijo que pensaba que con el tiempo los empleados se acostumbrarían. "Creo que es como ir a una playa nudista. Primero estás un poco preocupado de que todos te miren, pero luego piensas: ‘espera, todos los demás están desnudos, nadie se mira’", dijo a los investigadores. Y agregó: "Creo que eso es lo que sucederá, y con el tiempo todo será una anécdota".
Pero no todo es tan simple. Existe un problema y es que las investigaciones sociológicas de las playas nudistas han demostrado que las personas –a pesar del paso del tiempo– continúan observándose: "los hombres en particular, a menudo en grupos, miran obsesivamente a las mujeres", escriben los científicos. Este tipo de ambiente sin privacidad y sin cristalización conduce a un tipo de sexismo sutil, donde las mujeres siempre son observadas y, por lo tanto, son juzgadas por sus apariencias, lo que causa ansiedad a muchos empleados. Una de las empleadas, llamada Pat, les dijo a los investigadores que los hombres de su equipo solían "marcar" el atractivo de las mujeres jóvenes que acudían a la oficina tanto por entrevistas como por reuniones de trabajo. "La visibilidad permitió a estos hombres juzgar y clasificar a las mujeres de acuerdo con su atractivo sexual, al igual que los hombres en las playas nudistas", explican los investigadores.
Según otra empleada, llamada Wendy, "algunas mujeres comenzaron evitar visitar partes de la oficina donde no se las esperaba". Para ella el diseño de la planta, a pesar de llevar la intención de los arquitectos de promover la libertad de movimiento, entre las mujeres se generó un espíritu muy distinto que terminó por inhibirlas hasta el punto de no transitar libremente por los espacios comunes.
Pero las consecuencias fueron aún mayores, conscientes de los ojos masculinos, algunas mujeres comenzaron a vestirse de manera diferente y hasta a tener maneras de actuar distintas a las habituales. Sin un diseño arquitectónico que indicara su lugar en la jerarquía de la oficina, comenzaron a confiar en su ropa para indicar a otras personas si eran importantes o no. Una mujer dijo a los investigadores que comenzó a usar chaquetas y dejó de vestirse con cardigans, ya que este indicaría que ella estaba en la administración. Otras comenzaron a usar más maquillaje o a arrehlarse más, conscientes de que la gente las observaba todo el tiempo. Poco a poco, los trabajadores del lugar, tanto hombres como mujeres comenzaron a dar señales de cambios en su comportamiento cotidiano.
Con el correr del tiempo, el estudio comenzó a dar señales de cómo cambia la cultura del lugar de trabajo cuando el diseño de la oficina se modifica radicalmente. El impacto del entorno y las modificaciones en las costumbres no solo afectaron a los empleados. Hirst, que con el objetivo de realizar una cantidad determinada de entrevistas pasó mucho tiempo compartiendo ese lugar de trabajo, comenzó a sentir la presión de vestir de una manera más femenina a sí misma. Algo que también está reflejado en las conclusiones de la investigación. "La científica se sorprendió por la inusual cantidad de cuidados que tomó sobre su propia apariencia. Este fue un grado de autoconciencia que le pareció onerosa a medida que pasaba el tiempo", escriben los investigadores. "Para ‘encajar’ con la estética moderna y limpia del edificio y coincidir con un código de vestimenta que fue ampliamente adoptado por los empleados, se apartó de su preferencia habitual de utilizar pantalones vaqueros y de ir a trabajar a ‘cara lavada’; para, con el tiempo, comenzar a adoptar el uso de trajecitos y hasta empezar a usar maquillaje con el objetivo de cuidar su imagen".
No solo las apariencias físicas de las mujeres estaban a la espera de juicio, la oficina abierta también significaba que no había un espacio privado al que los trabajadores pudieran ir si estaban angustiados emocionalmente o si necesitaban mantener una conversación privada. "Si estás molesto por algo, no hay a dónde ir", dijo una mujer a los investigadores. "¿Si tenés ganas de llorar, qué haces? Todo lo que puedes hacer es ir al baño de damas con otras mujeres. Es decir, no puedes ir a hablar con alguien de forma individual donde no puedas ser observado ".
Para concluir, la uniformidad de los espacios tuvo otro efecto en una mujer que estaba atravesando la menopausia: sentía que no podía tener un ventilador en su escritorio para ayudar con los sofocos porque todos se habrían dado cuenta: "Tengo que trabajar más o menos a través de", le confesó a los investigadores.