Espacios distintos. Son locales gastronómicos que buscan generar experiencias a partir de un acceso limitado de clientes; el modelo de negocios y las claves para que funcionen
Buenos Aires alberga en sus calles lugares mágicos, sitios ocultos que parecen estar escondidos para la mirada de la mayoría del público, tal es el caso de los bares speakeasy, una suerte de viejos clubes secretos estadounidenses de los años ´20 , tiempos en los que mandaba la ley seca –la prohibición de la venta de alcohol–. Son bares que trabajan a puertas cerradas y están reservados para unas pocas personas. En la mayoría de ellos se ingresa por medio de conocidos o con contraseñas. La propuesta llegó a la Argentina, más concreta a algunos barrios porteños, hace casi una década y está destinada a un público que busca no sólo identificarse con los espacios que visita - haciéndose habitues- sino también cultivar un costado lúdico o de privacidad que incentiva la relación cliente-bar.
“Hoy, la dinámica del mundo estimula la visibilidad, pero speakeasy, produce un quiebre en este estereotipo proponiéndole al público la posibilidad de resguardarse u ocultarse, ofreciendo de algún modo un contacto más íntimo y personal”, afirma Andrés Rolando, uno de los fundadores de The Nicky Harrison Speakeasy, un espacio de estas características ubicado en pleno barrio de Palermo sobre la calle Malabia. Rolando explica que su local, surgió en el afán de llevar al extremo el concepto de los speakeasy bar. “A la hora de concebir el proyecto partimos de la pregunta ¿Qué pasaría si escondiéramos nuestro local como lo hacían los bares ocultos de los años 20 en New York? Luego nos pusimos en el lugar de un potencial cliente y nos dimos cuenta que la experiencia podría resultar muy divertida y atrapante. Fue así que no dudamos por un instante en cómo debería ser el concepto de nuestro espacio”, relata.
Para Rolando esta propuesta cuenta con varias características que la convierten en una alternativa divertida que permite romper con la rutina cotidiana dejando en libertad el costado lúdico de los clientes. “Cuando una persona entra por primera vez a este tipo de bares se siente como que está en un rincón del parque de diversiones de Disney. Hay algo tan lúdico que a muchos de los visitantes parece llevarlos por un rato de nuevo a la niñez. Esta es una mezcla de juego, asombro y deleite de sabores, Una experiencia premium que no olvidan”, afirma con conocimiento de causa: The Nicky Harrison Speakeasy, fue elegido en 2016 por Lonely Planet como uno de los mejores 50 bares del mundo.
Para generar ese clima del que habla Rolando, se apela a la creatividad y a una ambientación precisa, dos factores fundamentales a tener en cuenta a la hora de llevar adelante la arquitectura de interiores de estos espacios. En el caso de J.W Bradley ubicado en la calle Godoy Cruz al 1800, todo el bar está atravesado por la historia de Bradley, y el mítico expreso de oriente. “El público busca en estos bares, experiencias reales y no decorados, que intentan ser algo que no son. Los detalles originales, aunque más costosos, son clave del éxito en este tipo de proyectos. A ellos se le suma la iluminación, el mobiliario, la vajilla y hasta la música que sirve de ambientación. Todos estos componentes son cruciales para transportar a los visitantes a la experiencia que vendemos: un viaje diferente por el viejo continente. Y todo comienza con nuestra particular entrada: un vagón original de ferrocarril de aquella época. Nuestro bar escondido invita desde el inicio a recorrer distintos sabores mediante la carta de cocktails de autor y una carta de platos para los más exigentes”, aportó Martín Brenna, dueño y decorador interior de J.W. Bradley, uno de los espacios porteños que no cuenta con restricciones para su ingreso.
En la búsqueda de aportarle más realismo al escenario Brenna para su espacio dejó los ladrillos a la vista, juega con viejas ventanas abovedadas de vidrio repartido, colocó antiguos relojes de estación de trenes y dispuso murales gigantes, lo que terminó conformando un ambiente europeo que –por momentos– invita a viajar rápidamente y sin salir de Buenos Aires. “Para no romper el encanto en este tipo de lugares hay que salir a buscar muchas veces tanto el mobiliario como utensilios al exterior, otra opción es adquirirlos por medio de remates o subastas o bien mandarlos a hacer a medida para cada uno de los proyectos”, comenta.
Pero los proyectos de Rolando y Brenna no son los únicos tanto en la ciudad de Buenos Aires como en el Gran Buenos Aires; en ambos lugares se esconden un gran número de propuestas que responden a estas características entre las cuales se destacan: Frank’s –en Arévalo al 1400, que para ingresar requiere contar con una clave previamente–, Eter Club –en Cuenca al 2700–, The Club House – en Costa Rica 4600, un club exclusivo para socios–, Victoria Brown -en Costa Rica al 4800– o Korova, – en Eduardo Ramseyer al 1400, en Olivos con una fachada que es un paredón blanco–.
Los entrevistados coinciden en que hay mercado para este tipo de bares en todo el país, aunque las ciudades con mayor potencial para la instalación de estas propuestas son Córdoba, Rosario, Mendoza, Salta, Mar del Plata, Bahía Blanca y Bariloche, entre otras.
A pesar que se supone que estas propuestas están dirigidas al denominado público el ABC1 existe una gran variedad de visitantes que suelen concurrir a los bares speakeasy, tal es el caso de Alejandro R.V, contador, que llegó a uno de ellos fruto de una recomendación de un amigo . “Al cruzar la puerta sentí ingresar a un lugar mágico; casi como estar en un viejo recuerdo de otra persona. Fue una experiencia única. Fue como estar en medio de un juego; de una fantasía”, recuerda. Otra de las propuestas con que cuenta Buenos Aires es Florería Atlántico sobre la calle Arroyo. Este espacio se basa en la inmigración que llegó al país entre 1900 y 1920 y la marca que ellos le dejaron a la ciudad. “Cuando pensé en un proyecto de estas características sentí que en Buenos Aires faltaba ese tipo de lugar y busqué por años un sótano. Finalmente lo encontré en el edifico de principio del siglo XX de la ex naviera Nicolás Mihanovich en Alem y 25 de Mayo. Cuando lo encontré el siguiente paso fue pensar el concepto y rápidamente surgió la idea de bar de inmigrantes”, cuenta el bartender argentino y dueño del lugar, Tato Giovannoni.
Pero el lugar no duró mucho tiempo ya que su ubicación en el subsuelo y el movimiento que este tenía en poco tiempo se convirtió en una molestia para los vecinos. “Tras el resultado de la primera experiencia decidí abrir un local a la calle, fue así que creamos la Florería-vinacoteca que está abierto durante el día y el bar, quedó oculto por una casualidad y abre a la noche. Cómo por varias razones en el local no podía haber una escalera que llevara hacia el sótano, nos vimos obligados a esconder la entrada al bar detrás de una puerta de cámara frigorífica, donde la mayoría del público pensaba que allí se guardaban las flores. Casi que terminamos quedando escondidos por casualidad, pero, no somos un bar speakeasy, ya que se sabe dónde estamos”, afirma el vocero del lugar reconocido dos veces como mejor bar de Latinoamérica y el Caribe, según la Revista Drink International.
Los referentes consultados confirman que el tamaño de estos bares varía desde 120 m2 hasta superficies con más de 600 m2; pueden contener diez mesas, una importante barra y un mini auditorio hasta un espacio de dos plantas, apto para más de 400 cubiertos y barras que superan los 15 metros lineales, con diseños arquitectónicos del que han participado hasta especialistas en refacciones de edificios antiguos. Tanta diversidad de casos no permite establecer un valor promedio de inversión inicial, pero a modo de ejemplo podría mencionarse el desembolso que requirió el JW Bradley, un espacio que supera los 450 m2 y que combina piezas antiguas con artefactos modernos que demandó $ 6 millones.
Los especialistas destacan que, en este modelo de negocio es clave el concepto original de la propuesta, la arquitectura y decoración de interiores, la oferta de productos y de servicios diferenciados donde el cliente se sienta único. Según los expertos en el tema la rentabilidad es fluctuante, con márgenes que van, según los casos, entre el 8 y el 30 por ciento aproximadamente.•