Por Cristina L. de Bugatti Para LA NACION
En mi jardín sombreado y húmedo, como tantos jardines urbanos orientados hacia el Sur, hay plantas que han llegado no sé de dónde, pero para quedarse. Tampoco sé si llamarlas yuyos: tienen un aire lujoso que me hace sospechar ciertas pretensiones. Una de ellas es la que llamamos flor de Santa Lucía , aunque su nombre botánico es Tradescantia erecta , de la familia de las commelináceas. Forma una pequeña mata baja, tiene hojas ovaladas y flores agrupadas de a dos, cada una con dos pétalos azules y uno más pequeño, blanco. El jugo de la planta se usa como colirio para descongestionar los ojos, de ahí su nombre que invoca al de la santa protectora de la vista, pero además la flor puede dar la impresión de ojos de mirada algo estrábica. Y lo asocio a la teoría de los signos, o de la signatura de la Edad Media, que establecía que las plantas presentaban alguna parte visible, cuya forma evidenciaba su aplicación o utilidad. Otra versión de estas leyendas recuerda a los dos hermanos Commelins, en cuyo homenaje se nominó esta familia botánica; fueron brillantes botánicos holandeses y estarían simbolizados en los dos notables pétalos azules de la flor, mientras que el hermano menos notable, sería el pequeño pétalo blanco. Pero en terreno menos fantasioso, de estas tradescantias se está hablando mucho por ser de los pocos yuyos que no mata el glifosato, herbicida casi total, y en consecuencia, una de las pocas malezas que persisten en la soja, y aunque no la perjudica para nada se la destruye para que no se mezcle con los granos. Hay otra commelinácea muy bella: es la Dichorisandra thyrsiflora, herbácea, que puede alcanzar el metro de altura, de tallo erguido, simple o con pocas ramificaciones, y hojas brillantes, lanceoladas. Originaria de Brasil, de su zona influida por el Atlántico, prospera bien en el suelo o en maceta, en tierra fértil, suelta y con constante humedad, aunque no anegada, y en clima húmedo y cálido o templado, evitando el frío que la perjudica. En esas condiciones florece desde la primavera hasta el otoño, formando apretados racimos de pequeñas flores azules, pero de un tono vivo y brillante como pocas veces se encuentra en la naturaleza.
La persistencia de las condiciones que la planta requiere logra que los racimos sigan creciendo y floreciendo. Se puede reproducir por semillas, gajos y trozos de tallo, o por retoños de raíz, con gran facilidad.