Se instaló enero y los pensamientos se centran en el descanso y las vacaciones. Pero, paralelamente, el jardín aumenta sus exigencias y, lo que siempre es un placer, se convierte en un trabajo.
En primer lugar, el riego. El año último, las lluvias frecuentes nos liberaron de riegos más seguidos, pero en cambio favorecieron brotaciones que pueden llegar a ser invasivas. Así que, tijeras en mano, hay que obligar a que las plantas sean respetuosas de sus vecinas y que haya lugar para todos. Esas obligadas podas de verano conviene efectuarlas al atardecer para que la noche ayude a cicatrizar los cortes. Son pequeñas podas, siempre placenteras.
El césped, otra incorporación del jardín moderno, también genera obligaciones. Si se deja crecer sin control y además nacen otras hierbas pierde encanto. Se impone pasar la cortadora, tarea que se aliviana si se recuerda a Bradbury en su bello libro El vino del estío.
Y, siempre dentro de nuestro programa de trabajar poco, destacamos que están en flor las achiras. Estas bellas plantas nativas lucen follajes y flores de colores muy atractivos, son de fácil reproducción por rizoma o semilla, y de floración durable. Otro cultivo fácil es el de malvones y geranios, especies favoritas para patios y balcones. En esta época se puede pedir un gajito a algún vecino y plantarlo en maceta, confiando en que prosperará sin problemas y lucirá sus flores sin exigir muchos cuidados.
Hacia fines de este mes ya florecen los nardos, la flor de carnaval, bulbosas de fácil cultivo con flores de intenso perfume.
Como en el Gran Buenos Aires se adaptan especies de diferentes regiones, también las vacaciones ofrecen la oportunidad de traer plantas de otros lugares y probar.
Quizá nos sorprenda la floración de una planta cuyo gajito trajimos de Córdoba o Misiones. Hay que probar y disfrutar de un jardín que dé poco trabajo.