El intercambio de plantas enriquece desde siempre los jardines y las personas, pero hoy adquiere nueva fuerza en la moderna búsqueda de la sustentabilidad
Juan Carlos Frangi es herrero y se jubiló hace años, legando su taller sobre la calle Falucho, en Azul, a cargo de sus hijos. Pero es muy rara la ocasión en que uno no lo encuentra allí, con su cuerpo enjuto doblado sobre el metal bajo una ola de chispas.
-¿No se había jubilado, Frangi?
-Sí, sí -se excusó-, ya no trabajo más -mintió-. Pero, para compensar la supuesta falta, se da el tiempo para charlar un rato sobre sus otras pasiones: política, fotografía y plantas.
Hijo de italianos, después de 70 años mantiene una cadencia en la tonada y la manía de, en el pedazo de tierra que pueda, plantar.
Siempre tuvo quinta y no entiende ni le interesa entender a quienes no aprovechan la fertilidad del suelo donde les toque estar. Sin teorías ni pretensiones estéticas, tan naturalmente como fragua, trabaja la tierra.
Con Frangi hemos compartido historias y gajos. Gajos e historias. Como con otros jardineros, al igual que miles de jardineros entre sí, en todo el mundo. Así ocurre, aun sin saber una palabra de Botánica, una semilla o ramita se ofrece con el conocimiento que da conocerla de cerca, que funcione en el lugar y que le haya dado satisfacciones, ya sea por belleza, por los frutos o por la resistencia.
Es decir, la prueba de mil laboratorios en un gesto simple, espontáneo, casi nimeo cuyo poder crece hoy a medida que se revaloriza lo originario como uno de los caminos que permita a la sociedad ser más sustentable y amigarse con el entorno.
Semillas, gajos, bulbos, plantines se han esparcido desde siempre por jardines vecinos, familiares, amigos, conocidos o aún desconocidos. Es un intercambio que se acompaña con datos sobre la siembra y el cuidado, con recomendaciones obtenidas de la experiencia del donante y una descripción enamorada de los resultados si el cultivo prospera. Y que se agradece con otro fruto o la promesa de una especie querida y especial que retribuya tanto don otorgado.
En ese cotidiano minué de la cortesía jardinera se entretejen relaciones y consejos que, sin más esfuerzo que ceder lo que abunda a quien necesita, enriquece jardines y personas.
Cristina Bugatti, la jardinera que nos conquistaba desde su columna en este Suplemento, decía que en su familia no tenían tiempo de pelearse o criticarse porque estaban siempre hablando de plantas.
De hecho, el impacto de este sencillo acto de genera una onda expansiva que abarca iniciativas de una organización más sistemática del trueque hasta agresivas posiciones políticas.
Algunos ejemplos
Feria de semillas: no es extraño en el interior encontrar un cartel sin pretensiones que anuncie la feria en una escuela o una plaza. En primavera u otoño se intercambian las semillas, sobre todo de huerta, para la siguiente temporada. En Tandil, por ejemplo, se hace todos los sábados a la mañana en el Centro Cultural La Compañía. En otras localidades se realiza anualmente.
Plant Exchange: una caja donde quien lo solicita, sin costo alguno, pone las semillas que recoge de su jardín clasificadas en bolsitas y saca de la caja las semillas de otros jardineros con el sólo compromiso de pagar el envío al siguiente solicitante de la caja. La idea tiene más de 18.000 adherentes en Facebook y ha estado viajando por todos los Estados Unidos.
Salvadores de Semillas: las posiciones van desde quienes rescatan, construyendo bancos de semillas, especies que podrían perderse y que aún sobreviven en jardines particulares hasta quienes abrazan esta causa como una postura política. Ésta también tiene matices que van desde los que procuran la soberanía alimentaria, es decir, el derecho de los pueblos decidir su propio sistema alimentario y productivo, hasta quienes propician la biodiversidad como un reconocimiento a los pueblos originarios.
¿Qué opinará Frangi de todo esto? No sabemos: ha vuelto a su tarea en el taller, en el jardín, en la Unidad Básica o el Club de Fotografía. No está trabajando, vive.
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