El coronavirus generó, genera y generará cambios en nuestras formas de vivir y hasta en nuestras más pequeñas costumbres. Hoy, en las principales ciudades del mundo nadie se cuestiona el hecho de salir a la calle con barbijos o cubrebocas y narices. Tampoco se replantea ni la distancia social ni el uso de guantes a la hora de viajar en medios de transporte públicos o de hacer compras en despensas, supermercados o almacenes. El mundo, como lo conocíamos hasta hace más de 50 días, cambió. Y de esto no hay dudas.
En pleno aislamiento global por Covid-19, nace Pie-Dal, un pedal abrepuertas que permite llevar a cabo esta acción rutinaria sin utilizar las manos, evitando la manipulación de picaportes y el posible contagio del virus. "Es una solución práctica para quienes frecuentan espacios donde asiste gran cantidad de público como restaurantes, bancos, clubes, hospitales y universidades, entre otros espacios", relata Nicolás Hansen, que junto con Giselle Shebar, cocrearon el emprendimiento que demandó una inversión inicial de $95.000. "Los picaportes de las puertas junto con el dinero son de los elementos que se encuentran más contaminados por el virus", detalla Shebar, quienes fue directora de Arte de la Escuela de Creativos, y que actualmente, está desempleada y abocada en este proyecto. Su CV da cuenta de una gran versatilidad y revela títulos como una licenciatura en publicidad y comunicación, quizá una de sus principales fortalezas sea la capacidad para reinventarse cada cuatro o cinco años. Tuvo una agencia de comunicación y prensa, una inmobiliaria, ofreció servicios para empresas y tuvo un portal de internet que era un punto de encuentro para fanáticos.
La idea de Pie-Dal nació, casi al comienzo de la cuarentena, de una charla con su pareja Hansen. "Los dos somos muy parecidos: diseñadores gráficos, inquietos y muy creativos. Fue así que, hablando del nuevo mundo que propone el coronavirus, fuimos pensando todos los cambios sociales que se avecinan y, a cada obstáculo, le intentábamos crear una solución. Así, salieron ideas de todo tipo: desde diseños de indumentaria hasta soluciones mobiliarias que permitieran transitar de la mejor manera este proceso.
En tiempos de pandemia, nada resulta sencillo. Y los trabajos de diseño y de prueba del producto no escaparon a esta norma. Todo fue hecho a pulmón y en casa: desde la creación del diseño hasta las pruebas del producto. "La parte más complicada fue la realización del testeo. Para ello agujereamos muchas de las puertas de la casa y nosotros mismos y nuestra familia nos convertimos en `testeadores´. Tampoco fue simple poder dar con una empresa fundidora que pudiera hacer la primera producción -que fue de 200 productos – en los que se destinaron los $95.000 de inversión inicial-, ya que, en medio de la cuarentena, pocas eran las que tenían autorización para seguir funcionando", recuerdan.
"Una de las ventajas del producto, ideal para escuelas, hospitales, reparticiones públicas, fábricas y oficinas, es su bajo costo de fabricación -alrededor de $500 y su fácil y rápida colocación-", afirman los emprendedores, que en la actualidad están produciendo unos 300 pedales más, lo que les demandó unos $142.500 más de inversión. "Con esto completaremos la cantidad de pedales que teníamos previsto para esta primera etapa", cuenta Shebar.
Si bien la idea, tanto de Shebar como de Hansen, es que en un futuro éste sea un proyecto rentable; en esta primera instancia, lo producido por la venta del Pie-Dal servirá para juntar fondos para la Casa Garraham.
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