La casa ubicada a 27 kilómetros de Punta del Este tiene paredes de paja prensada que repercute en la salud de sus habitantes, razón por la que el propietario avanzó con un proyecto inmobiliario
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Existe un oasis de paz a tan solo 27 kilómetros de la caótica Península de Punta del Este. Es un lugar inmerso en un frondoso bosque, donde la naturaleza es protagonista y logra que el barullo típico de verano en el balneario se desvanezca entre vegetación y mar (la playa desierta está a 300 metros).
Este sitio perfecto para apagar la mente y desconectarse entre senderos, árboles y aire puro se llama Casa Vasca y es la primera y única construcción hecha bajo el sistema PassivHaus (Casa Pasiva) en Uruguay. ¿Qué significa esto?
Este tipo de vivienda de origen alemán es un ejemplo de sostenibilidad y debe cumplir con ciertas medidas y estándares a nivel de estructura y renovación de aire.
Casa Vasca está hecha con materiales naturales y locales: el 40% de los insumos usados fueron sacados del propio terreno. Las paredes de paja y barro prensado y sus revoques en arcilla hacen que el aire interior sea de altísima calidad, ya que favorecen la absorción de dióxido de carbono, repercutiendo así en el bienestar de sus habitantes.
El sistema es tan beneficioso para la salud que a Federico De León, dueño de la propiedad, le curó el asma. “Yo había sido diagnosticado con broncoespasmo, usaba Ventolín y una vez que me mudé acá, no tuve que usarlo más. Lo atribuyo a la calidad del aire y otras veces pienso: ‘¿No será psicológico porque encontré mi espacio y se me abrió el pecho?’ Pero cuando la alquilo y me voy a otro lado me vuelve, sobre todo si son construcciones tradicionales, donde hay mucha humedad”, atestigua a El País.
Federico tiene 32 años, es entrenador de tenis y viaja por el mundo desde que tiene 18. Esta casa le permitió cumplir un sueño con doble propósito: ansiaba tener un espacio donde afincarse y quería diseñar un sitio para que otros viajeros apasionados se quedaran, estuvieran cómodos y se sintieran como en su casa.
Casa Vasca se terminó de construir en 2022 pero el germen de este sitio con propiedades curativas y ubicado en el corazón de Sauce de Portezuelo data de bastante tiempo atrás.
Federico viaja y conoce nuevas culturas desde que cumplió la mayoría de edad.
Primero se fue a Nueva Zelanda y nueve años atrás se tomó un avión a Estados Unidos y volvió a Uruguay manejando en una camioneta con otros dos amigos. Recorrieron 16 países en ese descenso por la costa pacífica. El retorno les llevó un año y medio. Al llegar a México ya no tenían un peso y no les quedó otra que trabajar de lo que viniera. Fue mozo, cocinero, lava copas, vendedor de empanadas en la playa y hasta consiguió una changa como extra en diversas películas filmadas en Costa Rica.
“Así empecé a conocer Airbnb y la forma de emprender. También viajando tanto nunca tenés tu espacio propio y lo quería. Por eso nace este proyecto en sociedad con mi hermano Andrés”, relata. Por tal motivo, en el terreno de 600 metros cuadrados hay dos casas iguales de 60 metros cada una con habitación, baño, cocina, living, deck y parrillero.
Se trata de un proyecto híbrido para alquilar y vivir: “La hice para vivir cuando estoy en Uruguay porque viajo mucho. Soy entrenador de tenis y esto es un extra. El invierno del año pasado me fui tres meses por salud mental, física y económica. Entreno chicos de competencia y acá es muy acotado”, cuenta a El País.
Los huéspedes coinciden en que la paz de este lugar a solo seis minutos de la ruta Interbalnearia es única e impagable.
“(La casa) tiene el poder de la tranquilidad. No tiene televisión y la paz que te da una vez que la habitás te deja la mente clara. No hay ruido ni distracciones. Se duerme súper bien porque no pasa nadie, es un silencio que no encontrás en ningún lado. La gente que viene no puede creer cómo duerme”, resume Federico. Y aclara que para percibir esos efectos es necesario pernoctar un par de semanas.
Una publicidad que les salvó la vida
Nueve años atrás, Federico se tomó un avión que lo llevó a Estados Unidos para encontrarse con dos amigos y los tres emprendieron la vuelta a Uruguay en una camioneta Volkswagen de 1987 llamada Gladys en una travesía que les llevó un año y medio.
En medio del viaje se quedaron sin plata y agarraron changas que no tenían nada que ver con sus profesiones, entre ellas ser extra en películas. “Estábamos en Santa Teresa, en Costa Rica. Todo el pueblo se enteró que venía Hernán Jiménez, un actor y director costarricense. Nos hicimos amigos de él y nos siguió llamando para hacer distintos personajes secundarios. De hecho yo hablé, era el barman de la fiesta”, cuenta Federico entre risas.
La actuación los salvó en más de una ocasión, por ejemplo, para cruzar de Panamá a Colombia. En esa frontera hay 30 kilómetros imposibles de hacer por tierra ya que no hay calles disponibles y es muy peligroso. La única manera era importar la camioneta: para ese trámite precisaban desembolsar US$3000 y ganaban dos por día en los trabajos que conseguían como mozos.
“Nos salvó una publicidad que hicimos para una marca de telefonía celular, donde incluso quedó seleccionada la camioneta en el casting. Grabamos y cobramos una buena plata que nos permitió importarla y poder cruzar la frontera a Colombia con la camioneta”, recuerda Federico.
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