Decenas de aldeas o pueblos abandonados se venden en Castilla y León y Castilla-La Mancha para rehabilitar
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En Fuentetoba (Soria, 350 habitantes) se puede vivir como un señor. De forma metafórica, como los dueños de casas modernas, con piscina o huerto, edificadas a los pies de la sierra; o literal, en lo alto, como los nobles que antiguamente ocuparon el orgullo del pueblo hoy agrietado: el monasterio de La Monjía, del siglo XVI. Los chalets valen unos €200.000 euros, barato frente a los €3 millones que costaría el conjunto histórico, que incluye 325 bucólicas hectáreas con cotos de caza y de trufas. El patrimonio a la venta se completa con una iglesia románica del siglo XI escondida entre la vegetación salvaje y tras un portón cerrado. El lugar se ha convertido en una de esas aldeas o pueblos fantasma cuyos grandes propietarios ofrecen a particulares interesados en rehabilitarlos o en aprovechar sus terrenos.
La solemnidad, intuida desde lejos, pues el campanario domina los cielos del pueblo, se esfuma al acercarse y observar el deterioro de este complejo erguido sobre un risco. De poco sirve una verja con grueso cerrojo pero con dos hermosos caminos laterales. La senda guía a un conjunto descrito al detalle en el portal Idealista. Los dueños, que declinan abrir las instalaciones por hallarse en negociaciones con posibles compradores, explican que perteneció a los monjes benedictinos de Valvanera (La Rioja) y pasó a los condes de Castejón.
El lugar, declarado Bien de Interés Cultural, cuenta con pozo, electricidad, saneamiento, agua corriente y accesos a una localidad a apenas 15 kilómetros de Soria. En una de las casas de Fuentetoba reside Juliana Álvarez, que de joven trabajó para la familia Carabantes, una adinerada dinastía que poseyó La Monjía hasta que la fortuna se esfumó y se desprendieron de ella, agobiados por las deudas.
La enérgica mujer, de 88 años, explica a viva voz que el monasterio “ha venido a la nada, es una ruina” y susurra y se encorva, como si alguien la espiara, al lamentar la falta de esfuerzo de los últimos inquilinos, que propició el declive: “Qué vagos eran todos”. La anciana relata que trabajó allí limpiando y cocinando hace mucho tiempo: “Cinco años estuve, corazón”. “¡Lo tenía que haber comprado el pueblo!”, exclama y no los inversores que ahora intentan colocarlo.
Este fenómeno se reproduce en muchas zonas despobladas, indica Elvira Fafián, gerente de Aldeas Abandonadas, una inmobiliaria que ayuda a quienes quieren adquirir poblados abandonados completos. “La mayoría son extranjeros, ponen el dinero sobre seguro y van”, indica Fafián, para destacar que la demanda crece por el interés de regresar al medio rural desde las ciudades.
Hace unas semanas fue noticia que un pueblo que perteneció a Iberdrola en Zamora se vendía por €265.000, algo no tan extraño si se busca en portales especializados o como explica Fafián, que apunta que los españoles “se van animando, sobre todo emprendedores jóvenes”. Su entidad asesora y apoya a los interesados para que todo funcione y se puedan instalar en los inmuebles o explotar los terrenos.
Las herencias, asegura, se convierten en regalos envenenados porque familias pudientes legan a sus hijos propiedades que “se dividen mucho y no se atienden porque no hay apego a ese patrimonio”. Ocurre mucho con pazos, castillos, mansiones o cortijos. Otros vendedores habituales, añade, son empresarios que invirtieron, pero el plan les funcionó y deben encarar mucho “papeleo” en el que pierden mucho dinero: “Se puede comprar barato y salir de la ciudad, pero no todo el mundo encaja en los pueblos, es una forma de vida diferente y con más soledad, muchos acaban regresando a las ciudades”.
El deterioro de estos espacios conlleva que sea necesaria una importante remodelación, algo que se aprecia tanto en el monasterio soriano como en otro ejemplo de esa provincia. Hace décadas que nadie habita Pozuelo (Soria), un pueblo con 672 hectáreas disponibles por €1,7 millones. Sebastián Díaz, representante de la sociedad propietaria, detalla que esa superficie supone dos tercios del total, con lo restante en manos de otros gerentes que lo tasan en €800.000. Si alguien adquiere todo el lugar, obtendría un extenso paraje donde hay “viviendas casi derruidas” e incluso la iglesia, “aunque el tejado se derrumbó hace un año”. Las llamadas llegan de “gente de caza” porque cuenta con un coto de caza mayor, de jabalíes o corzos, o agricultores que plantean sembrar cebada o trigo en ese suelo de secano. La finca se vende desde hace un año sin que los contactos hayan fructificado.
Según Elvira Fafián, Castilla y León y Castilla-La Mancha acumulan buena parte de los núcleos olvidados que administra Aldeas Abandonadas. “Soria era una desconocida, son zonas con mucho encanto que pueden levantarse”, sostiene Fafián. Pero lanzarse a adquirir un pueblo y romper con todo entraña riesgos, por mucho que el plan suene idílico: “Cuidado con los cambios radicales”. Quien se instale en Fuentetoba tendría en Juliana Álvarez un sinfín de relatos sobre tiempos mejores. La mujer niega con el dedo al recordar el triste vaticinio que acertó en la última romería en honor a la Virgen de Valvanera: “Le dije al señor cura que no la volviese a subir al monasterio y ahora allí ya no hay nada”. Juliana no alberga muchas esperanzas de que al pueblo se le aparezca la Virgen y alguien resucite la Monjía.
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