Con una historia que se extiende por más de un siglo, esta propiedad fue de una familia patricia y tuvo una dueña muy particular antes de renacer con un impensado propósito y ceder su parque a la construcción de un edificio
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En el barrio porteño de Palermo, justo en la esquina de las calles Agüero y Güemes, emerge una de las joyas arquitectónicas más destacadas de la ciudad de Buenos Aires. Esta majestuosa residencia, que abarca 670 metros cuadrados en un terreno de 1014 m², se levanta como un testamento vivo a la época dorada de la aristocracia argentina. Reminiscencia de un pasado esplendoroso, los antiguos propietarios la evocan como un intrigante laberinto, una experiencia única que los transportaba al esplendor de vivir en un auténtico palacio.
Esta histórica casona, impregnada de relatos del pasado, tomó un nuevo rumbo al descubrir un propósito más allá de su función residencial original. Inserta en un proyecto inmobiliario dedicado a revitalizar una esquina icónica, el estado actual de la propiedad contrasta notablemente con su imagen de hace algunos años. Ya no hay más descuido, el que caracterizaba a esta antigua edificación adornada con grafitis y abrazada por la vegetación, hoy se presenta en todo su esplendor y completamente restaurada.
El proyecto inmobiliario que lideró esta iniciativa lleva por nombre Pasaje Calas, y va más allá de la simple recuperación, puesta en valor y reutilización de esta construcción del siglo XX. También incluye la edificación de un bloque de departamentos con vista única hacia la casa, todo ello integrado en un pasaje semipúblico. Esta labor fue llevada a cabo por la desarrolladora inmobiliaria Rukan, quien adquirió la propiedad en el año 2018, en colaboración con el estudio de arquitectura Lacroze Miguens Prati.
Una casa llena de historia
Lo más fascinante de esta imponente residencia, construida en 1918 y ahora protegida como patrimonio, es que adquiere un matiz aún más intrigante debido a su conexión pasada siendo la última morada de la renombrada Tita Tamames. Esta destacada mujer de la alta sociedad, reconocida productora teatral y cinematográfica, es recordada por aquellos que la conocieron como una figura verdaderamente disruptiva en su época, dotada de un talento innato para lo artístico.
Tita nació en París en 1921 en el seno de una familia tradicional argentina. Vivió su infancia en Francia, residió durante muchos años en España y después del fallecimiento de su esposo, inició una nueva etapa en Argentina como una emprendedora entusiasta en el mundo del espectáculo.
Su última residencia, antes de su fallecimiento en 2004, fue esta casona en Palermo, en la que vivía con su último marido, Miguel de Riglos, y su nieta, Celina de Alzaga Güemes. “Mi abuela no era la típica abuela con el delantal que cocinaba ñoquis”, cuenta Celina, quien a veces a su abuela la llama directamente “mamá”.
Originalmente, la casa pertenecía a los Pirovano, una ilustre familia patricia, con grandes estancias en la provincia de Buenos Aires.
Celina cuenta que Tita trabajó hasta cumplir los 80 años, siempre convocada invariablemente para los ensayos generales y estrenos teatrales que producía, equiparando su presencia a la inquebrantable rutina de Mirtha Legrand, con un programa diario que aún hoy marca su constante actividad.
Hasta el año 2001, cuando su esposo falleció, todos los días las mujeres compartían almuerzos en lo que hoy se convirtió en un espacio dedicado a un proyecto gastronómico liderado por Toti Quesada como parte integral de la restauración de la casona. “Siempre había alguien invitado”, recuerda Celina.
La historia de cómo llegaron a habitar esa asombrosa mansión en pleno corazón de la ciudad es también muy peculiar. “Mis abuelos vivían en un departamento en la calle Libertad y tomaron la decisión de venderlo para mudarse a una casa conmigo y con mi papá”, cuenta Celina. Después del divorcio de sus padres, ella fue a vivir con su papá, aunque no tenían dónde. “Le había dejado sus departamentos a su primera mujer y él vivía con su abuela, es decir, mi bisabuela”, recuerda ella.
Tita y su marido decidieron que su hijo y nieta vivieran con ellos, y comenzaron a buscar un lugar agradable para una niña. En un principio, consideraron comprar una casa en San Telmo, ya que a Tita le encantaban las casas chorizo y antiguas. Otra opción era Palermo Viejo, por su gusto por el estilo francés. “Hablando con una mujer de una inmobiliaria, la señora encontró una en Agüero y Güemes y se la mostró a mi abuelo. Al verla, él le dijo: ´No se la muestres a Tita´. Sabía que le iba a encantar, pero era una casa descuidada que incluso estaban pensando en demoler”, menciona Celina.
La mujer, asututamente, llamó a Tita y le mostró la casa esa misma tarde. Al día siguiente, Tita pagó la seña y compró la propiedad en 1982. “No es que la casa estuviera en mal estado, sino que llevaba mucho tiempo desocupada. Recuerdo la primera vez que entré; era como un laberinto, me perdí en sus miles de rincones”, cuenta ella. El proyecto de renovación comenzó pero se detuvo cuando Tita se enfermó de cáncer. Cuando se recuperó en 1984, se llevaron a cabo dos años de obras hasta que la casa quedó como nueva.
En ese entonces, la propiedad contaba con un enorme parque que albergaba una pequeña casa de 40 m² que anteriormente funcionaba como la vivienda del casero. “Mi abuela decidió que yo viviría en la casa grande con ellos, mientras acondicionaban la pequeña casa para que viviera mi papá”, señala Celina. Esto se dio por la disposición de los ambientes, ya que donde originalmente se encontraban siete cuartos habían creado tres grandes espacios. “Mi habitación tenía 100 m², además de un pequeño cuarto para juegos y mi propio baño. Me creía mil, tenía la casa más grande del colegio”, se ríe la antigua propietaria.
Celina vivió con sus abuelos desde los 10 hasta los 19 años, pero nunca se despegó de la casa. Aunque no pernoctara allí, dedicaba la mayor parte del día a disfrutar de Güemes, incluso después de casada.
Aunque Tita era quien gestionaba el hogar, carecía de conocimientos sobre cómo encender un horno o dónde se ubicaba el lavadero. Para las tareas necesarias en el mantenimiento de una casa de esas dimensiones, solían contratar a varios empleados que se encargaban de cocinar, limpiar y realizar las labores correspondientes.
Sin embargo, la decoración era completamente obra de Tita. “Cuando ella llegaba a un lugar, se quedaba en la puerta observando el espacio. Después de un rato, te decía cómo deberías reorganizar todos los muebles y la decoración de tu casa. Lo sorprendente es que la gente le hacía caso, y luego quedaban encantados con los resultados. Tenía una visión increíble, por eso le fue tan bien en el teatro”, asegura Celina.
En cada mudanza que emprendía su nieta, Tita le cedía y arreglaba sus pertenencias, llegando incluso a amueblar por completo su nuevo departamento en un solo día. “Siempre cumplió el rol de madre para mí. Mi papá nunca llegó a mudarse a la casita del jardín porque falleció en el 86, así que fueron mis abuelos quienes asumieron el rol de padres”, comparte ella.
El momento de tomar la decisión de desprenderse de la casa
Cuando Tita falleció en el año 2004, Celina tomó la decisión de mudarse definitivamente con su familia a la casa. “Nunca dejé de tener la llave; de hecho, solía hacerles las compras en el supermercado a mis abuelos. Cuando alguno de ellos salía de viaje, acompañaba al que se quedaba y venía con toda mi familia. Esto se intensificó aún más después del fallecimiento de mi abuelo”, asegura la nieta, quien visitaba a Tita todos los días y la acompañaba diariamente al cine o al teatro.
No obstante, debido al considerable tamaño de la propiedad, resultó difícil mantenerla y la casa empezó a deteriorarse. Al no ser la única propietaria y con la mayoría de sus familiares residiendo en el extranjero, los gastos necesarios para su mantenimiento se volvieron insostenibles. “Decidimos venderla y a mí me dieron la responsabilidad de seleccionar y descartar posibles compradores”, menciona Celina.
Dado su estatus como patrimonio protegido, lograron vender la casa a la empresa desarrolladora liderada por Diego Chevallier, quien resultó ser primo de algunos familiares. En colaboración con el estudio de arquitectura de José Ignacio Miguens, llevaron a cabo la construcción de un edificio en lo que antiguamente constituía el parque y realizaron ajustes permitidos en la estructura original de la casa. Desde la fachada hasta los salones interiores fueron devueltos a su estado original.
“Aunque la idea de renunciar al jardín me impactó, reconocí que mantenerlo era una tarea imposible. En las casas antiguas, cuando algo se rompe, parece que todo se descompone al mismo tiempo. Intentaba arreglar lo que se iba deteriorando, pero había ciertos aspectos que sencillamente no podíamos costear”, señala Celina. Junto con su marido, se convirtieron expertos en renovaciones, una habilidad que resultó valiosa cuando decidieron mudarse de Güemes a una casa antigua en Belgrano.
Qué funcionará en la antigua casa de Tita Tamames
Lo que caracteriza definitivamente a esta mansión es su capacidad de reinventarse; lo que Celina y sus primos conocían como “el salón del pavo” debido a una peculiar escultura en el hall principal, ahora alberga diversos talleres como parte de la nueva vida de esta casona. Su antigua habitación, por otro lado, se transformó en una unidad de alquiler temporario. El amplio salón de doble altura se divide hoy en dos espacios, uno ocupado por el estudio de fotografía de Magalí Polverino y el otro por un nuevo proyecto de Astrid Hoffmann, que será el escenario de círculos de reflexión para mujeres.
Al mismo tiempo, se construyó un pasaje semipúblico que atraviesa el terreno donde solía estar el parque y donde hoy se levanta un edificio contemporáneo de 56 departamentos de uno, dos y tres ambientes. En la planta baja hay disponible un local comercial de 180 m² con un precio de alquiler de $6500 por metro cuadrado más IVA. Este espacio está destinado a propuestas de cafeterías.
El edifcio consta de 10 pisos con vistas a la casona y al pasaje. Actualmente, todas las unidades se encuentran vendidas, a excepción de cuatro de ellas ubicadas en los pisos 9 y 10, de las cuales el precio pedido es de US$3400/m².
Las labores de restauración abarcaron los 760 m² de la casona, además de la construcción de 3900 m² destinados a la nueva estructura, con una inversión total del proyecto de US$8.300.000.
Además, Pasaje Calas, en línea con la tradición de sus desarrolladores, integra el arte como parte esencial de su estética. Durante la construcción, se convocó a proyectos artísticos para los espacios comunes, y la artista Carola Zech creó la instalación “Nosotros IV”. Ésta incluye un relieve de placas coloreadas y reflectantes en el muro del jardín y una escultura dinámica con tres piezas giratorias de libre activación por parte del espectador.
Esta casa, ahora reinventada, continúa siendo un faro cultural y arquitectónico en el corazón de Palermo, recordando a cada visitante la rica historia que alberga en sus muros.
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