Se trata de un fenómeno en crecimiento que suele acosar a las ciudades más grandes y pobladas del planeta, Buenos Aires no es la excepción
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Cada vez es más común leer o escuchar sobre las islas de calor. Estas son un fenómeno urbano que es típico de las grandes y pobladas urbes y que tienen efectos adversos para sus habitantes, aquí te contamos sobre este tema, sobre los problemas que ocasiona y -según los que saben- cómo se puede evitar.
Sabido es que el clima se encuentra en constante cambio y que ésta transformación no sólo afecta a las zonas urbanas, sino también a los entornos naturales. Cada vez es más común asistir a eventos meteorológicos extremos, tales como fuertes lluvias, sequías u olas de calor. Por su parte, las megaciudades parecen vivir un suceso climático propio que eleva notoriamente la temperatura del lugar y que se las dio en llamar: islas de calor urbanas.
Este es un fenómeno que no es nuevo. Casi todos los que tienen amigos o familiares que viven en zonas suburbanas saben que en esos lugares el calor es menos hostil allí, durante el verano, que en las grandes urbes. Se trata de un suceso de origen térmico, que eleva la temperatura en áreas urbanas -especialmente por la noche-.
Si nos remontamos a la historia reciente, la expresión “isla de calor urbana” surgió en 1958, cuando el climatólogo inglés Gordon Manley relacionó la reducción de las precipitaciones de nieve en las ciudades inglesas con el aumento de las temperaturas en los ámbitos urbanos.
Según se sabe, la temperatura media anual en una ciudad con un millón de habitantes o más puede ser de entre 1 ºC y 3 ºC más alta durante el día respecto a su periferia. Pero, por la noche la diferencia se amplía, registro en ocasiones variaciones hasta de 10 °C.
Esto se atribuye a diversos factores o elementos que emiten calor. Los especialistas sostienen que la acumulación de estructuras, como edificios, aceras, el cemento o el asfalto, son los principales responsables. Todos ellos suelen absorber más calor durante el día y lo liberan más lentamente, al revés que sucede en los parajes naturales como bosques, ríos o lagos. Otros factores que suelen elevar la temperatura de las ciudades son los sistemas de climatización.
Las islas de calor suelen traer aparejadas no sólo consecuencias negativas sobre la vida de las personas, sino también sobre el medio ambiente. Este fenómeno, que se observa aún más en las noches de verano, provoca un mayor consumo eléctrico y por consiguiente un incremento en el costo de ese servicio. Pero los inconvenientes no finalizan allí, ya que los habitantes suelen manifestar desde malestares generales hasta problemas respiratorios, deshidratación, insolación, cansancio y hasta se suelen registrar un aumento de la mortalidad por los golpes de calor.
Principales generadores de calor en las ciudades
Las superficies oscuras con alta conductividad térmica son uno de los principales responsables de la generación del efecto denominado isla de calor. Una de esas superficies oscuras, es el asfalto. Este producto, que se encuentra en mayor cantidad en las grandes ciudades, absorbe -durante el día- una gran cantidad de radiación solar.
Otro factor, no menor, que colabora con la elevación de la temperatura, es la baja densidad de vegetación o de áreas verdes (árboles, plazas, parques, etc). Las zonas forestadas colaboran con el descenso de la temperatura, mientras que la falta de sombra -producto de la escasez de árboles- provoca que el suelo de las ciudades tenga temperatura más elevada.
Las altas torres y los rascacielos, también, son responsables del efecto de isla de calor. Estas construcciones, que pueblan las ciudades, no sólo absorben más calor, sino que, además, se convierten en escudos que impiden la circulación del viento. Las zonas edificadas ofrecen más superficie de absorción de calor, que irradian lentamente durante la noche. Si los edificios son altos, se produce, además, el efecto cañón: múltiples reflexiones horizontales de la radiación recibida que aumentan la probabilidad de que ésta permanezca más cerca del suelo.
Un párrafo aparte merece la contaminación atmosférica que padecen las urbes. Grandes responsables de ella resultan los equipos de aire acondicionado, los automóviles y las fábricas, entre otros. En líneas generales, estas estructuras por sus elementos constructivos suelen atrapar las radiaciones solares evitando que se disipe el calor y, así, subiendo la temperatura del aire.
En la actualidad, muchas ciudades en el planeta sufren este fenómeno, entre las principales urbes que lo padecen se destacan: Phoenix (EE.UU.), Sydney (Australia), Madrid (España) y Seúl (Corea del Sur), entre otras.
En la capital de Corea del Sur, tras mucho trabajar (las obras duraron dos años) y luego de invertir una onerosa suma de dinero (unos US$300 millones) Seúl recuperó el río perdido, Cheong Gye Cheon -el eje de la antigua ciudad de Seúl-. Esta renovación urbana trajo como consecuencia la reducción del efecto “isla de calor”, generando un descenso de alrededor de 3,5 grados centígrados respecto a las calles del entorno (que junto al aumento de velocidad del viento lo han convertido en una gigantesca máquina de aire acondicionado natural).
Buenos Aires y la isla de calor
Según el Plan de Acción Buenos Aires 2030, que realizó el gobierno porteño, en la región central de Argentina, el clima es templado húmedo y la temperatura media es de 17,6 °C. “Los registros no muestran fuertes tendencias hacia temperaturas medias más elevadas, pero se observa que los veranos tienden a ser más largos y prolongarse en el otoño, mientras que los inviernos suelen ser más moderados. En las regiones urbanas, las temperaturas tienden a ser mayores a las registradas en el área suburbana o rural circundante.
La Ciudad de Buenos Aires, en particular, está acostumbra a tener temperaturas de 1,5 a 3,5ºC más altas que sus alrededores, fenómeno atribuible al efecto llamado isla de calor, sostiene el documento. Y agrega: “El rápido crecimiento edilicio que ha experimentado CABA, junto con la falta de planificación, ha contribuido -en gran parte- a que la ciudad se transforme en una isla de calor”.
Tanto la Organización de las Naciones Unidas (ONU) como los especialistas sobre el tema proponen una serie de opciones para minimizar el impacto de las llamadas islas de calor urbanas. Aunque desde su óptica, el gran desafío es la implementación de una política gubernamental de desarrollo urbano sostenible.
Cuatro soluciones a este flagelo
1) Estimulo para la creación de edificios sustentables o verdes. En muchas ciudades en el mundo, para incentivar la creación de edificios verdes se comenzó a ofrecer exenciones impositivas y estímulos económicos tanto para desarrolladores como inversores. Estos edificios no sólo buscan reducir la huella de carbono, sino que colaboran con la creación de oxígeno y logran bajar algunos grados la temperatura media de las urbes.
En el caso de los edificios antiguos, pueden aggiornarse gracias a la instalación de sistemas que colaboren con las energías renovables -arquitectura bioclimática o amigable- como los paneles solares (que impulsan el autoconsumo fotovoltaico) o la construcción de techos verdes que colaboran a mitigar la absorción del calor. Otro sistema más utilizado es el método de refrigeración pasivo que ayudan a dar forma a lo que se denominan inmuebles eficientes.
2) Desarrollo de ecobarrios. Se trata de nuevos desarrollos urbanos que pretenden disminuir el impacto sobre el medio ambiente cambiando los hábitos de vida de sus habitantes. Para ello, incorporan más zonas verdes, regeneran espacios públicos y fomentan la educación ambiental.
3) Creación de corredores verdes. Estas son zonas que, además de estar signadas por vegetación, suelen ser áreas donde los vecinos pueden realizar tanto reuniones sociales como deportivas o culturales. Dentro de este apartado podría mencionarse a los huertos urbanos, que en primera instancia son espacios destinados al cultivo de alimentos, pero que no dejan de ser pequeños pulmones urbanos.
4) Infraestructura sostenible. Desde el gobierno municipal, las ciudades deben tender a la renovación o transformación verde, tanto de los edificios públicos como de la infraestructura, ya sea carreteras, puentes, aceras, estaciones ferroviarias, luminarias, entre otros elementos, para alinearlos a la lucha contra el cambio climático.
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