A la hora de definir el diseño de un espacio de trabajo, es clave tener en cuenta que cada detalle impactará en la salud emocional y en el estado de ánimo de las personas que lo habitarán; qué tener en cuenta
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¿Los techos bajos nos vuelven menos creativos?, ¿los diseños angulares pueden estresarnos?, ¿la falta de luz natural afecta negativamente nuestro estado de ánimo?, ¿las paredes oscuras evitan una comunicación fluida? Todas las respuestas a estas preguntas se encuentran en la neuroarquitectura, una tendencia a la que la pandemia le dio un fuerte impulso. Sin embargo, los preceptos de la neuroarquitectura no solo son implementados en los espacios laborales sino en cualquier lugar donde habita una persona. Así lo considera Mariana Stange, asesora del mercado corporativo inmobiliario, quien asegura que al poner el foco en la persona es aplicable tanto a viviendas, colegios, hospitales, oficinas y a todos los ámbitos donde la persona habita.
Si nos detenemos en la transformación de las oficinas, para Stange “los espacios de trabajo evolucionan con las personas y las oficinas ya venían con cambios importantes previo a la llegada del coronavirus. Ya se hablaba sobre la importancia de la ventilación cruzada, de tener ventanas con luz natural, vistas abiertas, de la necesidad de espacios verdes, pero en estos últimos dos años la pandemia aceleró todo”, asegura Stange. Coincide con esta aceleración de los cambios producto de la pandemia, el arquitecto Manuel Depierro, director de proyecto y construcción en la desarrolladora Codevelopers. “Si bien este concepto de neuroarquitectura no es nuevo, lo cierto es que tampoco logró consolidarse plenamente a lo largo de los años. Recién en los últimos dos, seguramente como consecuencia de los efectos que trajo la pandemia en nuestras vidas y hábitos en el hogar, se profundizó”, dice el arquitecto. Para Depierro aplicar los conceptos de neuroarquitectura en proyectos inmobiliarios no es otra cosa que contemplar el aspecto humano en el espacio, más precisamente la mente y cómo esta se siente ante determinados espacios de un inmueble.
Pero, ¿qué es exactamente la neuroarquitectura? Según analiza Stange en un informe exhaustivo sobre el tema, surge del diálogo entre la neurociencia y la psicología ambiental y estudia la activación y reacción del cerebro frente a determinados estímulos, es decir, la relación del ser humano con determinados ambientes y espacios arquitectónicos. “Si se trata de un lugar donde la persona trabaja que puede ser tanto en su casa como en la oficina, la neuroarquitectura se vuelve importante porque busca generar ámbitos que provoquen confort y bienestar. De manera que, la persona se siente mejor, trabaja mejor, va a ser más productiva y más feliz”, sostiene la especialista en el mercado inmobiliario corporativo.
Para Martín Jasper, fundador y director de Jasper Architects, las influencias que podemos tener las personas a través de un espacio construido pueden ser positivas o negativas, y es preciso estar atentos a generar espacios que no tengan un impacto negativo. “La arquitectura de los espacios en los que vivimos y trabajamos influyen fuertemente como descubrió la neuroarquitectura. De manera que los parámetros como la luz, aire, viento, iluminación, materiales, terminaciones, superficies, humedad intervienen en cómo percibimos un lugar y en cómo nos sentimos y lo usamos”, explica Jasper. Y busca imágenes habituales para ejemplificar “si yo estoy en un espacio que está de sobremanera cargado con calor me voy a sentir mal, ofuscado y no voy a poder producir, si estoy en un sitio sin ventilación natural se satura con dióxido de carbono y terminamos durmiéndonos, por igual si no tenemos una salida visual al exterior, al cielo, al verde, esto genera un efecto negativo en nuestro estado anímico. “Entonces, el principal beneficio de la neuroarquitectura es que podemos aplicar sus parámetros como una herramienta más de la arquitectura para sentirnos mejor”, reflexiona.
Efectivamente, los estudios indican que hay espacios que generan bienestar, mientras que otros provocan angustia y estas sensaciones y emociones repercuten directamente en el estado de ánimo de las personas, en su capacidad de concentración y de establecer vínculos con los demás. “Por ejemplo, si vos tenés un equipo de diez colaboradores o empleados y los pones a trabajar en una planta cuadrada, pintada de color oscuro con techo bajo está comprobado mediante estudios y experiencias que ese grupo va a tener una peor comunicación que si ponés al mismo equipo en una planta abierta, con techos más altos, bien iluminada, ventilada. Estos aspectos hacen que se generan vínculos diferentes”, señala.
De acuerdo la investigación realizada por Stange, está comprobado que:
- Los diseños en puntas y angulosos generan estrés.
- Los techos altos estimulan la creatividad.
- Los espacios rectangulares disminuyen la sensación de encierro o masificación frente a diseños de planta cuadrados.
- Las ventanas permiten escapes psicológicos, que descansan la mente. Se trata de pequeños desvíos que se toma la mente y que mejoran el rendimiento.
- La luz facilita el aprendizaje en alumnos y aumenta la productividad en equipos de trabajo.
- Los colores claros descansan, los oscuros bajan el nivel de comunicación entre compañeros de trabajo.
- Los layouts abiertos facilitan la sinergia y la colaboración, pues incentivan el encuentro de miradas y cruces corporales.
- Los espacios de trabajo personalizados por sus ocupantes generan empleados más creativos y focalizados a diferencia que si lo hacen en espacios austeros o neutros.
- Incorporar plantas genera confort y emociones agradables.
Espacio y comportamiento
Las neurociencias inciden en la arquitectura para traer bienestar a las personas. Según analiza Víctor Feingold, arquitecto egresado de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y fundador y CEO de ContractWorkplaces, en el informe elaborado por Stange, las neurociencias ayudan a los arquitectos a comprender aspectos que históricamente habían quedado librados a la sensibilidad personal. “Incorporar estos conocimientos a la hora de planificar los entornos que habitamos brinda nuevos elementos para comprender cómo el diseño del espacio nos influencia y nos modifica”, aclara. Allí se explica el enorme interés profesional en la neuroarquitectura que va desde la planificación de ciudades y espacios públicos más amigables con las personas hasta entornos de salud y de aprendizaje que mejoran la respuesta y el estado de ánimo de la gente.
Como detalla dicho informe, la neuroarquitectura tiene en cuenta cuestiones como los ritmos circadianos, ya que la luz solar es fundamental para la regulación de los sistemas endocrino e inmunológico y cuando no se cuenta con un aporte adecuado de luz natural se producen alteraciones del ciclo sueño-vigilia, fatiga, falta de concentración, depresión, estrés. También considera la biofilia o el sentido innato de conexión con la naturaleza, un vínculo que es fundamental conservar para el mantenimiento de la salud física y mental; la proxemia también es tenida en cuenta y se trata de las distancias físicas que las personas mantienen entre sí para conservarse dentro de una zona de confort. La violación de estos límites del espacio personal provoca diversos grados de estrés y malestar. Mientras que la altura del cielorraso es otro de los aspectos que inciden en el bienestar, “un estudio de la Universidad de Minnesota sugiere que la altura del cielorraso afecta el procesamiento mental. Mientras que los espacios con techos altos promueven el pensamiento conceptual y activan la imaginación y el pensamiento creativo, los de techos bajos activan un estilo de pensamiento más concreto, enfocado y detallista”, señala Feingold. Se suma el ruido como una de las quejas más frecuentes de insatisfacción laboral. “Varios estudios indican que el estrés producido por el ruido continuo puede inducir la liberación de cortisol. Esto afecta el procesamiento de las emociones, el aprendizaje, el razonamiento y el control de los impulsos, alterando la capacidad para pensar con claridad y retener información”, explica el arquitecto. Por último, en su análisis incluye a la morfología, es decir, las formas con las que se materializa el entorno que pueden proporcionar disparadores sensoriales. “Utilizando técnicas de exploración cerebral se encontró que las formas angulares benefician el estado de alerta y concentración, mientras que las suaves y redondeadas satisfacen nuestra necesidad emocional de seguridad y protección”, concluye.
Por eso, para Feingold, la arquitectura debe ser entendida dentro del contexto de los efectos que el diseño produce tanto en la fisiología como en la psicología de sus ocupantes. “Esto nos dará la oportunidad de crear espacios que tengan en cuenta las disposiciones biológicas de las personas para mejorar la experiencia de trabajar dentro de un ámbito saludable y motivador”.
Sin embargo, a la hora de diseñar o construir, además de los parámetros que nos propone la neuroarquitectura es imprescindible considerar las necesidades específicas de las personas. Es decir, conocer e interpretar los deseos y la forma de uso que se le va a dar a los lugares. Así lo considera el director de Codevelopers, “la neuroarquitectura demuestra que influye en nuestros estados de ánimo, en nuestra productividad, en nuestro bienestar. Pero ese es el punto de partida, luego debemos saber qué necesita la persona que va a habitar ese espacio. ¿Es un joven estudiante que necesita concentrarse para estudiar, es una familia con hijos que requiere una combinación de espacios lúdicos y de relajación, son personas mayores que requieren tranquilidad, pero a la vez ambientes con mucha vida? La clave está en conocer la relación entre la mente y la espacialidad, pero también las necesidades concretas de las personas que habitarán un lugar”, advierte.
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