Cómo es la nueva forma de habitar que surgió con la pandemia y se instaló entre los argentinos
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La irrupción de la pandemia y la cuarentena obligaron a pasar más tiempo en el hogar. Tanto para el trabajo como para el ocio, alrededor del mundo se replanteó una reconfiguración de los espacios, con ambientes destinados a diferentes actividades. Así como el home office fue una de las modalidades más incursionadas entre propietarios e inquilinos, también comenzaron a designarse más áreas interiores para las actividades relacionadas con el ocio. Para algunos, eso supuso, por ejemplo, armar una habitación con muebles cómodos para el descanso y relax; para otros fue el deseo de rodearse de plantas y verde, lo que les llevó a crear un espacio de tranquilidad; en tanto que hubo quienes optaron por el rincón de lectura rodeado de libros.
José Eduardo Abadi, médico psiquiatra con una vasta trayectoria dentro de la psiquiatría y psicología, reflexiona sobre el modo en que se resignificó la casa cuando, en marzo de 2020, un fenómeno sin precedentes a nivel mundial obligó a repensar el modo en que el humano estaba habitando este planeta.
La casa, un refugio donde estar a salvo
“La pandemia puso al mundo patas para arriba, lo que significó, y aún lo hace, un antes y un después en nuestra vida. Todo cambió de un día para el otro: dejamos de ir a trabajar, de ver a nuestros familiares y amigos, se suspendieron las clases de los chicos, no pudimos despedir a seres queridos que fallecieron. Nos quedamos sin parámetros cotidianos, sin nuestra rutina y nuestros rituales.
A partir de la pandemia, la casa dejó de ser simplemente una transacción inmobiliaria, financiera y administrativa para convertirse en algo más. Surgió en ese tiempo un nuevo concepto vinculado a dónde se quería vivir y cómo se quería vivir. Esa búsqueda se transformó en una estrategia para estar del mejor modo posible en un mundo que nos hackeaba como individuos y desde un lugar completamente desconocido.
El aislamiento, la restricción de las salidas, las idas y venidas a las casas de los otros que se cortaron de un momento a otro, dieron paso a una realidad distinta. Esa nueva dinámica creó una relación con las casas muy diferente a la que conocíamos. Para algunos, estar tanto tiempo en casa, significó una suerte de sensación de prisión y tuvieron que elaborar la angustia que esa situación les generaba. Pero para otros, aunque parezca raro, implicó un cierto descubrimiento de estar adentro, con una cuota de novedad que cobró una riqueza inusitada.
Con los picos de contagios y las autoridades sanitarias alertando sobre la importancia del cuidado, la casa se convirtió en un espacio como refugio, un bastión donde no podía entrar la enfermedad. La pandemia permitió que se valorara cada vez más nuestra casa y en esos meses la convertimos en nuestro principal refugio de lo que sucede afuera. En ese sentido, el aislamiento también me protegía del otro que me producía conflicto y, dentro de ese conflicto, los rituales de higiene se presentaban como intentos de protección, mientras que el consumo de bebidas alcohólicas fue para muchos un intento de evasión de lo que tocaba vivir.
En sinergia con la casa
Con el fin de la pandemia, la casa como refugio dio lugar a una nueva forma de entender el sitio que habitamos. Y esta vez el foco estaba puesto en la intimidad, pero sin el peligro que suponía la amenaza de la pandemia. Así, los que pudieron capitalizar la experiencia de una forma saludable, obtuvieron una sensibilidad para elegir dónde y cómo vivir. Esa elección hoy tiene que ver con dónde me siento cómodo, más seguro, más integrado, dónde tengo una relación de mayor proximidad con mi familia, con los espacios y los ambientes que contribuyen a la intimidad o a la distancia en la relación con cada uno de los miembros y los roles que se ocupan.
La casa pospandemia implica una identidad distinta: la seguridad, el futuro, la protección y a uno como persona. Atrás quedó el habitar con una distancia inconsciente e impalpable entre el objeto, es decir, la casa, y yo. Ahora hay una mayor fusión con la casa y la persona.
Mudarse, un acto vital y necesario
En ese sentido, la mudanza también cobró nuevo significado. La mudanza se instala en el lugar de cambio, y el cambio puede generar desde una aprehensión, es decir, una inhibición por miedo, hasta un estímulo a lo nuevo, a algo creativo, algo que no había. La mudanza trabaja como cambio, como transformación, como crecimiento.
Por eso, en este nuevo contexto dejó de tener el sentido de pérdida y dio lugar a la avidez por lo nuevo a descubrir. Mudarse es un acto vital que pone en juego vicisitudes afectivas: deseo de cambio, elaboración sana y no traumática de lo nuevo que aparece sin temor al duelo de lo que se deja.
Con un fuerte atractivo por las viviendas alejadas de la ciudad, donde el verde y el contacto con la naturaleza se pensaron como prioridades, muchos hicieron efectiva su mudanza en tiempos de pandemia y armaron su nueva casa a medida. Sin embargo, para los que permanecieron en sus casas o departamentos, la mudanza fue también fue una realidad, pero con un condimento extra: fue una mudanza psíquica que permitió diseñar y aprender a vivir los mismos ambientes, aunque desde un lugar completamente diferente y en sinergia con esos espacios.
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