El sitio cumple 160 años de historia y más que una capilla es el centro de la cultura afroargentina de Chascomús
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El tráfico transatlántico de esclavos africanos duró al menos 300 años y la Capila de los Negros en Chascomús es un testimonio no solo de los tiempos brutales en los que se les negaba el carácter humano a las víctimas de la trata sino el documento material de su liberación definitiva.
Levantada en 1862 a pocos metros de la laguna de Chascomús, la construcción todavía conserva el mismo piso de tierra por donde los hombres y las mujeres libres mantuvieron viva la memoria de la diáspora africana y celebraron sus raíces invocando a las ánimas de otros tiempos y lugares.
Bautizada como la Capilla de los Negros por haber sido construida por las mismas personas que habían pasado su vida reducidos a la servidumbre en el seno las familias patricias del pueblo, el sitio mantiene en su interior figuras de diversas religiones, como la Virgen Morena de los Milagros o el santo aborigen Ceferino Namuncurá, prevaleciendo a primera vista las cruces y las imágenes católicas, aún cuando nunca haya sido reconocida oficialmente por la Iglesia Católica.
Sin embargo, sobre el compacto piso de tierra, en un rincón de la pared, hay un pequeño altar con estatuillas de Pretos-velhos o “viejos negros”, entre collares de San Jorge y afiches dedicados a la diosa de la religión yoruba, originaria del Africa occidental. Dice: “El hambre y la guerra se apartan cuando Oxúm irradia sus bendiciones”.
La historia de la esclavitud en Chascomús se remonta a la fundación misma del pueblo con el fuerte de San Juan Bautista en 1779 como mojón de frontera, y límite contra el indio, cuando hombres negros traídos desde el puerto de Buenos Aires participaron de su construcción como mano de obra esclava.
Desde entonces y hasta 1853, cuando la esclavitud termina definitivamente en la naciente Argentina, las familias de hacendados acudían a la gran ciudad para comprar esclavos, principalmente niños y adolescentes.
Luciano Alsina fue uno de ellos. Había sido vendido por un tratante junto con su mamá para servir a la familia Alsina (de allí su apellido) y, ya en libertad, participó de Hermandad de Morenos de Invenza, un grupo de negros libres que lograron conseguir el terreno y construir el templo rectangular con ladrillos cocidos y techo de paja donde pudieran celebrar su identidad y cultura.
“La Capilla de los Negros es un sitio de religiosidad popular mantenido por la familia descendiente de sus antiguos fundadores de mediados del siglo XIX, y por eso es considerada por el activismo afroargentino un referente de la presencia afroargentina no solamente en el pasado, sino sobre todo en el presente”, puede leerse en un documento de la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) que justifica la inclusión del sitio como integrante de “la ruta del esclavo”, un proyecto para proteger el patrimonio documental de la trata transatlántica de esclavos entre Africa y América.
Para entender el valor histórico del lugar, actualmente abierto al turismo, solo hay que conocer de manera breve el contexto previo a su construcción. “Es bueno recordar que los grandes mercados de la ciudad fueron enormes construcciones [como] Retiro, Parque Lezama y la llamada Aduana Vieja, donde se vendían y compraban los esclavos, en su mayoría absoluta niños que no superaban los 12 años de edad”, documentó el arqueólogo Daniel Schávelzon en el Proyecto Archivos Trata de Esclavos.
“¿Cuál fue ese tiempo? ¿Quiénes eran los libertos? Llamamos ‘tiempo de los libertos’ a los años que fueron de 1813 –cuando se dictó la ley de vientre libre– a 1853 y 1860, cuando la Constitución prohibió la existencia de esclavos en el país. En estos años nacieron niños y niñas que, lejos de la creencia generalizada, no fueron inmediatamente libres, sino libertos, vale decir, dejados bajo el patronato de los amos de sus madres”, cuenta Magdalena Candioti en su libro Una historia de la emancipación negra (Siglo XXI).
Además de convertirse en el refugio de la religiosidad y la cultura libertaria africana, a poco de su creación la capilla también fue testigo de la vida y de la muerte de decenas de chascomusenses al ser empleada como lazareto durante las epidemias de cólera de los años 1868 y 1871.
Su historia se populariza cuando Eloísa Guillerma González Soler de Luis o solo Doña Eloísa, bisnieta de Luciano Alsina, se hace cargo del sitio en 1945 y lo abre al público. “Estas paredes, estas puertas y ventanas fueron levantadas por manos negras esclavas”, suele contarle a los visitantes Soledad, la actual encargada y nieta de Eloísa.
La historia de Eloísa merece un párrafo aparte. Guardiana del lugar hasta el día de su muerte, ocurrida en 1990 (a los 94 años), tuvo 10 hijos y la única vez que salió de Chascomús lo hizo para visitar la Casa Rosada, en 1986, al recibir un reconocimiento del presidente Rául Alfonsín, chascomusense como ella, quien, como cuentan los residentes, solía jugar a la pelota de niño en las barrancas de la laguna y, cuando llovía mucho, buscaba refugio, con los demás jugadores, en la Capilla de los Negros.
Ingresar a la capilla es como viajar en el tiempo. El olor a tierra puede transportarte dos siglos atrás; en el interior todavía parece vibrar el sonido de los tambores, los rezos y los lamentos y las plegarias de los primeros hombres y mujeres libres que echaron raíces en el país y que son los precursores directos del millón y medio de personas que se reconocen afrodescendientes en la Argentina, de acuerdo con el Censo 2010.
Las paredes de ladrillos originales pintadas a la cal, el silencio que acompaña a las imágenes de distintas religiones y culturas, los ídolos y los rosarios y las ánimas presentes hacen que en el interior de la Capilla de los Negros todavía se respire algo parecido a ese melancólico y libertario espíritu del siglo XIX, como hace 160 años.
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