El edificio era visitado por personajes célebres de la Argentina en aquella época, como Julio Cortázar, Jorge Luis Borges y María Kodama
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La ciudad de Buenos Aires tiene una memoria arquitectónica que impresiona a más de un turista. Muchos extranjeros se sorprenden al ver una fuerte impronta europea en los edificios porteños, producto de las corrientes migratorias que trasladaban las líneas urbanas de las capitales de las que provenían. Uno de los arquitectos que pisó fuerte en la escena local fue el francés Le Corbusier, uno de los máximos exponentes de la arquitectura moderna internacional quien se destacó por la construcción de la Casa Curutchet en La Plata y sus 400 obras en el resto del mundo. Su visión moderna en la industria se replicó en las mentes de quienes trabajaban con él, quienes más adelante engalanaron Buenos Aires con su impronta.
Ese mismo es el origen de Los Eucaliptos, el proyecto de los arquitectos argentinos Juan Kurchan y Jorge Ferrari Hardoy quienes después de finalizar sus estudios viajaron a Francia para aprender del mismísimo Le Corbusier en persona. Fue así como durante 1937 trabajaron en su estudio y diagramaron el diseño de un plan urbano para Buenos Aires. Al retornar al país años más tarde, el dúo fundó el Grupo Austral y en 1942 aplicó los postulados modernos que habían aprendido de su mentor en el edificio sobre la calle Virrey del Pino 2446, en el barrio de Belgrano.
La creación de los amenities
Las revoluciones industriales y tecnológicas siempre marcan un cambio de paradigma en la sociedad. En el pasado, la creación del transatlántico causó un gran revuelo y la onda expansiva de su invención llegó a impactar al arte y la arquitectura de la época. En este caso, el concepto implicaba tener todas las comodidades y servicios necesarios que tiene un barco de estas dimensiones, preparado para los meses que dure el viaje. Le Corbusier fue uno de los artistas conmovidos por este concepto y lo plasmó tanto en sus pupilos como en sus obras, por ejemplo, en la Unidad Habitacional de Marsella construido en 1956.
Sin embargo, el alumno superó al maestro y sus discípulos argentinos lo plasmaron primero en Los Eucaliptus. Decidieron, en 1942, que el edificio estaría atravesado por el concepto autosustentante: “Es decir, que en el mismo edificio la persona que vive allí tiene todo lo necesario para desarrollarse, vivir, estar cómodo”, señala un arquitecto de la cátedra Giménez de Historia de la facultad de Arquitectura de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Hoy en día, este concepto es conocido como amenities. Incluyeron espacios que no era común ver en edificios residenciales y lo equiparon con un garage con entrada para autos, un jardín con juegos para niños, una lavandería, una biblioteca, un salón de usos múltiples y un restaurante dentro del mismo predio a donde los residentes podían ir a comer o pedir para llevar a sus departamentos.
Ítalo Calvino no fue la única personalidad reconocida que visitó el edificio. En línea con el concepto de amenities, el edificio también incluyó un restaurante en su predio. Originalmente llamado López, era frecuentado los mediodías por personalidades como Jorge Luis Borges, María Kodama y Julio Cortázar en los años 50´. Por cuatro décadas se llamó Kitayama, un popular restaurante japonés que cerró sus puertas en 2020, y fue recientemente renovado por sus nuevos dueños.
El anillo verde de Le Corbousier
La construcción también se alinea con otra de las máximas de Le Corbusier: que los edificios estén ubicados en el centro de la manzana para liberar la parte delantera hacia la línea municipal. La idea era que si todos los lotes de la manzana cumplían con esa consigna, se formaría un anillo verde con la línea municipal y el centro completamente construido, imagen opuesta a lo que se ve normalmente hoy en la ciudad de Buenos Aires. El motivo subyacente por el que Le Corbusier tenía esta visión no era meramente estético sino que buscaba que ese verde delantero actuara como aislamiento acústico a los ruidos de la calle. Además, de esa forma en este proyecto se mantuvieron los tres árboles eucaliptos que le dan el nombre al edificio.
Los árboles que le dieron nombre al proyecto también influyeron en el diseño de la entrada, a pesar de que hoy ya no estén más. Para acceder al edificio hay que atravesar un jardín con un camino sinuoso que antiguamente rodeaba los eucaliptos y permitía apreciar la construcción desde distintos ángulos de visión.
La estructura también fue novedosa para la época. La propiedad de 2655 m² se construyó en medio de la Segunda Guerra Mundial. En esos años, el hierro escaseaba ya que se destinaba a la producción de armamentos y por ende escaseaba en la construcción. Sin embargo, los arquitectos decidieron prescindir de los materiales estipulados e ingeniárselas usando madera, desde la fachada hasta los parasoles en el frente que rotan para regular la luz, para aprovechar los recursos nativos del país. Aún así, eligieron pintarlo de un color que simulara el tono metálico.
Los 30 departamentos distribuidos en nueve pisos y un penthouse son de uno a tres ambientes y se distinguen por ser personalizables en la configuración de su espacio. En las unidades hay muebles empotrados con un eje que permite pivotar y rotar según la preferencia. Esto permitía combinar distintas configuraciones del ambiente, pensado para los distintos tipos de habitantes que vivieran allí. Una característica sumamente actual en los departamentos y muebles flexibles. “Puede vivir una persona sola, con su mascota, con su hijo, una pareja con y sin hijos... Si bien hoy en día es normal, estos arquitectos lo pensaron en los años 40´ cuando el prototipo de familia era el de padre, madre y dos hijos. Se adelantaron 80 años a cómo iba a vivir la sociedad en un futuro”, destaca el arquitecto profesor de la UBA.
Por ejemplo, se diseñaron para estas unidades los percheros móviles que permiten regular la altura o las heladeras empotradas de las cuales había una en cada departamento; eran alimentadas por una fuente de energía que había en cada piso y hoy en día se reversionaron en alacenas. Generalmente, las áreas de servicio se ubican al fondo para lograr que miren al jardín del frente los livings y dormitorios y reciban la mejor iluminación -gracias a su orientación nordeste- y vista al verde. En cada piso del edificio hay un baño en la salida de servicio y se pueden destacar las barandas de roble macizo que son de su madera original de los años 40´.
En otro plano, desde la cátedra Giménez señalan un aspecto atípico en la arquitectura de 80 años atrás que es agregar color a la fachada con azulejos y venecitas. “El argentino, sobre todo en Buenos Aires dado que tal vez en el norte o en el sur no ocurre esto, es temeroso del color. Ahí usaron color en la fachada con la idea de aplicarlo como elemento de conexión entre la naturaleza y la arquitectura”, señala. Agrega sobre la fachada que en este caso no era portante, como las de ladrillo que se estilaban usar, sino que “está construida con la idea de dominó porque la estructura del edificio es independiente de hormigón armado, vigas, columnas y losas. Esto permite que en la fachada se pueda poner cualquier elemento como las carpinterías de madera, los paneles de plástico y ladrillos de vidrio. Se demuestra que la fachada no es estructural y hay libertad de incluir cualquier material que se desee”.
Historia y trascendencia
La influencia de Le Corbusier no es el único nombre que destaca en la historia de este edificio con protección patrimonial y que incluso abrió sus puertas para varias ediciones de Open House, el festival de arquitectura y urbanismo de la ciudad de Buenos Aires en el que edificios reconocidos de la Capital abren sus puertas al público.
Además de su arquitectura, el edificio cautivó a distintas personalidades del pasado que lo visitaban y habitaban. Por ejemplo, allí vivió la suegra del escritor Ítalo Calvino, quien vino varias veces a Buenos Aires a visitarla. Ese mismo departamento es uno de los que más se conserva su apariencia original y está a la venta. El dos ambientes de 52 m² fue retasado a US$175.000 y hasta tiene libros firmados por el famoso escritor en su interior. Dado que se vende equipado, incluye muebles diseñados específicamente para ese edificio por el arquitecto Walter Loos -primo del colega Adolf Loos- y la famosa silla BKF, diseñada por los arquitectos Bonet, Kurchan y Ferrari que es reconocida como símbolo del diseño nacional argentino en el mundo.
Según Gabriela Dominguez, personal broker de la inmobiliaria Bresson Realty Buenos Aires que tiene a la venta el departamento, algunos de los vecinos están vinculados al mundo del arte y el cine, por lo que son este tipo de perfiles quienes buscan el edificio porque aprecian su historia y trascendencia especialmente. Si bien el precio de publicación excede al metro cuadrado de venta promedio del barrio -US$2.618/m² de los usados, según Zonaprop-, es revalorizado por la condición de patrimonio histórico que fue otorgada al edificio con los beneficios que eso conlleva, como por ejemplo no pagar el impuesto inmobiliario ABL.
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