La propiedad siempre se mantuvo bajo un manto de misterio, pero ahora su interior se conoce públicamente por primera vez desde su fundación en 2001
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Altamar es la monumental residencia de retiros espirituales del Opus Dei en Mar del Sud, una localidad balnearia situada en el sudeste de la provincia de Buenos Aires. La imponente fachada del edificio contrasta, sin embargo, con su ascetismo interior.
La Obra de Dios o solo “la Obra”, como prefieren llamarla sus fieles, es una institución jerárquica de la Iglesia Católica que tiene la tarea pastoral de “contribuir a la misión evangelizadora” del cristianismo difundiendo “el valor santificador del trabajo”.
En “La Casa”, como se conoce a la construcción de 2000 metros cuadrados ubicada a 200 metros del mar en Rocas Negras, sus fieles cumplen retiros espirituales, convivencias y actividades académicas de formación cristiana, principalmente durante los meses que van de noviembre a marzo.
Debido a la discreción con la que se manejan quienes integran “la Obra” —numerarios, supernumerarios y auxiliares—, Altamar ha estado envuelta bajo un manto de misterio desde sus orígenes, lo que motivó algunas teorías delirantes, sobre todo después de un breve conflicto con los vecinos por un camino de sirga que había sido bloqueado y que finalmente fue liberado al uso público.
Para echar luz sobre una de las construcciones más enigmáticas del lejano sudeste bonaerense, LA NACIÓN recorrió el interior de Altamar junto a su administrador, Marcelo Martín, supernumerario del Opus Dei en Mar del Plata, y Rubén Moro, su encargado, quien vive allí junto a su esposa durante todo el año desde hace dos décadas.
Altamar: liturgia, misterio y ministerio
El edificio de Altamar puede ser visto a kilómetros de distancia en el marco de una desolada geografía pampeana que se funde con un mar de siete colores. Está rodeado de dunas y pastos dorados y un bosquecillo de pinos piñoneros que fue sembrado durante su construcción.
Una recorrida completa por la residencia desde el sótano hasta la terraza, pasando por sus 21 habitaciones y su pequeña capilla dan cuenta de su discreción interna, frugalmente decorada con motivos marítimos, lo cual la ubica en las antípodas de la ostentación que el prejuicio podría suponer.
Altamar comenzó a construirse en 1999 en un terreno cedido por el empresario Jorge Neuss, quien se suicidó en 2020 inmediatamente después de haber matado a su esposa, Silvia Saravia.
Neuss fue nieto de Hermann Neuss, fundador de Soda Neuss Belgrano en 1891, una marca que llegó a dominar el mercado local de gaseosas en la primera mitad del siglo XX. Con el tiempo, la familia diversificó los negocios y se expandió a otros rubros como el de la energía. Para 1997, Neuss adquirió la estancia situada en el margen sur de Mar del Sud, antiguamente llamada El Porvenir, que había sido propiedad en los años 40 del espía alemán Karl Gustav Einckenberg.
Rebautizada como La Lucila, la estancia funcionó como un haras por “las excelentes condiciones para la cría de caballos, principalmente por el clima frío, el aire marítimo, la calidad del agua y la riqueza de sus suelos”.
Una fracción de este predio fue donada a la Asociación Cultural Bonaerense del Opus Dei, cuya sede administrativa se encuentra en la ciudad de La Plata. Si bien el benefactor no era seguidor de los preceptos litúrgicos de la prelatura, en cambio sí lo era su esposa, Silvia Saravia, confirmaron voceros de la obra.
Altamar, Opus Dei y el camino de sirga
La irrupción pública de Altamar estuvo rodeada de controversia desde sus orígenes por un fugaz conflicto con los vecinos del pueblo, cuando se cercó la línea del frente marítimo de la propiedad bloqueando el paso de los pescadores hacia el lado sur de la playa.
La construcción había sido aprobada por el Concejo Deliberante del partido de General Alvarado, cuya cabecera es Miramar, con el visto bueno del intendente radical Marcelo Honores, en el marco de un emprendimiento con un frente marítimo de 300 metros y al menos 10 hectáreas de terreno.
Frente a los reclamos, y aún cuando catastralmente no correspondía una calle allí, los miembros de la obra decidieron abrir el paso y el conflicto con los vecinos se extinguió. “Es como que quieras abrir una calle entre el mar y las casas de Rocas Negras que están sobre el acantilado, legalmente no corresponde, pero igualmente se abrió el paso”, comenta Martín, el administrador.
Sin embargo, “ahora tenemos otro problema”, agrega, y señala una nueva huella de camino, paralelo al mar, que se mete en los terrenos de “la Casa”.
“Las camionetas 4x4 fueron rompiendo las dunas e hicieron una nueva huella todavía más cerca del edificio”, cuenta Martin. Como puede verse caminando por ahí, el nuevo camino que se bifurca del original está dentro de la propiedad y fue erosionando la cadena de médanos que ahora luce desdibujada.
“Siempre tuvimos buenas relaciones con los vecinos: hace poco ayudamos a una familia a recuperar su casa que había sido ocupada. Los usurpadores la alquilaban a otros veraneantes”, cuenta Rubén Moro, el encargado, durante la recorrida que pasa muy cerca del monolito de la Virgen Stella Maris, una parada turística obligada para los visitantes de Mar del Sud.
Un encuentro con Dios, entre el mar y el campo
“Nosotros no andamos diciendo a viva voz que pertenecemos al Opus Dei, pero si alguien nos pregunta podemos estar horas y horas hablándoles de la obra”, responde Martín cuando se le consulta sobre la discreción, que roza el secretismo, que observan sus miembros.
Y cuenta que sus integrantes van a misa regularmente, se confiesan y comulgan en las iglesias que están situadas más cerca del domicilio donde viven, y que estos templos no necesariamente están ligados a “la Obra”.
El administrador de Altamar es un “supernumerario”: esto es, de acuerdo con los Estatutos, fieles de la Prelatura casados o solteros, “pero en todo caso sin compromiso de celibato”, a diferencia de los “numerarios”, es decir quienes observan el celibato apostólico.
“En la casa hacemos actividades con familias y con jóvenes, todo apuntando a la formación humana y al acercamiento con Dios, para que todo eso lo devuelvan a la sociedad. Ese es el espíritu de lo que hacemos acá”, cuenta Martín, que es ingeniero agrónomo y se gana la vida como empresario agropecuario.
“La casa de retiros es muy agradable pero lo más impresionante es el entorno: la naturaleza en su esplendor, mezcla de pampa, mar y cielo, en una combinación que facilita el recogimiento y el encuentro con Dios”, puede leerse en el sitio donde se hacen las reservas a los retiros espirituales del Opus Dei.
Los encuentros que se realizan en las diferentes casas del Opus Dei son abonados por sus fieles. En el caso de Altamar, por ejemplo, habrá una actividad en noviembre de este año y cuesta $30.000 por tres días: incluye habitación individual, desayuno, almuerzo y cena.
El dinero se dedica fundamentalmente al mantenimiento del edificio, un gigante acariciado por el mar que sufre los embates del clima en una zona donde el viento sopla desde el sudeste durante el 70% del año aproximadamente.
Una misa con la imagen de la Virgen de Guadalupe
Las paredes internas de Altamar están pintadas con un color salmón algo más claro que los muros exteriores, los pisos son de cerámicos y los techos blancos. El edificio tiene un sótano proyectado como estacionamiento o baulera, aunque permanece vacío; cuenta con varios anexos, dos pisos y dos grandes fachadas, una con vista al mar y la otra al campo.
Las habitaciones tienen nombres náuticos (Bitácora, Palo Mayor, Sotavento, Mascarón, Alcázar, etcétera) y son pequeñas, más bien despojadas: tienen una o dos camas individuales, una mesa de luz, un escritorio con baño privado y una pequeña ventana de aluminio DVH con cortinas a cuadros por las que se puede apreciar la inmensidad del océano o de la pampa, según sea el caso.
La residencia se completa con una cocina y un comedor comunitario con capacidad para una veintena de comensales y vistas a los pastos dorados y el mar, una lavandería, algunos office internos, una parrilla exterior y el oratorio principal, con paredes y columnas de ladrillo cocido pintados de blanco, pisos de cerámica y un púlpito de granito lustrado.
La pequeña capilla está presidida por una gran pintura de la Virgen de Guadalupe, y a su derecha hay un busto tallado y empotrado de San Josemaría Escrivá de Balaguer, el fundador del Opus Dei en España, conocido como “el santo de lo ordinario”.
A Escrivá de Balaguer, a quien el discurso de “izquierdas” lo emparenta con lo más extremo de “la derecha’', un poco más allá de sus tradicionales posiciones conservadoras, se le atribuyeron varios milagros o “curaciones médicamente inexplicables”.
El caso por el que fue convertido en Santo ocurrió con la sanación del médico Manuel Nevado Rey, quien padecía en sus manos un “proceso canceroso de radiodermitis crónica grave al tercer estadio, en fase irreversible y con pronóstico infausto”, una enfermedad de la piel incurable provocada por la radiactividad.
La historia cuenta que, sin tratamiento posible, el doctor Nevado Rey invocó la estampa de Josemaría y rezó durante varios días: se curó, inexplicable o milagrosamente, según quien lo mire, pudiendo volver al trabajo en poco tiempo.
Escrivá fue beatificado el 17 de mayo de 1992 en la Ciudad del Vaticano por el papa Juan Pablo II. Diez años después el mismo Papa lo canonizó, convirtiéndolo en Santo.
"En todo caso, el sintagma Opus Dei, que ha extendido su eficacia mucho más allá del monaquismo, adquiere su sentido propio en el contexto de la liturgia concebida como el lugar en el que el misterio y el ministerio, el servicio sacerdotal y el compromiso comunitario tienden a coincidir."
Del libro Opus Dei. Arqueología del oficio de Giorgio Agamben.
El retiro espiritual y la discreción según el fundador del Opus Dei
“Días de retiro. Recogimiento para conocer a Dios, para conocerte y así progresar. Un tiempo necesario para descubrir en qué y cómo hay que reformarse: ¿qué he de hacer?, ¿qué debo evitar?”, ha dicho San Josemaría.
Cuando se le consulta a las fuentes qué personas conocidas o famosas provenientes de ámbitos como el deporte, la política o la cultura han visitado Altamar, me responden que prefieren no difundir nombres.
Es uno de los preceptos que siguen quienes se hospedan en “La Casa”, en los confines de Mar del Sud, entre el silencio de las personas, el sonido del viento y la mesura.
En definitiva, como ha escrito el fundador de la obra, «la discreción», que:
—Si no es el filo de tu arma de combate, te diré que es la empuñadura.
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