Las ecoaldeas se multiplican y aspiran a alcanzar altos estándares de sustentabilidad. Apuestan a la autosuficiencia, con cultivos propios, energía solar, reciclaje, coches eléctricos compartidos y más
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“Los niños deberían tener 100 padres” dijo, en 1967, la periodista Bodil Graa en una columna de opinión en Politiken, unos de los diarios más importantes de Dinamarca, disconforme con su tradicional estilo de vida. En ese espacio pidió a quienes estuvieran interesados en formar una asociación de viviendas tomaran contacto con ella. A los cinco años, se inauguró Sættedammen, la primera bofælleskab (fællesskab significa comunidad y bo, vivir) en el norte de Copenhague. Se trata de un esquema de covivienda que consta de 27 casas independientes y una gran casa y jardín comunes, que hoy, lejos de haber sido una aventura, sigue en pie y con una larga lista de espera para entrar. Gracias al éxito de esta experiencia, el modelo fue replicado en toda Escandinavia y en varios países desarrollados, como Canadá, Japón y Australia. Ya hay cientas de estas comunidades establecidos en Alemania, Estados Unidos y los Países Bajos.
Sættedammen fue diseñado por los arquitectos Theo Bjerg y Palle Dyreborg con la idea de que fuera racional, flexible para las necesidades cambiantes de los habitantes. Una sola viga de carga recorre toda la casa para que puedan moverse paredes que no sean tan importantes con facilidad. Le llaman Lego para adultos. Este lugar, como los que siguieron, fueron pensados para vivir en comunidad, con espacios que fomentan la interacción social. Por ejemplo, el garaje no se diseña junto a la casa, para que los residentes se encuentren en una caminata.
El modelo continúa en constante crecimiento. De acuerdo a datos de la Oficina de Estadísticas Nacionales de Dinamarca en 2018, los bofællesskaber registraron un crecimiento del 20% con respecto a seis años atrás. Los daneses exploran nuevos estilos de vida a su vez, comprometidos con el medio ambiente. Las ecoaldeas se multiplican y aspiran a alcanzar altos estándares de sustentabilidad. Apuestan a la autosuficiencia, con cultivos propios, energía solar, reciclaje, coches eléctricos compartidos y más. El epicentro de esta movida es Copenhague.
¿En qué radica el éxito de este modelo? La vida en comunidad resuelve las problemáticas de la vida cotidiana. En ese mundo, tal como lo soñó Bodil Graa, no existen las niñeras. El comedor comunitario permite robarle tiempo al tiempo y desentenderse por ejemplo, de la cocina durante semanas. La huerta orgánica es una actividad compartida que permite llevar a la mesa comida sana. Los adultos mayores ya no están más aislados y contribuyen con su sabiduría en este tejido social. Siempre hay motivos de celebraciones, juegos organizados, fogatas, paseos, caminatas y más actividades colectivas. Los chicos corren en libertad en un gran jardín, donde existe la sensación de seguridad.
“Porque tiene sentido compartir”, es la primera declaración de principios en la actualidad de Sættedammenm. La presentación del lugar en la Web no es una foto de un barrio privado, sino una gran foto de sus residentes. Gente de todas las edades. A diferencia de los barrios convencionales, ellos se conocen por sus nombres, personalidad, habilidades. Las familias comparten una larga mesa todas las semanas.
En busca de la felicidad
Meik Wiking, ceo del Instituto Internacional de Investigación sobre la Felicidad de Copenhague, dedicó en su libro Lykke, en busca de la gente más feliz del mundo (Libros Cúpula), unas páginas a los bofælleskab. Este estilo de vida revela algunos de los motivos por los cuales Dinamarca siempre se mantiene en el podio de los países más felices para vivir. El autor considera que el dinero es importante, pero asegura que las relaciones sociales pueden importar aún más. Un fuerte tejido social es el que puede hacer maravillas para la felicidad. La familia. Los amigos. Y esta pertenencia a una comunidad. Wiking es autor del best seller, Hygge, La felicidad en las pequeñas cosas.
En Lykke (felicidad en danés), narra su visita a Fælleshaven, uno de los cientos de bofælleskab que proliferan en Dinamarca, acompañado por su amigo Mikkel, quien se crió en ese lugar. Allí viven 16 familias, donde hay 20 chicos. Explica que todos disponen de comodidades para mantener la privacidad, si así lo desean, porque las casas están equipadas con su propia cocina. Cuenta que las casas están agrupadas en torno a un gran jardín, cocina y comedor común. Entonces, los residentes pueden comer juntos de lunes a jueves, donde suelen participar entre 30 y 40 personas.
Los beneficios de tener un comedor comunitario son enormes. Wiking abunda en detalles: “Una comida para un adulto es de 20 coronas (aproximadamente £2,25) y las de los niños cuestan la mitad. Para darte una idea de lo poco que es esto, puedo decirte que un café con leche en Copenhague te costará 40 coronas. Pero no es el precio de las comidas comunitarias lo que atrae a la mayoría de la gente aquí sino la manera en que se organiza y les da libertad a todos. Especialmente para las familias con niños pequeños, es el hecho de que, cuatro noches a la semana pueden asistir al comedor y no hay un acto de malabarismo logístico de comprar comestibles y preparar la cena. En cambio, ayudan a los niños con su tarea, juegan kubb o les enseñan cómo hacer una buena fogata.
Una semana cada, seis meses más o menos, cada familia (o equipo) prepara la cena, y los niños mayores ayudan y aprenden a cocinar. El turno de comida generalmente toma tres horas, desde que se prepara la comida hasta que se terminan los platos, obviamente, con un descanso para cenar y una taza de café después. Pero la mayoría de las noches, los residentes de Fælleshaven pueden relajarse y esperar a que suene la campana que les dice que la cena está lista. Además del comedor y la fogata, Fælleshaven también tiene una huerta compartida, un parque infantil y un campo de juego, un estudio de arte, un taller y habitaciones adicionales si las personas tienen varios invitados para alojar en sus propios hogares”.
Según el autor de Lykke, estos lugares atraen principalmente a personas mayores solteras que no quieren vivir en soledad, ni en viviendas convencionales para personas mayores. También encuentran atractivo este modelo las familias que se benefician con una red de apoyo para la crianza de sus hijos.
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