Ocho de cada diez viviendas en España son ineficientes, pero los avances tecnológicos facilitan que las edificaciones consuman menos y aporten sus excedentes a la red
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¿Viviría en una casa que le permitiera ahorrar €75 de cada €100 de su factura de luz, climatización y agua caliente? La respuesta no es tan evidente, de acuerdo con los datos. “El 81% de las viviendas en España está en los tres últimos puestos de calificación energética (E, F o G)”, según el Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía (IDAE). Eso supone consumir hasta tres veces más de lo necesario, pagarlo y contaminar, ya que la vivienda, en función de los datos del Ministerio para la Transición Ecológica, es el tercer origen de emisiones de CO₂, tan solo por detrás del transporte y la industria. La tecnología permite reducir en un 75% el consumo de energía de los edificios donde pasamos la mayor parte de la vida. Sin embargo, ¿por qué no se aplica?
Un caso emblemático de edificación eficiente es la actual sede la Agencia de Innovación y Desarrollo de Andalucía (IDEA), levantada hace una década por los arquitectos César Ruiz-Larrea, Eduardo Prieto González, Antonio Gómez Gutiérrez y Jaime López de Asiain. Concibieron el proyecto, elegido por unanimidad entre 35 propuestas europeas, como un ser vivo, con soluciones pasivas, algunas inspiradas en la tradición andalusí, y con la incorporación de tecnologías que convirtieron la estructura exterior, la piel, en una máquina capaz de producir e intercambiar energía. El resultado ha sido un ahorro de hasta el 75% del consumo con respecto a otra edificación del mismo volumen y uso.
Un edificio que ahorra y genera energía
“Podemos y tenemos tecnología para reproducir el comportamiento físico y químico de un organismo como un árbol, más allá de sus cualidades poéticas o formales desde el punto de vista paisajístico”, escribió César Ruiz-Larrea en un libro sobre su obra. De esta forma, el edificio se levantó con “órganos” interiores que conforman intercambiadores que climatizan de forma natural el aire, pozos de luz que reducen sustancialmente la necesidad de iluminación artificial, chimeneas solares que sacan el aire recalentado y una red de columnas estructurales que forman parte del sistema de ventilación.
La planta energética de la que se abastece la sede, las mitocondrias del edificio, está en la cubierta y en las fachadas, que se comportan, según los arquitectos, “como la piel de un ser vivo, reaccionando en función de las condiciones climáticas”. Esta epidermis o corteza cuenta con 650 metros cuadrados de captadores solares térmicos y 500 de paneles fotovoltaicos que se complementan con una caldera de biomasa pensada para abastecerse de los restos de los olivares cercanos.
“Trabajamos desde el minuto cero en un buen diseño adecuado a las necesidades climáticas del lugar. La arquitectura no puede responder de la misma manera, aunque parezca muy obvio, en Sevilla que en Asturias o Madrid. Porque las condiciones del clima son totalmente distintas”, explica ahora, tras diez años de funcionamiento de la sede de la agencia andaluza, Miguel Díaz, arquitecto del equipo de César Ruiz-Larrea, experto en sostenibilidad y responsable del laboratorio de investigación RLAB.
El esquema de funcionamiento es no sólo reducir la demanda de energía, sino también generarla a través de tres ejes: un diseño que demande la menor cantidad de recursos posible a través de arquitectura pasiva, instalaciones integradas dentro de esa arquitectura que funcionan como intercambiadores y la implementación de tecnologías de energías renovables.
De esta forma, el sistema interno aprovecha en los meses de calor las corrientes del efecto marea de Sevilla, que levanta brisas a última hora de la tarde, para introducirlas en el edificio y refrigerarlo. “Entendemos la arquitectura como un organismo que tiene que respirar”, comenta Díaz.
El potencial de la luz natural
Otro ejemplo de energía ahorrada tiene que ver con la luz natural. Para aprovecharla, en vez de mirar al futuro, repensaron la arquitectura tradicional y diseñaron un atrio (un gran espacio central) cubierto por un lucernario complejo inspirado en el “mocárabe”, un elemento decorativo de la arquitectura tradicional andalusí que se implantó en la Península a partir del siglo XII y que utiliza el artesonado de los techos para la reflexión de luz.
“Antes no tenían los recursos materiales que tenemos hoy, pero que sí tenían una cosa muy importante: tiempo para pensar”, explica el arquitecto. Y agrega: “El lucernario mocárabe funciona muy bien porque, por un lado, produce sombra, pero también aprovecha la mayor cantidad de luz, pero no de calor, en el verano y ambas cosas en invierno. Lo fácil hubiese sido poner un cristal”.
Para convertir la fachada en una central eléctrica, el equipo de Ruiz-Larrea patentó un sistema que aprovecha las circunstancias de cada orientación. “Vimos qué cantidad de radiación llegaba a cada una de las fachadas y decidimos que la mejor solución era hacer una malla energética, dividirla en píxeles de uno por uno y que cada zona del edificio interactuase con el ambiente exterior en función de cuál era la mejor respuesta. Es decir, la fachada sur acaba siendo una piel de píxeles fotovoltaicos para captar esa luz, otras zonas son pixeles de ventilación y a otras llevamos parte de las instalaciones. Con una sola piel, el edificio se adapta a las necesidades”, detalla el arquitecto.
¿Por qué no se hace?
La sede de la Agencia de Innovación y Desarrollo de Andalucía demuestra que se puede construir de forma eficiente. Entonces, ¿por qué el 81% del parque de viviendas español sigue sin serlo? Díaz cree que no siempre todas las partes implicadas están acompasadas: “Los arquitectos, los ingenieros y los industriales tenemos que ir de la mano para, de verdad, pensar los proyectos y que seamos capaces de avanzar en esta línea”.
Otro aspecto que destaca el investigador de sostenibilidad es el desconocimiento por parte de los promotores de las tecnologías disponibles y lo que se necesita. Kaveh Abhari, investigador de la Universidad de San Diego, eleva este problema también a los arquitectos y profesionales del diseño que, en su opinión, “han tardado en integrar elementos como sensores inteligentes en su trabajo y en adaptarse a las nuevas tecnologías”. Los sensores pueden, por ejemplo, acomodar las temperaturas de una habitación al número de ocupantes o apagar luces de un espacio sin uso. Sin embargo, según el estudio de Abhari, sobre unos 300 profesionales, el 70% de los encuestados dijeron que, aunque confiaban en las tecnologías y estarían dispuestos a incorporarlas, solo el 10% se consideraba lo suficientemente competente como para utilizarla en sus proyectos de diseño.
En esa maraña entra en juego el precio, algo muy sensible tanto para demandantes como promotores de vivienda y sobre lo que Díaz considera que se comete un error. “Hay una falsa creencia de que diseñar de esta manera, que hacer un edificio bioclimático, es más caro. No es verdad y lo digo por experiencia”, afirma tajante. En este sentido, pone de ejemplo un complejo de viviendas en Madrid donde se modificaron partidas para hacerlas más sostenibles, que consumieran poca energía. “Cuando aumentamos el aislamiento de la fachada y mejoramos las ventanas y las puertas para que no se fuese el calor, conseguimos casi eliminar la partida de instalaciones”, comenta.
Pero mientras en la edificación nueva se van eliminando barreras y prejuicios -la misma patronal promueve numerosas iniciativas de edificación sostenible y ya la mitad de las construcciones recientes son A y B-, el mayor reto está en el envejecido parque de viviendas de España, donde más de la mitad de los inmuebles (50,8%) se levantaron antes de 1979, según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), cuando no había ni normativa de aislamiento de fachadas.
Según explica Marta Vall-llossera, presidenta del Consejo Superior de Colegios de Arquitectos de España en el documento Claves de sostenibilidad, para acelerar el proceso de rehabilitación de viviendas en España, habría que “intervenir, de forma profunda y generalizada, en un parque edificado formado por 25,7 millones de viviendas en el que más de diez millones de ellas precisan de una rehabilitación”. Díaz coincide. “España tiene un parque obsoleto que necesita renovarse y regenerarse, pero ya y a marchas forzadas”.
Dos visiones
Y aquí vuelve a entrar el dinero como elemento clave, además de la burocracia. Para José Carlos Velázquez, un hostelero de 54 años que en la actualidad reforma su casa en Sevilla, los €12.000 que ha conseguido ahorrar los ha invertido en la rehabilitación de la cocina y los baños. “No me da para más y no puedo pedir crédito ni perder tiempo y dinero tramitando ayudas que no sé si me van a dar. Tendría que pedir un crédito y puedo pagar €75 más de luz al mes, pero no una cuota y los costes de un préstamo, y menos ahora que están más caros, aunque sepa que, a la larga, lo amortizaría”, afirma.
Braulio López, consultor especializado en reformas hace otras cuentas: “Una obra de €5000 para mejora de la eficiencia energética podría obtener una subvención de hasta el 40% y una deducción en la cuota del Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas (IRPF) de otro tanto, por lo que el total de la obra, que sería algo más de €1200, se amortizaría a los dos años y medio con el ahorro en luz y gas. Para comunidades, las cuentas son similares. Una obra de €10.000 por vecino se amortizaría en algo menos de cuatro años con el ahorro y, con ella, el inmueble se revaloriza”.
El Ministerio de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana ha incluido ayudas en el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia con el fin de conseguir “unas tasas de rehabilitación energética significativamente superiores a las actuales”. Además, se aplican deducciones fiscales sobre las cantidades invertidas en obras de rehabilitación de viviendas y edificios residenciales. Estas varían en función de la mejora conseguida, según la certificación: un 20% si se reduce un 7% la demanda de calefacción y refrigeración, un 40% por rebajar un tercio el consumo de energía primaria no renovable o por alcanzar las calificaciones A o B en vivienda habitual y hasta el 60% por las mismas actuaciones en edificios residenciales.
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