A mediados del siglo XX, la capital de Venezuela vio nacer algunas de sus grandes joyas, como el campus de la Universidad Central de Venezuela (UCV), Patrimonio de la Humanidad
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CARACAS- Petróleo, auge económico, grandes obras de la dictadura: lejos de la crisis económica y las enormes barriadas pobres de hoy, Caracas estuvo en la vanguardia de la arquitectura de los años 1950, con proyectos de diseñadores de renombre mundial.
Fue una década mágica en la que la capital de Venezuela vio nacer algunas de sus grandes joyas: el campus de la Universidad Central de Venezuela (UCV) -Patrimonio de la Humanidad-, la Gesamtkunstwerk (obra de arte total) del italiano Gio Ponti, la Villa Planchart y el Hotel Humboldt, una joya de la Bauhaus en la cima de la montaña El Ávila que arropa la ciudad.
En la época había un enorme flujo de petróleo y dinero y, apoyado en un presupuesto floreciente, el dictador Marcos Pérez Jiménez (1953-1958) impulsó una política de grandes obras que incluyeron puentes, autopistas, viviendas y modernas torres para oficinas del gobierno.
“Más allá de las críticas legítimas que se le pueden hacer en materia de derechos humanos y democracia, Pérez Jiménez fue un excelente gerente de obras”, explica a la AFP el arquitecto y profesor universitario Oscar Rodríguez Barradas, que habla de la “dimensión patriota nacionalista” de la época.
"La arquitectura moderna es la reafirmación de lo nacional, del ´nosotros podemos´"
Oscar Rodríguez Barradas
El periodo coincidió además “con la llegada de inmigrantes europeos y de una mano de obra altamente cualificada capaz de llevar a cabo estos proyectos”, añade el experto.
Un hotel entre las nubes
El Hotel Humboldt es “nuestro Corcovado”, sostiene Rodríguez. Ubicado a 2.150 metros sobre el nivel del mar, en la cresta de este cerro que separa a Caracas del mar, se construyó en 1956 por razones principalmente militares.
Pérez Jiménez quería un teleférico capaz de transportar “800 soldados por hora” desde el puerto de La Guaira, al otro lado de El Ávila, hasta el centro de la ciudad en caso de disturbios, recuerda Carlos Salas, actual director del Humboldt.
“Ahí se genera la necesidad de crear une espacio de entretenimiento”, descanso, y es cuando se encarga el proyecto al joven arquitecto Tomás Sanabria.
Alumno del fundador de la Bauhaus, Walter Gropius, en la Universidad de Harvard, Sanabria diseñó uno de los edificios de este estilo más hermosos del continente.
Hasta el día de hoy solo se puede acceder por teleférico o por carretera con un rústico 4x4. Desde la ciudad se aprecia la torre, de líneas puras y arcos ondulados.
“El hotel flota entre las nubes”, resume el director. El interior del edificio, restaurado por el Estado venezolano tras años de abandono, está compuesto por grandes espacios luminosos que las nubes parecen atravesar, empujadas por potentes vientos.
Reabierto a una clientela adinerada -una habitación cuesta 340 dólares por noche-, el hotel aspira a convertirse en Patrimonio de la Humanidad en 2022.
El legado de Pérez Jiménez también se aprecia en el corazón de la ciudad con el Centro Simón Bolívar (1954): dos torres gemelas y largos edificios ministeriales, diseñadas por el arquitecto venezolano Cipriano Domínguez y que dan testimonio de “un lenguaje muy corbusiano”, subraya Rodríguez.
Con enormes espacios para estacionamiento y “cascadas de escaleras”, era también la expresión de la civilización del automóvil, entonces signo de modernidad y riqueza.
Armando Planchart tenía una fortuna amasada, con la venta de autos estadounidenses a la emergente clase media, cuando su esposa Anala lo convenció de construir una mansión en las colinas de Caracas. Suscriptores de la prestigiosa revista Domus del diseñador y arquitecto italiano Gio Ponti, decidieron contratarlo para levantar su Villa Planchart (1957).
Los Planchart le dieron carta blanca a Ponti para que diseñara la casa de sus sueños y crear su “mariposa sobre la colina”, como él la llamaba.
“No tuvo casi ninguna traba, ni con los recursos ni con los dueños que estaban muy contentos”, explica su sobrina Carolina Figueredo, que dirige la Fundación Planchart.
Inundada por luz por un patio central y por ventanas enfrentadas, la casa no tiene muchas puertas pero sí claras separaciones de los espacios. Ponti diseñó prácticamente todo: bisagras, pomos de puertas, vajillas, lámparas, sillas.... Es una “obra de arte total” porque además de la arquitectura y el diseño, planificó la colocación de las colecciones de arte, que incluyen obras de Calder, Leger, Buffet, Cabré o Reverón, explica Figueredo.
Ponti diseñó ventanas que parecen cuadros de vistas de El Ávila. El único desacuerdo de Ponti con la familia fue la biblioteca. El propietario quería exponer sus trofeos de caza africanos, algo que el diseñador no apreciaba.
Ponti resolvió el problema con un muro giratorio digno de una película de James Bond, que permite ocultar o mostrar las cabezas de búfalos y antílopes.
“Estaba encantado con el resultado, pero también con Caracas”, para la que diseñó un vasto proyecto urbano que nunca vio la luz, señala Figueredo.
Ciudad Universitaria de Caracas
El gran arquitecto de la época era sin duda Carlos Raúl Villanueva, que brilló en las pocas casas que diseñó, así como en las monumentales obras públicas.
Su obra maestra es la Ciudad Universitaria de Caracas, sede de la UCV. “Es una utopía construida”, dice su hija, la también arquitecta Paulina Villanueva.
Son unos 40 edificios, que incluyen un hospital, una sala de conciertos, bibliotecas, aulas de clase, plazas... que se entremezclan entre espacios exteriores e interiores en unidad. Los pasajes cubiertos, con techos que parecen colgar del aire, son uno de los grandes hallazgos de este genio de la arquitectura.
“Son lugares de vida e intercambio (...), vas caminando y nunca pierdes contacto con el exterior, con el aire, la luz”, añade Paulina Villanueva. “Mi padre pensaba que la arquitectura era la construcción del espacio vital del hombre, que no se impone, sino que acompaña y estimula”.
El proyecto integra además obras de artistas de renombre como Vasarely, Arp, Lam, Leger o Narvaez. Destaca el Aula Magna, un vasto auditorio decorado con las “Nubes” de Alexander Calder.
Pero con la crisis económica sin precedentes que azota Venezuela desde 2013, la universidad se está deteriorando: agujeros en paredes y techos, obras dañadas, ventanas rotas, filtraciones... En 2020, una sección de un pasillo cubierto se derrumbó.
“Ya estamos hablando de 25 años de abandono”, explica la arquitecta, que trabajó en la UCV. “Duele, duele!”. “Los profesores no ganan ni 10 dólares, no hay papel, los estudiantes tienen que comprar bombillos y quitarlos de las aulas para que no se los roben”. “Para mi padre era su segunda casa, su obra más querida. No hubiera comprendido” su estado actual, lamenta la hija Villanueva.
Al igual que el UCV, muchos de los edificios de esa época dorada están en mal estado. Otros cumplen funciones distintas como El Hélicoide (1958), un centro comercial transformado en cuartel policial y prisión, o simplemente quedaron arrasadas, como la Villa Diamantina de Ponti.
“Fue una generación de arquitectos, de intelectuales que tenía una visión de futuro”, destaca Paulina Villanueva. “Pensaron que este futuro era posible. No lo fue”.
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