El 30 por ciento de los departamentos de la Capital son para gente que vive sola; los desafíos que plantean los espacios chicos para la arquitectura
Pasados los 20, muchos jóvenes quieren “volar del nido” y comienzan a materializar el sueño de la casa propia a partir de los créditos hipotecarios que ofrecen algunos bancos o incluso el Gobierno, con el plan Procrear. Los departamentos son la opción elegida por sobre las casas y la prioridad no es su tamaño, sino su ubicación: si queda cerca del trabajo o en una de las zonas tendencia de Buenos Aires, mucho mejor.
La tendencia al diseño de viviendas mínimas crece en el mundo y plantea desafíos a la arquitectura. Desde Japón, Nueva York o Bombay, y con diferentes motivaciones que en algunos casos tienen que ver con la escasez de suelo y de espacio, en otros –como en la Argentina– de recursos, o con una combinación de ambos, surgen alternativas de minidepartamentos. En el país, comienzan a aparecer propuestas que apuntan a quienes desean acceder a su primer departamento o inversión.
El tema excede las formalidades de diseño y encuentra una raigambre socio–cultural que abarca nuevos hábitos y necesidades. El arquitecto Augusto Penedo, presidente del Consejo Profesional de Arquitectura y Urbanismo (CPAU), analiza el contexto y toma datos del último censo porteño, que afirma que en la actualidad el 30 por ciento de las viviendas en la ciudad de Buenos Aires son para gente que vive sola, mientras que hace veinte años este porcentaje era sólo del 22,4 por ciento. Las estructuras familiares también van cambiando, y cada vez son más las familias monoparentales, lo que también modifica el tipo de vivienda y los modos de habitarla. Además, las condiciones de vida en las grandes ciudades y su cercanía a los servicios, por ejemplo, marcan un crecimiento en estas, y llevan a que cada vez más gente desee vivir allí. En un mundo en el que todo cambia en forma permanente, las unidades residenciales también se amoldan a las necesidades sociales.
“Si lo que tengo es escasez de recursos para comprar una unidad de vivienda en la ciudad, hay que encontrar la manera de resolver el problema y encarar una solución: ¿Cómo puedo hacer proyectos interesantes con superficies mínimas y accesibles económicamente a una franja importante de la población que quiere ser urbana? Hoy en el Consejo Profesional de Arquitectura y Urbanismo estamos trabajando y debatiendo sobre estos temas”, afirma Penedo.
Al hablar de diseño, el presidente del CPAU señala que algunas de las claves para hacer más eficientes los metros están en el diseño de la planta y en la apuesta a la flexibilidad a través de un mobiliario rebatible y transformable. Destaca que ya desde los años cuarenta existen algunos ejemplos de viviendas mínimas en Buenos Aires, en los que adquieren importancia los espacios comunes de uso colectivo: salones de uso múltiple, a veces con parrilla y lavadero común, terrazas para expansión común y hasta piscinas.
En búsqueda del equilibrio
Para el arquitecto español Francesc Penades –titular del Estudio BaBO junto con arquitecto argentino Francisco Kocourek y la arquitecta noruega Marit Haugen Stabell– a la hora de hablar de vivienda mínima es necesario un análisis profundo que tenga en cuenta las diferentes aristas de la cuestión. Propone pensar en términos de volumen y no sólo de superficie para definir este tipo de viviendas y destaca la importancia de precisar bien para quién se piensa y por cuánto tiempo, además de cómo se implementa y gestiona: “Es obvio que resulta difícil pensar en una vivienda de calidad de 30 metros cuadrados para una familia compuesta por pareja, hijos, suegros y perro. También resulta extraño pensar en un departamento de 550 metros cuadrados para una sola persona. Treinta metros cúbicos bien proyectados pueden resultar una vivienda temporal dignísima y accesible para un estudiante joven, en régimen de alquiler y gestionado por una entidad pública, pero es una pésima idea permitir que los desarrolladores privados llenen la ciudad con un mismo tipo anodino de departamento de pocos metros cuadrados”, afirma, y hace hincapié en la importancia del Estado para incentivar políticas innovadoras de vivienda.
Penades también plantea la necesidad de reelaborar reflexiones sobre los modos de habitar actuales, ya que han sufrido modificaciones a lo largo de los años. Los cambios llevan a pensar en términos de temporalidad, adaptación, flexibilización e indefinición: un espacio puede ser un lugar para dormir, pero también un lugar dónde comer, hablar, estar o estudiar, por lo que para este arquitecto es necesario huir de las estructuras jerarquizadas.
“Desde lo constructivo es necesario pensar sistemas que permitan y enriquezcan la flexibilidad, que sean perfectibles, esto es, mejorables con el tiempo. Obviamente si hablamos de metrajes pequeños hay que pensar también en la centralización de servicios y en la optimización de recursos. Y en su posible crecimiento a medida que aumenten las necesidades de espacio de los habitantes. Considerar también los espacios intermedios como balcones, galerías o patios que garantizan iluminación y ventilación, y los espacios comunes, susceptibles de ser compartidos –el especialista no se refiere específicamente al típico salón de usos múltiples–y que permiten cierta interacción social entre vecinos”, analiza el arquitecto.
Esta tendencia está en línea con un concepto que avanza: el coliving. Un concepto que plantea la necesidad de la gente a encontrarse, superar el aislamiento que genera la tecnología. Son espacios que favorecen la interacción, la formación de grupos no sólo para trabajar sino también para compartir experiencias sociales de todo tipo. Son emprendimientos pensados para propiciar la formación de verdaderas “comunidades” de residentes que interactúan en diversos ámbitos.