La colaboración de los vecinos y los trabajos de restauración resucitan la belleza de un icónico edificio Art Nouveau en Recoleta
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Quienes hayan paseado con la mirada curiosa de un turista por la avenida Las Heras, ubicada en el corazón del barrio de Recoleta, reconocido por su elegante arquitectura de inspiración francesa, seguramente se cruzaron en su camino con un imponente edificio que marca la esquina donde la avenida se fusiona con la calle Ayacucho.
En lo alto de esta construcción, que rinde homenaje al estilo Art Nouveau catalán, se alza majestuosa una cúpula de cristal que contrasta imponente con las edificaciones más modernas que la rodean. Sin embargo, el sorprendente estado en el que se encuentra esta pieza arquitectónica no es fruto de la buena suerte sino del esfuerzo y colaboración de los vecinos del edificio.
Construido entre 1911 y 1913 como una propiedad de alquiler para Enrique Badaracco (de quien poco se sabe), por parte del estudio de arquitectura Vinent, Maupas y Jauregui, el edificio desprende un encanto único. Aunque hoy en día esta edificación de seis pisos podría evocar las pintorescas calles de Barcelona, paradójicamente no siembre exhibió su esplendor. Con el paso del tiempo, su estructura se vio afectada por el deterioro, llegando incluso a contemplarse su demolición.
La propietaria de uno de los departamentos, Marina Marcovecchio, residente desde el año 1995, relata este viaje en el tiempo: “Somos un consorcio conformado por pocos propietarios, lo que nos convierte en algo más que vecinos; somos casi como un grupo de amigos, facilitando así los acuerdos entre nosotros”, comenta la dueña de uno de los departamentos, destacando la estrecha relación entre los residentes que permitió preservar la calidad estructural del edificio.
En 2011, tras años de colocar parches en la edificación, la decisión unánime de emprender una restauración completa marcó un hito. “Comenzamos la obra con el compromiso de pagar cuotas extraordinarias, y la unidad del consorcio fue fundamental para que cada uno cumpliera con su parte”, recuerda Marcovecchio con entusiasmo. La restauración se enfocó en la fachada y, además, se llevó a cabo una cuidadosa atención en la cúpula, la cual mostraba un deterioro significativo. Para este trabajo, se contrató a una especialista para llevar a cabo la delicada tarea de reemplazar vidrio por vidrio, aplicar masilla y realizar reparaciones en alturas elevadas.
Un vivero y una huerta en la terraza
La pandemia también impulsó una segunda fase de renovación en la terraza, donde se ubican la cúpula y las antiguas bauleras, antaño habitaciones de los choferes privados de los propietarios. Además de instalar una parrilla y una huerta, transformaron la terraza en un auténtico jardín suspendido entre los techos de concreto, creando un oasis incomparable. Marga Fabbri, arquitecta y creadora de Mirar Miradores, un proyecto dedicado al rescate del patrimonio arquitectónico, quedó asombrada al explorar el lugar: “No hay nada que se le compare a este vivero en las alturas”, comenta con admiración.
Fabbri conoció a Mariana gracias a la recomendación de otra de las propietarias, quien sugirió que la arquitecta explorara la terraza como un espacio ideal para sus reuniones. El enfoque de su emprendimiento, “Mirar Miradores: Dibujar Entre Cúpulas” es un proyecto que visita, documenta y pinta edificios emblemáticos, presentando una imagen restaurada de estos lugares. El proyecto se centra en organizar visitas en edificios con un valor patrimonial significativo, con el objetivo de fomentar la apreciación y valoración de estas obras maestras arquitectónicas. Destacando su compromiso, el 50% de las comisiones generadas se destina al mantenimiento continuo del edificio.
La cúpula se convirtió en un SUM
Al poco tiempo de la visita de la especialista, la belleza arquitectónica atrajo la atención de la industria cinematográfica, permitiendo la filmación de escenas para “Matar al Jockey”, la película dirigida por Luis Ortega, con la participación de la actriz española Úrsula Corberó, en la entrada del edificio. Marcovecchio recuerda: “Apareció Úrsula y estuvo filmando durante cinco horas para una escena de 10 segundos, ¡pobrecita!”, revela con humor una anécdota peculiar.
Aunque los detalles decorativos del esta construcción, especialmente los elementos modernistas en barandas y aleros de hierro y vidrio, atraen la mirada de los paseantes en la avenida, lo que indiscutiblemente roba protagonismo es su espectacular cúpula de estructura metálica, cuidadosamente restaurada con vidrios policromados.
En ocasiones desconocida en su versatilidad, esta pieza trasciende su función básica como techo o cubierta, convirtiéndose en un elemento ornamental. “No es casualidad que se encuentre en la esquina del edificio, justo sobre el departamento que era del propietario original, tiene todo un simbolismo”, explica Fabbri y señala que, más allá de su propósito arquitectónico, las cúpulas aspiran a elevarse hacia algo más. “Originalmente, las ventanas de vidrio estaban reservadas exclusivamente para la iglesia y los palacios, ya que eran un lujo inaccesible para la gente común”, cuenta la arquitecta.
Hoy en día, esta cúpula en particular ha evolucionado para convertirse en un pequeño espacio de encuentros. Funciona como un área versátil donde los vecinos pueden disfrutar a su gusto e incluso organizar almuerzos.
Una entrada triunfal
Pero eso no es la única singularidad que hace que este edificio sea excepcional. Por ejemplo, la impresionante entrada en la esquina, que a primera vista podría parecer la entrada principal, en realidad conduce exclusivamente a la planta baja, sin conexión ni espacios compartidos con el resto de los departamentos-semipisos, a los que se accede desde Las Heras 1914. Esta disposición particular se explica por el hecho de que Badaracco, el propietario del edificio, residía en dicho departamento. Hoy en día, es ocupado por un consultorio médico y se subdividió en dos.
Otro detalle que subraya la importancia que quiso impregnarle el propietario es la ubicación de los dos locales comerciales en la planta baja, a los que se llega tras subir un breve tramo de escaleras. Esta disposición asegura que la planta baja esté un poco más elevada, lo que a su vez mantiene la privacidad de los residentes, ya que las miradas de los transeúntes no pueden curiosear en el interior de las viviendas.
La entrada real del edificio, ubicada sobre Las Heras, es solo ligeramente más pequeña que la de la esquina. Si se ingresa por este lado, se accede a un vestíbulo que cuenta con una escalera de mármol que conduce a un antiguo ascensor. Sin embargo, si se sube por las escaleras en espiral, se pueden apreciar las pequeñas ventanas decoradas con vitrales originales que adornan cada piso, así como los mosaicos que decoran los pasillos, los cuales se han conservado en su estado original, manteniendo así su auténtico encanto.
El fabuloso departamento que se vende
En el edificio hay 13 apartamentos: tres en la planta baja que son consultorios y 10 semipisos. Marcovecchio vive justo en la esquina, en un departamento de techos altos y pisos de madera, donde se siente la influencia del estilo modernista catalán en cada rincón. Esto lo delata la distribución fluida de las habitaciones, conectadas para que el pasillo (decorado con mosaicos) sea mínimo, facilitando el movimiento entre ellas.
Los pisos de pinotea y los calcáreos contribuyen a la atmósfera única del lugar. En el interior, el living y el comedor se conjugan en un espacio armonioso, extendiéndose hacia un balcón corrido que añade luminosidad. El departamento se distribuye en tres dormitorios y un escritorio, acompañados por un baño completo y un toilette para mayor comodidad. La cocina, espaciosa y funcional, se complementa con una pequeña habitación de servicio que cuenta con su propio baño. En total, la vivienda abarca 140 metros cuadrados cubiertos, sumados a los balcones que proporcionan vistas a la avenida.
Afortunadamente, aquellos que deseen convertirse en residentes de este emblemático edificio lleno de historia tienen la oportunidad única de hacerlo. En la esquina del quinto piso, está disponible para la venta un departamento con las mismas características que el de Marcovecchio, con un valor de US$285.000.
En medio de la avenida Las Heras, este edificio no solo es un tesoro en una ciudad tan rica en arquitectura como Buenos Aires, sino también el ejemplo de una comunidad unida. Más que una restauración, es el testimonio de cómo los vecinos se transformaron en guardianes de un legado, contando además con la colaboración de aquellos dispuestos a ayudar desde afuera. En cada rincón, en cada detalle, se encuentra la prueba de que la verdadera belleza no solo se encuentra en la estructura, sino en la historia de quienes la cuidan.
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