Aunque la migración hacia los barrios privados aumenta, algunos prejuicios persisten: aislamiento social, elitismo, falta de diversidad y de autenticidad
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“Se puede vivir en el barrio cerrado pero no permanecer ahí. La vida del ser humano sucede al salir”, dice el psicoanalista José Eduardo Abadi en diálogo con LA NACION. “El aislamiento no se genera necesariamente en los countries. En la ciudad hoy en día también se vive ´intratubos´, yendo del departamento al auto, evitando ciertas zonas y horarios. Son formas dibujadas de habitar la ciudad en las que se percibe al desconocido como sospechoso. El ´Truman Show´ es más una manera de vivir y de educar gobernada por el miedo que un lugar físico”.
Agustina Sosa vive en un barrio cerrado en Salta hace 10 años:
“Yo le encuentro más ventajas que desventajas. Valoro la agilidad, todos los servicios llegan hasta tu casa: verdulería, lavado del auto, supermercado. En ese sentido creo que mejora la calidad de vida. Lo malo es que estás más aislado, no tenés idea de qué está pasando en el exterior, a veces me cuesta hacer planes afuera. Lo noto cuando voy a Buenos Aires, estoy más alerta en la ciudad porque en mi barrio no estoy expuesta al peligro. El mayor riesgo es chocar a un chico que anda en bicicleta o excederse de los 30 kilómetros reglamentarios. Para mí, el desafío es que hoy en día empezaron a surgir hechos de inseguridad al interior de los barrios a raíz de la situación del país, y no estábamos acostumbrados, al menos en Salta. Antes dejaba puesta la llave del auto con la cartera adentro. Hoy en día no lo hago”.
Aunque Abadi se niega a generalizar, porque “algunos barrios son más cerrados que otros”, sostiene que el lugar en el que uno se desarrolla determina una forma de vida y una forma de vincularse. “Lo problemático es cuando el mundo exterior aparece como peligroso y se recurre a lugares que asoman en la fantasía como seguros. Es como un agorafóbico [fóbico a los espacios abiertos] con dinero que expande su casa con la pretensión de estar saliendo al exterior”.
La búsqueda del Nirvana
Gabriela Goldstein, psicoanalista y expresidenta de la Asociación Psicoanalítica Argentina, asocia el fenómeno del aislamiento al COVID. “Creo que los efectos de la pandemia todavía no terminaron de decantar. La pulsión es una fuerza motora inconsciente que genera un movimiento vital. Pero en la pandemia se visibilizó la ´pulsión seguritaria´, como la llama el italiano Massimo Recalcati; es una pulsión que se cierra y se protege”.
“Una vez que uno ya está recluido hay una inercia interna en el ser humano que hace que se retroalimente”, dice la psicoanalista. “Freud lo llama el Nirvana: es la búsqueda de un estado idealizado de cero tensiones, rispideces ni dolor. Para Freud eso es la muerte o una dimensión del narcisismo patológico. Creo que el significante clave es ´cerrado´, en contraposición a ´barrio´, que remite a una apertura. Y el objeto es la reja, porque es un elemento que tiene la función de proteger pero también es el símbolo de la prisión: una cosa es una frontera y otra cosa es un muro”.
El aumento sostenido de la densidad poblacional en zonas suburbanas creció a tal punto que los agentes inmobiliarios hablan de estar viviendo “la cuarta migración hacia los barrios cerrados”: la primera fue en los ´90, cuando mejoraron lo créditos bancarios y las autopistas y comenzó el boom de barrios cerrados en zona norte; la segunda fue producto de la crisis del 2001 y la tercera, en 2020. “Es paradójico porque por un lado ponemos en palabras la diversidad y la tolerancia y sin embargo, cada vez es más fuerte la tendencia a protegerse del encuentro de lo que es vivido como extraño”, señala Goldstein.
La psicoanalista destaca la doble cara del fenómeno: “En toda comunidad el espíritu colaborativo genera contención. Por ejemplo, los vecinos se ayudan en caso de que se pierda una mascota. Pero, justamente, la observación constante abruma. Por algo Foucault habló de la vigilancia. Al igual que las cámaras: agradecemos cuando se registra un robo pero al mismo tiempo, la cámara registra todos nuestros movimientos. En definitiva, creo que más allá del lugar donde uno vive, todo depende de cómo circula el deseo, de cuán despierta esté la persona. El ser humano respira con lo abierto, donde hay más posibilidades de encuentro”.
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