El barrio se creó de la nada y recibió a los atletas en 1992, tiene más de 1800 departamentos que hace 30 años costaban entre €150.000 y €240.000 y hoy superan €1 millón
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Los Juegos Olímpicos de 1992 abrieron Barcelona al mundo. Entre otras cosas, se creó un barrio de vecinos donde antes había fábricas y barracas: la Vila Olímpica. Aquella zona, levantada sobre 45 hectáreas del distrito de Sant Martí, acogió a miles de atletas y no fue hasta finales de 1992 cuando comenzó a llenarse de vecinos.
Matrimonios con niños que hicieron suyos unos espacios donde crecieron sus hijos mirando al mar, en pisos de más de 100 metros cuadrados y en un barrio del que todo aquel que es vecino asegura que no se marcharía jamás.
EL PAÍS ha contactado con varios de los que compraron pisos en la Vila Olímpica. Ninguno de ellos se arrepiente de vivir en este barrio, pero todos admiten que con los precios de hoy -entre €800.000 y €1 millón- no podrían “ni plantearse comprar”.
Esta es la historia de un barrio que nació de la nada hace 30 años y en el que hoy hay 1814 pisos (ninguno de ellos sociales) repartidos en 12 islas diferentes y en el que viven cerca de 9000 vecinos.
Jodi Giró es el histórico presidente de la asociación de vecinos de la Vila Olímpica. “Antes vivía con mi mujer y una de mis hijas en la Bordeta. En 1989 vi el proyecto de la Vila Olímpica en una exposición en el Poble Espanyol y me enamoré. Era la posibilidad de empezar en un barrio de cero, sin ninguna identidad. Nosotros íbamos a crear su identidad”, recuerda.
Giró compró el piso en la isla 10, en la calle de Frederic Mompou. “Cuando entramos, en las nueve plantas solo nos habíamos instalado dos vecinos. Era una época en que todas las semanas veías mudanzas de personas que llegaban. Es cierto que no había comercios ni servicios pero lo que no saben, los que no son de este barrio, es que los urbanistas habían planteado la vida del vecindario hacia el interior de las manzanas. Los niños jugaban en las manzanas y los padres nos conocimos. Todos los vecinos éramos jóvenes y de ahí salieron muchos grupos de ciclistas, eventos…”, explica.
Giró admite que urbanísticamente hubo fallas. Uno de ellas fue el centro comercial Centre de la Vila, que no abrió hasta 1995 y eso que en los Juegos Olímpicos había en su interior un Corte Inglés, que luego cerró. El comercio siempre ha sido la asignatura pendiente de la zona y los vecinos se han acostumbrado a comprar fuera del barrio. “Los primeros años tuvimos que reclamar algunos problemas arquitectónicos en los pisos que había que reparar. Visité más de 300 domicilios y, pese a la situación, ni un solo vecino dijo que se iría a otro barrio”, recuerda.
Cuando los actuales vecinos compraron los pisos -muchos de ellos son de 130 metros cuadrados- el metro cuadrado se vendía a 200.000 pesetas (€1202). Los pisos costaban entre 25 y 40 millones de pesetas (entre €150.000 y €240.000 euros). “Hoy valen €1 millón. Nadie de nosotros sería capaz de plantearse venir a este barrio ahora mismo”, lamenta.
El presidente de los vecinos admite que las viviendas más o menos se han mantenido en buenas condiciones, pero el espacio público, no. “Hay espacios malditos como la plaza de los Campions, donde llegaron a robar las placas del suelo y hasta esculturas por el metal. Los árboles están mal distribuidos, no hay vivienda libre y nuestros hijos se han tenido que ir del barrio.”, enumera.
Jordi Viola llegó a la Vila Olímpica en 1995 procedente de Sant Andreu. “Vine llorando, pero vivía en un piso de 75 metros cuadrados y tenía dos hijos universitarios”, recuerda. Compró un piso en la isla 10, en la calle de Salvador Espriu, y se enamoró del lugar.
“Por el precio que te costaba un piso en este barrio, en 1992, tenías una casa con piscina en Premià. Yo lo fui a ver y lo deseché, iba a venir cada día a trabajar a Barcelona comiéndome una caravana de coches...”, mantiene. Las décadas viviendo en el mismo lugar le han hecho encontrar defectos, pero no le han roto la pasión por la Vila Olímpica. “Yo desde mi piso debería ver el mar, pero los árboles son enormes y me tapan toda la vista. Luego está la ronda del Litoral, que nos ataca con su contaminación. Deberían cubrirla”, sugiere.
Nuria Martínez y Jordi Bayo tenían un hijo de 17 años y una hija de 12 cuando en 1993 se mudaron a la Vila Olímpica. “Llevaba ocho años buscando piso sin encontrarlo y localicé uno de ensueño. Veo el mar y una panorámica de toda Barcelona”, se enorgullece Martínez. “Abrí una tienda de patines en línea en la avenida de Icària: Patinalia. Con las Olimpiadas, vino la fiebre de los patines y nosotros estuvimos abiertos 27 años hasta que me jubilé en 2019″, dice la empresaria, que llegó a tener 11 tiendas competidoras en el barrio. Patinalia siempre fue líder en ese deporte urbano.
Maria del Mar Fernández y Lluís Morral llegaron un año más tarde al barrio, en 1994, procedentes de Selva de Mar. “Creímos que sería un lugar ideal para vivir con los niños. Este barrio es único y nos ha permitido relacionarnos con mucha gente”, sostiene Fernández. Eugenia Gomis regenta una tienda de ropa, Lua -se llama igual que una de sus mascotas- en la avenida de Icària. Ella llegó al barrio en el 2000 y en 2011 abrió una tienda en “el tanatorio” (así bautizaron algunos vecinos al centro comercial Centro de la Vila). “No lo han sabido gestionar y está vacío. Es muy triste”, reconoce. Gomis asegura que sus clientas son las vecinas del barrio: “Al final es como un pueblo y nos conocemos todos”.
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