Su jardinero, Javier Suárez, con su boina y sus lentes redondos a lo John Lennon, relata los detalles de un oasis en pleno barrio de Belgrano: “Vivo oculto en un paraíso”, confiesa
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Hay pinturas en las que el autor aparece como un protagonista de su propia obra. Así surge Javier Suárez con su boina y sus lentes redondos a lo John Lennon de entre los arbustos y las plantas que conforman el paisaje del jardín hispano islámico del Museo de Arte Español Enrique Larreta, ubicado en la avenida Juramento al 2200, en pleno barrio de Belgrano.
El jardinero cuida, desde hace nueve años, el espacio verde más secreto de la Ciudad. “Se puede decir que yo vivo oculto en un paraíso. Es eso lo que más me atrae y llama la atención: poder realizar mi oficio en estrecha armonía con la naturaleza”, relata Suárez, quien entró siendo la mano derecha de Antonio Sturla, el histórico jardinero del Museo Larreta. De él aprendió los secretos de cada rincón, el ABC de los jardines hispanoislámicos y a cuidar el patrimonio verde que habita ese espacio: 108 árboles, 88 géneros diferentes de herbáceas, un número similar de arbustos y seis tipos de palmeras, según el último censo realizado en 2019. “Los jardines de este estilo se conforman por cuadrículas geométricas que enmarcan un pedazo de selva virgen. Entonces ese pedazo de selva virgen es el desafío del jardinero: llevar a cabo a un equilibrio entre lo prístino y lo tan tocado por el hombre y asimilar el espíritu de cada espacio verde”, explica.
El jardín está inspirado en los construidos por los árabes en el sur de España y tiene tres características únicas como una gran frondosidad, la biodiversidad de especies que hospeda y su modestia. Otra característica es su laberinto, sus caminos angostos, contorneados por setos de boj, unos arbustos que van conformando ese delgado camino que hace que haya un estrecho contacto entre las plantas y quienes visitan el lugar. “Aquello que lo vuelve único a este jardín es el gusto por la soledad, una frase media filosófica, pero que viene en relación con este estilo de jardines porque el objetivo era justamente que el disfrute sea solamente para una persona”, explica Suárez, quien en varias ocasiones queda como el único habitante del lugar.
Mientras camina por los estrechos laberintos, no solo no se pierde sino que, parece encontrarse a cada paso con una intimidad y una espiritualidad profunda a la que solo él pareciera llegar. “La mejor estación del jardín es la primavera, pero también el invierno, el otoño y el verano porque en cada estación hay una flor distinta y renace nuestra esperanza”, reflexiona durante su paseo.
Esa conexión íntima con la naturaleza no es casualidad. Suárez viene de un pueblo que se llama General Campos, en Entre Ríos, donde su cotidianeidad implicaba pisar el pasto descalzo, recorrer los campos y descubrir la tierra que lo rodeaba de tanta biodiversidad. Así fue su infancia. Luego comenzó el secundario en una escuela agrotécnica en un pueblo cercano, Colonia La Perla. Allí tuvo sus primeras materias de huerta y jardinería, compost de lombrices, vivero y cuando llegó a Buenos Aires, a los 15 años, ingresó a la Escuela Técnica de Jardinería Cristóbal María Hicken. “Eso fue para mí un descubrimiento. Yo ya tenía un amor por la naturaleza, por las plantas, por los jardines, entonces fue potenciar todo eso que anhelaba”, cuenta. Y añade: “Desde chico ya pensaba que este iba a ser mi trabajo”.
La música del jardín
Un trabajo que a sus 28 años lo tiene liderando un equipo integrado también por Hernán Rodríguez, su ayudante, y Matías Gianandrea, el “jefe de compost”, que se encarga de alimentar las tres composteras. Todos los días dan una vuelta por los casi seis mil metros cuadrados que ocupa el jardín y van viendo dónde hay disonancias, es decir, algo que suena mal –cuenta-. Por eso resulta tan importante la armonía, como si cada flor, cada árbol y cada fruto estuviesen interpretando una melodía. Allí donde hay una hoja de palmera donde no debería estar, Suárez interviene como un director de orquesta. Lo mismo si se extendió una maleza o si algún arbusto de los que conforman los laberintos se fue de porte. Desmalezar, podar y limpiar son tareas de todos los días. “Seguimos manteniendo ese espíritu de un jardín que es medieval”, remarca al respecto.
A su vez, comparte esa relación tan particular que tiene con su lugar de trabajo en cada recorrido guiado que brinda dentro del museo. El cuarto jueves de cada mes, a las 12 en punto, Suárez deja por un rato las tijeras para podar y se encarga de hacer una visita guiada que el Gobierno porteño a cargo de Jorge Macri estableció para todos los que quieran conocer en profundidad la historia del jardín.
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