La casa del barrio porteño de Palermo que fue de la actriz y su marido Ricardo Mollo esconde una historia centenaria; además, los artistas siguen acudiendo a un sector escondido de ella
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Natalia Oreiro y su marido Ricardo Mollo vivieron por más de 15 años en una mansión “escondida” en el barrio de Palermo de Buenos Aires, en un pasaje de una sola cuadra. Construida en 1887 por la célebre familia argentina Alvear, a la casa se accede por un pasaje adoquinado desde la calle Thames, en el selecto barrio porteño.
La actriz uruguaya contó que lo suyo con la residencia fue amor a primera vista. La compró cuando ella tenía 21 años y su éxito se catapultaba con el protagónico de la telenovela Muñeca brava. Luego de su casamiento con Ricardo Mollo, compartieron la casa hasta 2016, cuando decidieron venderla.
Cómo es la casa en la que vivieron Natalia Oreiro y Mollo
La casa tiene 480 metros cubiertos, con tres dormitorios y cinco baños, mientras que el terreno mide aproximadamente 25 x 27 metros. Tiene piscina y un jardín con árboles centenarios. La familia Alvear fue la primera dueña y llamó a la casa “El bosquejo”.
“Muchas personas de origen ruso tocan el timbre o me esperan pensando que se la pueden encontrar a Natalia o para espiar la casa atrás de los muros. Una vez vino una mujer rubia, fanática de Oreiro, preguntando si estaba ella y me contó que venía de Rusia y que había sacado entradas para el pre estreno de la película Gilda. Otra vez vinieron dos chicos con mamushkas para regalarle”, contó el nuevo dueño en una entrevista reciente.
El secreto que esconde la propiedad en Palermo
Pero más allá de la venta, el matrimonio de artistas sigue vinculado a la casa. Tapada por enredaderas, una puerta de metal negra en el jardín conduce a la actual sala de ensayo y estudio que Oreiro y Mollo construyeron y que a veces visitan porque es un ambiente separado que no se incluyó en la venta de la casa. Pero del lado de la propiedad, la puerta pasa desapercibida dado que está junto a un un baño exterior con azulejos azulados y puerta de madera.
“Antes había una garita, por eso hay una puerta en la calle. Cuando Natalia se mudó a la casa, sus padres desde Uruguay temían por su seguridad y le pidieron poner guardia permanente y siempre había alguien ahí. Fue hasta que, entre relevos de los guardias, vio que en el libro de reportes se referían a ella como `el objetivo´ al cronometrar sus entradas y salidas, no le gustó nada y decidió prescindir de ese servicio”, cuenta el actual dueño de la casa, quien se la compró a la pareja en 2016. Ahí afuera, los ruidos de la calle y los bares de los alrededores quedan lejos y solo llega el canto de los pájaros y del viento que mueve las hojas de los árboles. Un paraíso personal en plena urbe.
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