A pesar de que es casi imposible adquirir una propiedad en el exclusivo edificio La Colorada, un empresario consiguió casi por casualidad comprar el mismo piso donde vivió sus años de niñez
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Situado en la microzona conocida como Palermo Zoo, rodeada por el Ecoparque y el Jardín Botánico, se alza una impresionante construcción de color terracota construida por británicos. Bautizado como La Colorada, este edificio histórico del siglo pasado se encuentra en uno de los numerosos sub-barrios de Palermo, caracterizado por su eclecticismo y ambiente cosmopolita. Sin embargo, esta no siempre fue la atmósfera que se respiraba en la zona, ya que fue solo hace algunos años que Palermo empezó a ser percibido como un lugar cool y trendy.
Se trataba de un vecindario en su mayoría residencial, donde los comercios locales eran establecimientos familiares y los niños jugaban al fútbol en la calle. Fue en este tranquilo entorno donde creció Pablo, empresario del rubro de las telecomunicaciones y del real estate, quien vivía en el último piso de La Colorada. “Fue mi primer hogar, desde que nací hasta los siete años. También fue el único lugar donde viví con mis padres juntos”, recuerda. Cuando él y sus hermanos eran aún muy chicos, sus padres se separaron, lo que significó despedirse no solo de su vida anterior, sino también del departamento, ya que su madre decidió venderlo.
Como consecuencia de una serie de eventos inesperados, Pablo relata esta historia mientras está sentado en el sillón de su oficina personal, que se encuentra en el mismo departamento que solía habitar 40 años antes. Aunque las cosas no cambiaron mucho desde entonces, ninguno de los dos permanece exactamente igual.
Mientras Pablo camina por los pasillos con ladrillos a la vista del departamento, señala cada habitación y brotan los recuerdos que le vienen a la mente, como si el tiempo no hubiera pasado. “Tengo amigos de la infancia que recuerdan haber venido a dormir acá. También tengo el recuerdo de que en la cocina había un montacargas que pasaba por todos los pisos desde el sótano hasta la terraza. Yo me metía adentro y viajaba por todo el edificio”, menciona Pablo. Sin embargo, en la actualidad, esas aberturas están obstruidas, ya que ese “ascensor de servicio” se encuentra fuera de uso debido a su antigüedad y la falta de repuestos disponibles.
En cuanto al sótano, antiguamente se encontraban allí los departamentos del personal doméstico y el encargado, que estaban confinados a vivir en habitaciones de apenas 4,50 x 5 metros. Hace tiempo que estos cuartos se transformaron en las bauleras del edificio, aunque conservan su aspecto peculiar. No obstante, era precisamente esa sensación de intriga lo que atraía a Pablo a descender hasta el sótano. “Hoy en día, me sucede algo similar. Si caminás por el edificio durante la noche, te sentís como si estuvieras en una película de Agatha Christie, ya que a esa hora no hay nadie”, agrega el propietario. Esto ocurre mayormente debido a que las unidades fueron ocupadas en su mayoría por locales comerciales.
La Colorada consta de tan solo 20 unidades, de las cuales 18 están ocupadas por empresas de moda, arquitectura y servicios, mientras que las dos restantes son ocupadas por particulares, entre ellos Pablo. Por otro lado, uno de los propietarios aprovecha cada oportunidad para adquirir más unidades cada vez que salen a la venta. Esta es una de las razones por las cuales resulta casi imposible acceder a un departamento en el edificio. Entonces, ¿cómo logró Pablo recuperar su hogar de la infancia?
Años después de abandonar La Colorada, el empresario continuó visitando la zona por diferentes razones. Con el paso del tiempo, observó cómo el barrio evolucionaba y se transformaba en un lugar “con más onda”. Siempre que pasaba por allí, era hipnotizado por el edificio, no solo por sus recuerdos de la infancia sino también por su aspecto singular. Hasta que un día, como tal vez no podía ser de otra manera, sus destinos se volvieron a cruzar.
“Acá en la esquina de Cabello y República Árabe Siria hay una inmobiliaria. No estaba buscando nada, pero decidí entrar y preguntarle a la chica que estaba atendiendo si había alguna propiedad en venta”, narra Pablo. Le informó que muy raramente salía alguna unidad y que en ese momento no había nada disponible. Incluso la última persona que había puesto un departamento en venta era un artista que se había arrepentido y ya no quería desprenderse de él. Por pura curiosidad, le preguntó en qué piso se encontraba. Quedó realmente asombrado al descubrir que era el mismo piso en el que él había vivido. Le contó su historia a la inmobiliaria, dejó su número de teléfono y se fue.
A los dos días, algo fantástico sucedió. “Recibo una llamada de la inmobiliaria, y me dice: ´No vas a creer lo que pasó. Me encontré casualmente en la calle con la dueña del departamento y le conté de vos. ¿Y sabés qué respondió? A él sí se lo vendo’ ”.
Finalmente, Pablo adquirió el departamento, aunque no sabía qué hacer con él. Ya vivía en otro lugar con su familia pero no podía dejar pasar la oportunidad. “Entre que el barrio me encantaba, el edificio me volvía loco y lo que representaba afectivamente para mi, tenía que quedarme con ese piso”, asegura. Fue entonces cuando decidió convertirlo en su oficina personal.
Sin embargo, la propiedad de 130 m² se asemeja más a una casa que a una oficina. “Soy un poco nostálgico, así que llené este lugar con recuerdos”, dice mientras señala los objetos decorativos que adornan las paredes, como los guantes originales de Ringo Bonavena o el primer afiche de la banda Sui Generis. Se mire donde se mire, cada rincón está decorado con piezas únicas que reflejan la personalidad de su propietario.
Pablo asegura: “Quienes desean estar acá buscan algo completamente diferente; esto no se parece a nada que haya en Buenos Aires’”. En cuanto a mudarse al departamento, menciona que en un futuro lejano, cuando sus hijos ya se hayan ido de casa y necesite menos espacio, podría considerar instalarse en La Colorada y, de alguna manera, cerrar un ciclo en su vida.
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