La isla del Caribe que rankea entre las mejores del mundo tiene playas de 38 kilómetros de extensión
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“En abril del año pasado vine de vacaciones a Aruba y me enamoré de la isla”. Así sintetiza la chilena Estefany Morales (35) sobre el “flechazo” que tuvo cuando pisó por primera vez la también llamada “isla feliz”; One Happy Island, como se promociona en folletos turísticos y blogs de viajes.
Estephanie, oriunda de la región del Maule, llevaba ocho años viviendo en Santiago, Chile. Tecnóloga médica de profesión, -pero dedicada principalmente a la gestión- estaba a cargo de dirigir la lista de espera GES del Instituto Nacional de Neurocirugía.
Le gustaba su trabajo, pero en 2019 tuvo una crisis existencial: “Me pregunté cuál era mi meta de vida y decidí que quería vivir en un lugar con playa, donde pudiera nadar sin que fuera muy peligroso y que fueran aptas, no tan frías como en Chile”.
En medio de esa búsqueda, alcanzó a recorrer un tercio del Caribe -Riviera Maya, Belice, Honduras, Miami, entre otros destinos- hasta que dos conocidos le hablaron de la “isla feliz”. Decidió viajar a la isla -ubicada apenas a 25 kilómetros de la costa venezolana y a ocho horas en avión desde Chile- y averiguó detalles clave para dar forma a la idea que le venía dando vueltas: trámites de migración y permanencia legal, posibilidad de encontrar trabajo, precios para tener un techo y alimentación, entre otros aspectos básicos.
Estefany cuenta su historia en medio de un break autorizado por el administrador del restaurante de corte francés “Papillon” -donde actualmente trabaja-, ubicado en Palm Beach, en Noord, uno de los seis distritos que segmentan los 193 km² y los 31 kilómetros de largo de Aruba.
Su “pequeño” tamaño, la hace una isla fácil de transitar, idealmente en vehículo, los que se pueden alquilar cerca del Aeropuerto Internacional Reina Beatrix.
Luego de cerrar los asuntos en Chile, la fecha elegida para migrar a Aruba fue el 14 febrero de este 2024. El día de los enamorados resulta, además, simbólico, porque la isla es uno de los destinos preferidos para quienes quieren ir de luna de miel, para quienes sueñan con un viaje romántico e incluso se pueden observar matrimonios a orillas del mar celeste cristalino.
“A los 10 días ya tenía de runner que consiste en llevar platos de la cocina a las mesas. Este es mi primer trabajo aquí, part time. Pero se gana muy bien y entre lo que me traje en ahorros me alcanza para pagar la renta, la comida y la gasolina”, comenta la joven.
En efecto, el auto que compró con sus ahorros se hace sumamente necesario tanto para turistas como para los arubianos: el transporte público en la isla no tiene la frecuencia de las grandes ciudades; se puede esperar hasta por 20 minutos en paraderos esquivos entre las cuadras.
Una curiosidad del destino es que no hay aplicaciones de transporte privado como Uber y Cabify. Pero pese a ello, apenas se ven congestiones en las mañanas, cuando los niños van al colegio; el resto del día, el tránsito fluye con una agradable ausencia de bocinazos.
Turismo, la base de la economía arubiana
El rubro gastronómico en el que encontró trabajo Estefany es parte del principal sustento de la economía de Aruba: el turismo. Cualquier persona que llegue a la isla no tardará en escuchar las voces de los norteamericanos que llegan en masa -representan cerca del 70% de los visitantes-, seguidos de europeos y al último, latinoamericanos.
El tránsito por las calles también exhibe la adaptación que ha tenido Aruba al turismo estadounidense: en medio de restaurantes que ofrecen productos del mar y otras comidas típicas, se entremezclan conocidas cadenas de comida rápida.
Ocurre algo similar con la moneda local, el florín arubeño, que si bien sigue siendo la oficial, prácticamente todo se comercializa en dólares, y los precios, como era esperable, son pensados para un “bolsillo turista”: los souvenirs como tazas y poleras promedian los US$15, mientras que una experiencia en catamarán llega a los US$ 65 por persona. En tanto, una cena en un restaurante -con entrada, fondo, coctail y postre-, puede llegar a los US$70.
Para casi ningún arubiano es un desafío hablar en inglés; el idioma lo aprenden tempranamente en el colegio y lo usan con tal fluidez que parece nativo; es, en realidad, una fortaleza y una herramienta clave para comunicarse con los turistas. El español también se habla sin problemas y no es raro encontrarse con personas cuyos padres o abuelos migraron de países vecinos a Aruba, como Colombia o Venezuela, y mantuvieron el idioma, incluso el acento.
Las lenguas oficiales, por otra parte, son el holandés y el papiamento; este último, lo habla el 60% de la población, y desde el prisma del turista, permite identificar a los locales que entablan conversaciones entre ellos. “Bon dia, con ta bai?” (buenos días, ¿cómo estás?), “Mi ta bon” (muy bien), “danki” (gracias), son parte del vocabulario que para un oído poco entrenado suena a portugués y, si bien tiene sus raíces en la lengua criolla afroportuguesa, hoy presenta una evolución hacia una mixtura entre el holandés, el español y el inglés.
(Mucho) sol, playa y la cuota justa de vida nocturna
Aruba se defiende con gracia en sus 38 kilómetros de extensión, tanto porque en pocos días se puede recorrer la isla de punta a punta, como por las paradisíacas playas que la circundan.
Entre ellas, las más famosas son Eagle Beach, ubicada en la capital de Aruba, Oranjestad -considerada la número uno del Caribe y la segunda mejor del mundo por los viajeros en Tripadvisor 2023-, y Baby Beach, ubicada en el distrito de San Nicolás, en la punta sur de la isla, preferida por quienes viajan en familia para ir con niños, puesto que su forma natural se asemeja a una media luna que forma una apacible laguna.
Pero hay más opciones para sortear los más de 30° C que se sienten casi todo el año en Aruba: la playa Rodger’s Beach, también en San Nicolás, suele estar vacía porque la vista da hacia la abandonada refinería, pero es la alternativa ideal para quienes quieren estar más tranquilos. De camino, también se pueden visitar los murales de la ciudad que ha encontrado en ese tipo de arte una opción para atraer a los turistas y reinventarse tras el cierre de la refinería.
En gran parte de las playas se puede hacer kitesurf o SUP yoga, andar en moto acuática o snorkeling. Para quienes prefieren el contacto con la tierra, se puede meditar en la granja de mariposas ubicada en Noord o explorar las cuevas al interior del Parque Nacional Arikok, como la cueva Fontein y la Quadiriki (famosa porque su formación rocosa deja una entrada de luz con forma de corazón).
¿Y la vida nocturna? Acotada, pero suficiente. La noche arubiana ofrece múltiples alternativas en restaurantes y también se pueden encontrar bares que funcionan hasta eso de las 1 de la madrugada; además, hay un par de alternativas para bailar música que entremezcla bachata, salsa, reggaeton, pop y afrobeats. Todo, en medio de un ambiente que se siente sumamente seguro para el turista y con un trato excepcional por parte de los locatarios.
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